¿Se imaginan si el virus se contagiara por el teléfono? Estaríamos todos contagiados. Porque nunca antes como ahora se está utilizando el teléfono para comunicarnos. El que inventó el celular jamás pensó que iba a servir para hacerle frente a una pandemia.
Lo usamos todo el día y, a veces, para lo menos que lo utilizamos es para hablar. Lo hacemos para mandar memes o WhatsApp, que son dos formas de conectarnos con los demás.
Ahora nos parece normal, pero no vayamos muy lejos, imaginémonos la sociedad de hace cincuenta años. Ni se les habría cruzado por la mollerita que pudiera existir un aparato sin cables, móvil, que se pudiera usar para lo que ellos necesitaban cables y más cables.
En mi temprana infancia recuerdo haber visto a las llamadas por entonces “centrales telefónicas”, donde alguien -generalmene una mujer- metía cables en agujeros de un gran aparato para lograr el contacto entre teléfono y teléfono.
Se ha atribuido, con errar, la invención del teléfono a Alexander Graham Bell, pero fue el tano, radicado en Estados Unidos, Antonio Meucci quien en 1854 construyó el primer prototipo al que llamo “teletrófono”. Ocurrió que Meucci no tenía dinero para patentar su invento, entonces sólo presentó una breve descripción en la Oficina de Patentes en 1871. Cinco años después, en 1876 Alexander Graham Bell fue el primero en patentarlo y junto a Elisha Gray fueron considerados los inventores del teléfono. Y por supuesto se llevaron toda la gloria. Hace relativo poco tiempo, el 11 de junio de 2002, el Congreso de los Estados Unidos de la USA que nos usa aprobó la resolución 269 en la que se reconoce que el verdadero inventor del teléfono fue Antonio Meucci.
Sin embargo, a pesar de la reparación histórica, todavía se lo sigue considerando a Bell (a Elisha Gray nadie la juna) como el creador de semejante aparatito que iba a revolucionar las comunicaciones del planeta.
Pero ninguno de los nombrados se imaginó que podía haber en el futuro un teléfono sin cables, con el cual uno pudiera andar por cualquier lado, como perico por su casa, hablando con el prójimo, siempre y cuando haya señal.
Hoy es una normalidad. El tipo se desespera si el teléfono celular no le funciona; se siente aislado de la humanidad, un paria del silencio. Se siente perdido, aislado, fuera de toda consideración.
Porque su utilización es masiva, aunque no sé si al teléfono le cobran el IVA. Hay miles de millones de teléfonos en el mundo y uno con ellos puede comunicarse con alguien que está en Cancún con sólo marcar un número. Qué buena opción es estar en Cancún en época de pandemia.
Su utilización es abrumadora. No tengo las estadísticas, pero sería interesante saber cuántas horas los habitantes del mundo hablan por celular todos los días. Nos asombrarían esos números. Porque el tipo habla con el aparato mucho más tiempo que con cualquiera otra persona. Es como un aditamento de su cuerpo; no puede estar sin el aparato. Es muy posible que en el futuro le introduzcan al recién nacido un chip que copie las bondades del aparato. Entonces será imposible olvidárselo, como hoy ocurre.
El teléfono celular, compañero inseparable en estos momentos difíciles, a tal punto que podemos decir que de haber tenido una pandemia sin celular, la vida se habría vuelto insoportable.