La reciente presentación del plan de Defensa del Reino Unido, que incluye la ampliación de su plan nuclear y la ratificación de mantener su defensa militar en Malvinas, reafirma una pretensión colonialista que va en contra de los pedidos de la comunidad internacional y las diversas resoluciones de Naciones Unidas.
Las consideraciones postuladas por el primer ministro Johnson reiteran la tradicional actitud colonialista y militarista del Reino Unido. Dicho acontecimiento sucede apenas 3 meses después del acuerdo comercial que el Reino Unido y la Unión Europea firmaron a pocos días de completarse el Brexit a fines de 2020 y que dejó afuera a los territorios británicos de ultramar. Como consecuencia, el bloque europeo dejó de considerar como posesiones británicas a un grupo de regiones donde están incluidas las islas Malvinas. Este acuerdo debilitó diplomática y políticamente la pretensión británica de mantener su dominio en estos sitios. Por lo tanto, es una lectura inevitable suponer que el nuevo plan de Defensa del Reino Unido responde, al menos parcialmente, a esta evidente debilidad post Brexit.
También queda claro que la política de militarización es una conducta sostenida en el tiempo. De hecho, Londres puso en operaciones una gran base militar en Malvinas en 1986 y hoy el archipiélago es uno de los lugares más militarizados del planeta con 1.500 efectivos para una población de 3.000 personas. Ese mismo año, la ONU declaró el Atlántico Sur Zona de Paz con el voto de 124 países, entre los que se encontraba el Reino Unido, que incumplió su propio dictamen.
Otro aspecto contradictorio es que, siendo miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, y responsable de velar por la paz y la seguridad internacional haya incluido en su política de Defensa el incremento, de 180 a 260, su arsenal de ojivas nucleares para fortalecer su seguridad y la de sus aliados. Es lamentable y trágico a su vez que mientras la humanidad lucha contra una pandemia devastadora, enfrenta desequilibrios ambientales extremos, masivas crisis migratorias, y economías maltrechas que expulsan a millones de personas a la pobreza más extrema, Boris Johnson proyecte incrementar el presupuesto de Defensa en unos 33 mil millones de dólares. Con este retroceso no solo viola sus compromisos con el tratado de no proliferación de armas nucleares, sino que coloca el sueño de una Gran Bretaña Global como un proyecto provocativo que suma incertidumbre y desequilibrio al sistema mundial. Tal como lo denunció la Campaña Internacional para la Abolición de Armas Nucleares, laureada con el Premio Nobel de la Paz, “la decisión del Reino Unido de aumentar su reserva de armas de destrucción masiva en plena pandemia es irresponsable, peligrosa y viola el derecho internacional”.
También el gobierno argentino reaccionó solicitando a la administración británica que “debe escuchar a la comunidad internacional que promueve el fin del colonialismo en el mundo”. Pero lejos de toda responsabilidad Gran Bretaña cree poder restaurar “sus glorias perdidas”, apelando al poder de las armas, mientras sigue sosteniendo su ilegítima presencia en el Atlántico Sur, apropiándose de las riquezas alimenticias, energéticas y minerales allí existentes y vigilando tanto el acceso a la Antártida como del pasaje bioceánico entre el Atlántico y el Pacífico para su exclusivo beneficio. Gran Bretaña acaba de colocar un ladrillo más en la pared de la intolerancia y la hipocresía.
*Los autores de la nota son licenciados en Politología y miembros del Foro Nuevo Cuyo.