En cada niño nace la humanidad. (Jacinto Benavente)
Se dio sentencia para quienes asesinaron a Lucio, un pequeño que vivía con las personas que se supone, a decir de Kapla, son la “trama de la vida”, nuestros progenitores, la familia, quienes sostienen a todo el que nace y que a más pequeño más necesaria es la cohesión de dicha trama, aunque siempre las fallas en la misma nos afecta, aún de adultos.
Lo más significativo es esta necesidad que tenemos en nuestro amado país de posturas binarias, a favor o en contra. Un mensaje de tweet increpaba a otros con esta afirmación “hay que ver qué hacía el nene para que reaccionaran así”. No podía creer esto, por favor que me diga qué conducta amerita la muerte. Acá agravado por la tortura y el abuso. Esto era respuesta a la Diputada Ofelia Fernandez que sentía lo ocurrido pero que no se hablara de esto para perjudicar la diversidad. Hoy la ministra de la mujer vuelve a la misma lógica, que este juicio afecta lo logrado en ése área.
¿Tienen conciencia que hablamos de un pequeño abusado, torturado y asesinado? ¿Qué diferencia hay si los asesinos son hombres, mujeres, autopercibidos de manera diferente? Hay un niño que vivía feliz, que cuando sus padres se separan queda con una familia sustituta, en este caso sus tíos paternos y abuelos. Y, sin investigar, entrevistar o visitar las partes, lo entregaron a su mamá, que a priori es lo más natural. Sin embargo lo mató el odio de su madre y la pareja, la desidia de un sistema que “supuso” sin verificar el estado socio-ambiental y psicológico de Lucio. Prestadores de salud que no cruzaron información ya que dudo que en Santa Rosa hayan tantos efectores de salud que no puedan saber cuántas veces ingresó con fracturas, golpes y escoriaciones. Una red de contención, que suele ser la primera en advertir estas situaciones es la escuela en general y los docentes en particular, se ha visto un bracito enyesado, moretones en ambas mejillas, y nadie alertó. La policía a quien cuando la vecina denunció lo que estaba padeciendo el pequeño, fue a la vereda de enfrente y ni siquiera tocó las puertas vecinas para averiguar.
A Lucio lo mató su mamá y la pareja. Y una larga cadena de conductas políticamente correctas porque avisar que se sospechaba maltrato era cuestionar la sexualidad de su madre. No, nadie juzga la sexualidad materna, o su vestimenta, su estilo de vida. Se juzga que terminó con la vida del pequeño. Acá no hay que tomar partido, hay que pedir justicia, porque ellas presas o no seguirán vivas, estudiarán, harán deportes, tal vez continúen juntas o tengan nuevas parejas. Todo eso se le negó a Lucio. Pero antes le hicieron vivir un infierno. Para un niño de 5 años el adulto referente es quien lo cuida, lo cobija, lo alienta, lo corrige, lo arropa, esos adultos lo humillaron, quemaron, golpearon y le negaron acercarse sus vínculos afectivos: la familia paterna.
No se puede ser superficial, ni correcto, ni tibio. No desear que les pase nada malo en la cárcel, los DDHH son para todos y es bueno entenderlo, pero que no las liberen en unos años porque hagan un curso de tejido o lo que fuera. Esos cursos son buenos y necesarios para la reinserción de personas que en la vida no tuvieron oportunidad de aprender un oficio, o como terapia ocupacional. No para disminuir los años de sentencia. No es venganza, sino justicia.
Estamos replicando dos conductas propias de los argentinos/as de los últimos años. Primero anteponer las partes al todo, si esta verdad puede perjudicar mi espacio, hay que ocultarla, disimularla y hasta justificar al culpable. Pues el fin no justifica los medios. Si la consecuencia es mala, me dolerá pero hay que aceptarlo. Hace un tiempo en este espacio plantee que habíamos cambiado valores, que son universales y para todos, por códigos que son sólo para mis amigos. La segunda conducta es no aceptar los errores propios, pero ni siquiera se niegan o justifican, simplemente se culpa a otro. Una de las asesinas dijo que todos la juzgaban a ella pero no miraban al progenitor. No, por supuesto, quién lo torturó y mató fue ella. Si el padre fuera cómplice debería estar preso, pero quien tuvo ese rol fue su nueva pareja.
Lo que no se asume no se redime, y no vimos dolor ni arrepentimiento en ellas, esto es solo una percepción y puede que interiormente lo sientan. Pero no conmoverse ante tanto dolor con un niño llorando, y suponemos rogando que no lo agredan nos da la pauta que ambas carecían de inteligencia social, empatía, pero especialmente de amor.
Lucio ya no sufre más, pero tampoco sueña, se ríe, o espera una caricia. Pero puede servir para que no haya otros Lucios que contemos con jueces probos, equipos y asesores que no supongan sino verifiquen, que no se colonicen con la historia de nadie, sea hombre, mujer, padre, madre, vecino o abuelo. El paisaje es el mismo, pero cada uno lo mira desde su propia ventana. Nunca las precauciones son demasiadas si el objetivo es el bienestar del más vulnerable, el niño. El adulto tiene sus herramientas para afrontar situaciones adversas o deberá encontrarlas. Pero el niño está formando su capacidad de resiliencia, y para ello mirará a su adulto referente. ¿Qué imagen tendrá del mundo adulto que debe cuidarlo y protegerlo?
Un pensador describía estas situaciones como la falta de abrigo, falta de alimento, falta de arrullo. Como si la violencia fuera un modo de salir de la intemperie del hambre. Se podría decir que la violencia es una enfermedad de la ternura, y si algo le faltó en los últimos tiempos de su corta vida a Lucio fue ternura.
* La autora es Psicopedagoga. Licenciada en Psicología. Mediadora Completa. Orientadora Familiar. Magister en Psicología Social. Doctoranda en Psicología.