El día siguiente de aquel en que Néstor Kirchner fuera elegido por Duhalde como su candidato a la sucesión presidencial -en 2003- escribí un artículo donde afirmaba que Kirchner -en lo poco que se lo conocía- tenía dos tendencias contradictorias en sí mismo: era un señor feudal en tanto gobernador, pero a la vez su discurso era progresista. Sostuve entonces que deseaba que triunfara la segunda tendencia sobre la primera para que hiciera una buena presidencia. Lo que no me imaginé es que supo fusionar magistralmente ambas tendencias en una sola y ese fue el secreto de su éxito. Esta nota habla un poco de eso.
El nuevo libro del historiador italiano Loris Zanatta -recién aparecido- llamado “Fidel Castro, el último rey católico”, defiende la tesis de que Fidel y el modelo por él construido en Cuba es más una Iglesia laica que una sociedad comunista, y que por eso ha logrado tantas adhesiones entre muchos sectores intelectuales de Occidente, que no vivieron nunca dentro de un sistema como el que defiende Cuba, pero siempre lo añoraron.
Que esa pequeña isla haya sobrevivido a la implosión de la mitad del mundo con la que se identificó ideológicamente, indica que no se la debe subestimar, ni siquiera demonizar. Algo hay en ella que tiene que ver con aspectos significativos de la naturaleza humana. Zanatta no duda en que se trata de ideas religiosas, que poseen aun los que no creen en ellas.
El modelo cubano propone luchar contra el capitalista, ese donde conviven la miseria por abajo y la riqueza por arriba en un estado de desigualdad que podría calificarse de obsceno. En Cuba no habría ni miseria ni riqueza extremas, sino una pobreza soportable que no saca al pobre de pobre pero le impide caer en la indigencia. Aunque a cambio de eso, que no es poco, prohíbe el progreso individual y la libertad política, salvo que se sea parte de la elite dirigente.
Cuba antes del comunismo era un país con marcadas desigualdades pero de clase media, con gente educada y sana en comparación con casi todo el resto de América Central. La revolución se enfocó allí. y desarrolló aún más esas potencialidades positivas. Hoy se ha convertido en un faro heroico para los que aún mantienen la fe en la idea revolucionaria. Isla mitológica que sobrevivió a la guerra fría, a la caída del imperio soviético y hasta a la globalización.
Pero así como fue un referente triunfante en lo ideológico, fue también un fracaso estrepitoso en la exportación de su modelo. Durante los 60 y 70 lo intentó exportar mediante la lucha armada. Y en lo que va del siglo XXI mediante el voto popular, el bolivarianismo fue eso. Hugo Chávez quiso hacer Venezuela a imagen y semejanza de Cuba pero devino un desastre.
A Cuba se la puede reverenciar o admirar pero no imitar, no se puede exportar y difícilmente se pueda transformar internamente. Hace mucho que quiere ir al modelo chino pero con ello corre dos riesgos: el de perder su imagen de Vaticano de la religión socialista y el de que su elite política sea reemplazada por otra.
Cuba hay una sola y nunca habrá otra más. Es la excepción que justifica la regla. Es lo único que queda de comunismo que -desde esa ideología- puede defenderse. Corea del Norte es una dictadura atroz y criminal.
La ventaja de la ideología revolucionaria es que lleva ventaja en las batallas culturales porque todos los que la defienden forman parte de una religión laica compleja de discutir. Porque es muy difícil creer que el egoísmo y el individualismo como motores de la historia (fundamentos del capitalismo) sirvan más para construir sociedades mejores que la solidaridad (fundamento del socialismo), aunque efectivamente sea así. La fortaleza de los ideales socialistas es porque expresan todo lo que queremos ser, mientras que el capitalismo expresa mejor todos lo que somos. Y somos mucho más malos, o mediocres, de lo que queremos ser. Nadie está conforme con lo que es, todos quieren el deber ser. Y eso es lo que promete el socialismo hoy, como el cristianismo hace 21 siglos. Y contra la fe no hay evidencia empírica que valga. Salvo -y no es un tema menor- que el cristianismo prometía ese reino pero no en este mundo, mientras que el socialismo lo promete en la tierra.
