“La nobleza del árbol y la austeridad del monumento están en acuerdo total... Se transformó el talud y basamento pequeño y fragmentario, se suprimieron faroles, balaustradas y sitios para vehículos, como calles. Se creó una escalinata monumental, verdadero símbolo del sitial patriótico. Se accede al monumento ascendiendo con el espíritu”. Arquitecto Daniel Ramos Correas
Han pasado cosas memorables en esta provincia. Como en todas partes, caminando entre lo cotidiano, lo previsible, lo habitual, aparecen los hechos destacados y destacables, las personalidades imprescindibles, los irremplazables, los que marcan la diferencia entre los que hacemos lo que podemos y los que han ido mucho más allá. Más o menos lo que ocurre en todos lados, pero acá. Porque si en todos lados ocurre lo que merece el recuerdo, acá, sin ir más lejos, se desarrolló una epopeya que liberó parte del cono sur con un ejército, objetivos y principios que no eran los convencionales de los conquistadores de esas épocas. Y cien años después, hubo quienes consideraron que los protagonistas de la epopeya merecían ser recordado con un monumento acorde a esa gesta. También acá, por esos años, hubo testarudos que crearon un parque, algo inglés, unos toques de francés, en un desierto al pie de la cordillera. Y hubo quienes valoraron esas obras, tomaron el desafío de extender en el territorio esa otra hazaña, esta vez, la hazaña cívica de plantar árboles, y le dieron una impronta acorde a nuestro entorno andino.
En otras palabras, unieron lo disperso, crearon lo que faltaba e inventaron un lenguaje propio para el paisajismo de esta parte del mundo. Nada más. Nada menos.
Tuvimos suerte. El arquitecto Daniel Ramos Correas tomó esa posta. Y no fue un trabajo que se encontró sin pensarlo y de un día para el otro, porque, junto al escribano José Benito de San Martín hacía dos décadas que desarrollaban una intensa campaña para promover el arbolado público y el desarrollo urbano, productivo y económico de la provincia. Cuando la distancia entre las villas cabeceras de los departamentos eran caseríos entre viñas y chacras, se tomaron el tiempo para pensar, discutir y visibilizarnos lo que hoy llamamos Área Metropolitana del Gran Mendoza. No hubo casualidades ni improvisaciones. Pasaron por encima de los límites departamentales y los valores estéticos del academicismo clásico. Y al momento de hacerse cargo de la Dirección de Parques, Calles y Paseos, don Daniel tenía un plan muy detallado y fundamentado de todo lo que pensaba hacer. Absolutamente todo. Para tener una idea de la dimensión de esa obra, para ahorrarnos palabreríos y explicaciones, en esos 5 o 6 años surgieron los símbolos de la provincia, las obras que nos han dado identidad cultural, las que nos particularizan y con las que nos sentimos representados. De su cabeza a su mano y del lápiz al papel, proyectó y llevó a su concreción el “Plan del Parque General San Martín”, el Teatro Griego (Hoy, Frank Romero Day), el Pequeño Teatro para Niños (hoy, Pulgarcito), la Plaza Independencia, el “Concurso para el Plan Regulador de 1942” (de donde surgen entre otros, la Avenida de Acceso Este y el Centro Cívico), el nuevo Parque Zoológico y el Parque Yrigoyen de San Rafael. Cualquier arquitecto con sangre en las venas daría un brazo para poder hacer una sola de esas obras.
Y hoy, a raíz de la intención de construir un restaurante en la explanada del Monumento al Ejército de los Andes, los ojos se han puesto sobre su obra paisajística más desafiante, la que ha logrado conjugar las raíces históricas con el paisaje. La obra que le dio al monumento un marco acorde a su relevancia, le creó un entorno digno, jerarquizó el conjunto, eliminó objetos extraños y donde dejó plasmado cómo unir nuestro paisaje con nuestra cultura. Es su legado paisajístico. El Cerro de la Gloria es nuestra Acrópolis. Así lo dice en sus escritos. Un lugar “sagrado” en el sentido en que se interpreta en cualquier ciudad del mundo a los espacios que rinden homenaje a su historia y a sus protagonistas. Esos espacios cuya esencia debe permanecer inalterada a través de los años.
El 8 de noviembre es el Día Mundial del Urbanismo. Nuestras ciudades, nuestros espacios públicos, desde los cotidianos hasta los de homenaje, los que nos recuerdan qué somos y de dónde venimos y, por sobre todas las cosas, las personas que les dieron forma y materializaron lo que hoy disfrutamos, merecen una consideración respetuosa y una comprensión que no se ve reflejada cuando se lo considera solo como una escenografía agradable y una buena oportunidad de negocio para la gastronomía y el turismo.
*El autor es Arquitecto.