En pleno proceso electoral y de campaña, se hace evidente los debates que debemos ampliar a la sociedad de manera masiva para coordinar respuestas concretas a la avalancha de información y contrainformación que día a día nos reclaman nuestras pantallas.
Algunos candidatos, o al menos muchos de nosotros, han pasado de patear la calle día a día a dejar que un CM (comunity mannager) con la ayuda criteriosa de un asesor, invada sus redes sociales de comunicación.
Cual kiosco, encontramos comunicaciones para todos los gustos, con los envoltorios más visiblemente mediáticos y vendibles. Desde información, hasta fake news virales. Trolls que apuntan a todos lados, y que crean, fomentan y hasta logran que incluso el político más lúcido termine creyendo sus comunicaciones.
Transformamos la política en ridiculización del prójimo, en violencia, en demostrar errores ajenos para ocultar los propios, pero ni una vez, generamos propuestas.
Qué son entonces hoy las campañas políticas, sino kioscos donde se venden personas, más no, ideas.
Estos últimos meses han demostrado magnitud de ejemplos de la venta según el marketing, de la contradicción entre lo que digo y hago.
Hace pocas semanas alentábamos ese pseudo reclamo de pedido de unidad y de proyecto de país que solicitaban con vociferaciones repetidas algunas primeras figuras de la oposición nacional actual.
Pero al momento de la convocatoria a futuro para lograr algunos mínimos acuerdos, esta vez por parte del oficialismo, la respuesta fue el agravio, el insulto, la violencia como herramienta para la mediatización inmediata y le goce de los espectadores.
Lo vemos también en el trabajo de las legislaturas. Allí, donde la búsqueda de consensos debiera ser la herramienta fundamental para formalizar un poder legislativo que represente efectivamente a toda la sociedad, y no a una circunstancial mayoría; se ve vapuleado por la imposición de verdades propias.
La polarización extrema, la mediatización y banalización de la política y por ende de las campañas, eliminaron la posibilidad de que terceras fuerzas moderadas preexistan, dejando únicamente lugar a expresiones extremas y dañinas para el sistema democrático republicano.
Se desconoce al otro como contrincante. Se lo relaciona directamente con un enemigo, se lo estigmatiza, se lo persigue por los nuevos medios donde pasa la política, se infla la violencia, se permite la radicalización de toda concepción desde las redes sociales, y no somos capaces de observar cómo todo eso, va pasando de la virtualidad, a la realidad.
Las campañas no pueden ser sólo la vidriera de los que somos candidatos. La política no puede ser el espacio donde queramos anquilosarnos por siempre. ¿Qué representa una persona que falta a más de la mitad de sus días laborales, que no tiene ideas, y que, además, quiere acceder a un ascenso? Nada más individualista, nada con menos perspectiva de comunidad y de futuro en conjunto, sólo el propio interés en juego.
La magia del kiosco que nos obnubila con sus papeles de colores, hoy no nos vende golosinas, nos venden caras con arquetipos de personas “bien”. Pulcras, correctas, de educación universitaria, pero que no nos proyectan una idea concreta para mejorar nuestra calidad de vida.
La política debe ser para atender los problemas de las personas, y la única forma de hacerlo es reconociendo esos problemas.
¿Qué le mejoramos en lo cotidiano a las personas, si lo único que hacemos es vender figuritas? ¿Dónde quedaron los reclamos por propuestas concretas, los pedidos de plataformas electorales, el impulso primario que nos lleva a hacer política, por querer mejorar la vida de todos y todas?
En algún momento la representatividad se esfumó, y la ciudadanía cayó en el juego de la compra venta. El marketing político hoy no se propone impulsar ideas nuevas, sólo poder crear la figura más deseada del álbum, aún si es con mentiras y ocultamientos. Sólo se ve, los papeles de colores, la competencia porque se crea que somos mejor que los otros, y nosotros no somos capaces de ver la ponzoña con la que invaden esos caramelos que consumimos, saboreamos, y volvemos a comprar.
*El autor es diputado Nacional por Mendoza