El día después del gran enojo

Fueron dos hechos:la condena y la catarsis. Ambos destinados a proyectar un peso decisivo sobre el ciclo histórico que vive el país.

El día después  del gran enojo
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El fallo que sentenció a prisión a Cristina Kirchner por administración fraudulenta cambió la historia personal de la vicepresidenta. La corrupción de su gobierno ha sido probada y quedó en evidencia su participación en acciones delictivas. Es una mancha difícil de borrar. Ella percibió la profundidad del daño: que la palabra corrupción quede asociada a su historia política, ya no con denuncias de opositores cerriles, sino con pruebas evaluadas en un proceso judicial con las garantías debidas. Eso explica la iracundia de su reacción posterior.

De su andanada de enojos quedó como consecuencia el anuncio de que declinará aceptar cualquier candidatura a cargos electivos el año que viene.

La analítica dominante comenzó desde ese momento a especular sobre dos escenarios hipotéticos.

El primero es el que quedaría configurado si Cristina cumple su palabra y se aparta del protagonismo electoral.

El segundo es el que desconfía del renunciamiento y calcula los plazos, modos y consecuencias de un operativo clamor.

Pero esa perspectiva de análisis -tan cautivada por lo que suele mencionarse con frecuencia como la centralidad de Cristina- soslaya el dato más relevante a considerar tras la condena y la catarsis: cuál fue la reacción social.

Pueblo y burocracia

Durante meses, cada vez que se mencionaba la posibilidad de una condena judicial a la vicepresidenta, el oficialismo amenazaba con un cataclismo de rebeldía generalizada e incontrolable del pueblo indignado por la novedad de que el adjetivo de la corrupción pase a ser un sustantivo asociado al apellido Kirchner.

Esa rebelión solidaria y espontánea, prometida a imagen y semejanza del 17 de octubre de 1945 -fecha fundacional del peronismo como movimiento político- no ocurrió.

Cristina se quejó amargamente por su inexistencia en la cena que compartió después de su condena con la conducción de La Cámpora.

La estructura cortesana del kirchnerismo se puso a preparar una movilización resarcitoria para mañana, que luego pospuso por enfermedad de la vice.

Pero fue una reacción de burócratas pensada con los reflejos dormilones y los métodos presupuestívoros de toda burocracia.

Cristina protestó: nadie parece asumir los compromisos que conlleva empuñar el bastón de mariscal.

Es la estructura que ella misma diseñó al poner a la cabeza al menos napoleónico de los dirigentes que podrían rodearla. Su hijo Máximo, el mismo del trauma infantil con los soldaditos.

Otros coroneles de filiación putativa fueron más insensibles. Por las dudas, no esperaron ni el asomo del operativo clamor. Juan Grabois, por caso, se anotó con urgencia como candidato a presidente antes de que Cristina aclare el alcance de su renunciamiento.

La liga de gobernadores dió por cumplida la solidaridad con la condenada con la simple emisión de una cadena de tuits. Se lanzó a especular sobre la conformación de la futura fórmula presidencial.

La mayoría de los jefes distritales ya disparó como pudo el proceso electoral en sus provincias, separando las fechas de la elección nacional.

Sergio Massa, en cambio, se movió con cautela. Percibe una amenaza: la de una candidatura con inflación y sin Cristina.

Alberto Fernández también movió despacio. En los papeles, la declinación de su vice debería oxigenar su ambición reeleccionista. En realidad, es todo lo contrario. La misma Cristina que lo encumbró es la que ahora puede arrastrarlo al llano.

Temperatura ambiente

¿Cristina esperó para el escenario de su condena una reacción social finalmente inexistente, una movilización espontánea que sólo estaba presente en los capítulos más imaginativos de su relato?

La gente reacciona espontáneamente por satisfacción o por protesta. Las calles del país estuvieron desbordadas, sí. Pero por festejos que no tienen ningún vínculo directo con la política y más bien reflejan la necesidad social de respirar un par de horas sin agobio. Aunque sea en los breves instantes que ofrece una victoria deportiva.

También está en las calles la protesta. Todos los días la convivencia social se ve desafiada por movilizaciones y reclamos de los excluidos organizados en estructuras parapolíticas. O de trabajadores conducidos por organizaciones sindicales. En ningún caso esa protesta social tiene como objetivo consolar a la jefa política del oficialismo por las imputaciones judiciales que se le endilgan. Más bien son expresiones de insatisfacción cada más pronunciada por la caótica gestión económica del gobierno que la vicepresidenta integra y conduce mientras miente en público que los gobernantes son otros.

Esa temperatura ambiente parece haber sido mejor percibida por los dirigentes más relevantes de la oposición.

Mauricio Macri aprovechó su condición de dirigente de la Fifa para estar asociado al evento global que mejor expresa en estos días los anhelos compartidos de los argentinos.

Horacio Rodríguez Larreta viajó a Washington para entrevistarse como presidenciable con los mismos funcionarios que el presidente Biden envió a Brasil para acordar geopolítica con Lula Da Silva.

Patricia Bullrich eligió posicionarse como la dirigente opositora más contundente frente a la sentencia contra Cristina. Bullrich recordó que si estuviese vigente la normativa de extinción de dominio que ella impulsó, la vicepresidenta estaría a estas horas menos ocupada en explicar su renunciamiento y más en calcular el valor residual que le reconocerían por su devaluado bastón de mariscal en alguna oscura cueva de empeño.

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