Pero la realidad es que toda sociedad socialista revolucionaria fracasó históricamente en muy pocas décadas. Y no cayendo mediante otra revolución ni invasión ni golpe de Estado sino por sí misma. Porque al no poder realizar la libertad absoluta, a cambio intentó concretar el control absoluto, dos formas antihumanas de ejercer el poder. Sin embargo, su mitología es capaz de sobrevivir a la muerte de la sociedad que la expresa. Mediante la transformación del ateísmo en fe revolucionaria. Y Cuba, para el creyente es la prueba viviente de la realización de la igualdad humana. Si no se logró del todo es porque es una pequeña isla rodeada del mal capitalista, pero está en el camino correcto. Allí todos reciben educación y salud bastante eficiente, al menos en las cuestiones básicas. El pueblo es todo igual, y salvo periféricamente no vive del lucro capitalista. Es una teocracia comunista socialmente realizada, a la cual habría que dotar de racionalidad económica porque hasta ahora le fue más o menos bien solo cuando contó con alguna ayuda externa. Quizá ahora deba aceptar un poco más de capitalismo, pero sin perder sus cualidades revolucionarias de pueblo igualitario, educado y sano, cosa que jamás podrá lograr el capitalismo aunque sea mil veces más poderoso. Eso cree el creyente.
El defensor del liberalismo que vaya a Cuba verá algo que no le inspira ninguna valoración positiva, mientras que el socialista que vaya allí verá exactamente lo contrario. Para el no creyente Cuba es apenas un Museo que expresa a un mundo desaparecido, pero para los fieles es una Iglesia que expresa un mundo que tarde o temprano volverá para acabar otra vez con Sodoma y Gomorra, las ciudades de la globalización.
El modelo K algo de eso ha entrevisto, aunque no sea nada de eso. Fue siempre -y lo será- la traslación al país del modelo caudillista de Santa Cruz, solo que para intentar concretarlo en el país todo, necesita sus cultores y para eso se alió con el progresismo unificando así por izquierda ese feudalismo conservador con las utopías socialistas. No quiere ir ni a Venezuela ni a Cuba pero los apoya porque esos son los modelos de los progresistas de acá y del mundo que los apoyan a ellos y eso le da un impresionante fundamento ideológico. A cambio, un par de veces por año Cristina organiza algún “Vicentín” para satisfacer a los revolucionarios de la platea y de la popular. Pero todo lo demás, los K ya lo hacían en el sur.
En otras palabras, el kirchnerismo es el modelo Santa Cruz pero poniendo adentro -para disimular el feudalismo autoritario- todas las ideas de la izquierda populista actual, el comunismo chino de mercado, el comunismo estatista de Venezuela y Cuba, la teocracia iraní, el zarismo soviético. Hasta tiene hijos propios como el “Podemos” español, un venezolanokirchnerismo a la europea, más leve.
Combatir contra el feudalismo, vale decir contra lo que queda de la vieja barbarie cultural y económica argentina que sobrevive en las provincias más chicas y en parte de la más grande, se puede seguir combatiendo con las ideas de la civilización liberal republicana como se hacía en el siglo XIX. Pero adosado a esa mezcla de populismos rejuntados es mucho más complicado porque esa Iglesia laica pletórica de creyentes bien formados y de sacerdotes evangelizadores es muy grande y muy atractiva, incluso para muchos jóvenes escépticos (en una edad en que no se debería ser escéptico) que allí encuentran los ideales que la política pragmática y profesional hace tiempo que ha olvidado. He aquí una de las razones del discreto encanto del kirchnerismo, particularmente en su versión cristinista.