Frente a la crisis que representa para el régimen de Nicolás Maduro el intento de asumir la presidencia por parte de Edmundo González Urrutia, el presidente tomó una decisión trascendente en el campo militar. Se trata de la suma de las milicias populares armadas a las Fuerzas Armadas y policiales. Hasta ahora la acción represiva estaba a cargo de lo que se llamaba el “poder militar-policial” que integraba en forma coordinada a ambos componentes. Cuando entraba en riesgo el control de la calle por parte de la policía, se desplegaban las Fuerzas Armadas para proteger objetivos y así lo hicieron en repetidas oportunidades durante el fallido gobierno interino de Juan Guaidó. La novedad es que se ha incorporado en esta nueva crisis un tercer elemento, las mencionadas milicias populares como estructura del Estado. De esta manera, el poder coercitivo está integrado por un trípode militar-policial-popular. Las milicias no son nuevas, llevan años de organización e instrucción, pero su capacidad militar es muy desigual. Están constituidas principalmente por personas que habitan áreas rurales y que entonces tendrían menos pruritos en chocar con la oposición urbana. Desde el punto de vista político, la participación de estas milicias muestra que el conflicto ha llegado a un punto sin precedentes, pero también que Maduro está decidido a emplear hasta el último recurso del área de la defensa para mantenerse en el poder, y que probablemente no eluda el riesgo de guerra civil.
El Jefe del dispositivo militar-policial-popular es el general Vladimir Padrino López, quien durante casi una década ha sido el máximo responsable del mando militar venezolano. Es un general que se ha mantenido fiel a Maduro y ha logrado hacer lo mismo con las fuerzas militares y policiales. Dados los antecedentes de los conflictos anteriores, María Corina Machado se mostró dispuesta a salir a la calle con sus partidarios el 9 de enero, con la intención -no demasiado precisa- de tomar la delantera al Gobierno en cuanto a ocupar la calle. Pero fueron desplegados miles de hombres de las Fuerzas Armadas y de seguridad para dominar la situación anticipadamente. La oposición había convocado a enfrentar la represión con consignas como “No tiren contra el pueblo”, buscando asemejar esas imágenes que se dieron en represiones en México, la “Primavera Árabe”, Europa Oriental y de civiles parados frente a un tanque, como sucedió en China. Sin embargo, esto no sucedió. La presencia del presidente electo Edmundo González Urrutia siempre estuvo en duda. El secuestro de su yerno lo habría impactado anímicamente. La idea de que llegara a Venezuela acompañado de nueve ex presidentes de la región tampoco prosperó. Es que Maduro había anunciado que todos ellos serían detenidos y enjuiciados como invasores si pisaban territorio venezolano y desplegó misiles tierra-aire para derribar aviones que ingresaran clandestinamente al país.
Un golpe de mano organizado por mercenarios favorables a la oposición que encienda una insurrección general era una posibilidad, pero de baja probabilidad. Maduro hizo cerrar anticipadamente la frontera con Colombia para evitar un juramento de Edmundo González Urrutia en una zona fronteriza del territorio nacional. Es que el hecho de que la fecha de la asunción del presidente electo fuera a diez días del final del gobierno de Biden y el comienzo del de Trump tampoco facilitaba una coordinación operativa por parte de Estados Unidos. En caso de que la situación derive en una guerra civil de baja intensidad, ninguno de los países de la región parece dispuesto a tomar parte, por lo menos inicialmente, con la excepción de Cuba y Nicaragua, que manifestaron hacerlo a favor del régimen venezolano. Esto es decisivo en el caso de Brasil, dada su importancia regional y su frontera con Venezuela. En el ámbito global, las posiciones han sido muy diversas. Argentina, junto con Perú, Ecuador, Paraguay y Uruguay, desconocieron la asunción de Maduro. Pero en cambio Brasil, México y Colombia la convalidaron, asumiendo un bajo perfil y mandando a sus embajadores locales. Cuba y Nicaragua concurrieron con sus presidentes. La Unión Europea, al igual que Estados Unidos y Canadá, desconocieron la asunción de Maduro. Pero en el grueso de Asia y África predominó el apoyo al ocupante del palacio presidencial o la neutralidad. Como pasó con Juan Guaidó, en Occidente predomina el apoyo al presidente legítimo, pero en el resto del mundo no se da así.
En definitiva, el apoyo de las fuerzas militares, policiales y populares que mantuvo Nicolás Maduro fue la clave de su éxito en la crisis del 10 de enero. Esta nueva derrota de la oposición no impedirá que siga reclamando en el ámbito internacional, pero puede desalentar a sus militantes locales. Es que mientras América Latina apareció con posiciones divididas y la Unión Europea, junto con Estados Unidos y Canadá, respaldaron a la oposición, en Asia y África predominó el apoyo o la neutralidad a Maduro.
* El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.