Nuestra provincia ha sido escenario de numerosas tragedias naturales, algunas de las cuales quedaron en el olvido, a pesar de la enorme capacidad destructiva que tuvieron. Entre ellas, un aluvión de fines del siglo XIX.
Durante la mañana del 8 de enero de 1895, las inmensas nubes que se cernieron sobre parte de Mendoza dieron origen a una enérgica tormenta. Aunque duró sólo un par de horas, fue intensa y poco después el agua descendió a raudales desde el piedemonte.
Sólo bastaron unos minutos para inundar cientos de hogares y edificios, entre los que estaba la estación del ferrocarril, llevando consigo locomotoras y vagones.
Algunas máquinas terminaron sepultadas bajo un metro de barro, volviéndose inutilizables.
A tres días de la tragedia, Diario Los Andes señaló que seguían sacando barro y agua, quedaban aún muchas jornadas de trabajo.
Los vecinos Isidro Escudero y José Villalonga -administrador de los talleres del ferrocarril- habían prestado sus bombas, pero todo resultaba insuficiente: “Los carros municipales conducen barro y más barro sin conseguir concluir”.
El alud de fango generó enormes pérdidas materiales entre los comerciantes que vieron sus productos malogrados, pero no fueron los únicos damnificados: llegó a destruir casas y edificios provinciales.
Muchos vecinos se treparon a los techos para salvar sus vidas, mientras veían pasar por las calles bordelesas de las numerosas bodegas y licorerías distribuidas por la ciudad.
Sobre “La simpática”, tienda ubicada en la calle San Martín frente a Las Heras, cuenta Los Andes que sólo se encontraban sus dueños cuando “vieron que por la calle Las Heras bajaba con fuerza extraordinaria el terrible aluvión. Inmediatamente cerraron las puertas de la tienda, atracándolas por dentro con una barra de fierro. La avalancha de agua, que arrastraba gran cantidad de piedras y palos, no tardó en precipitarse sobre la casa rompiendo los cristales de la vidriera”.
Ambos terminaron saliendo pues el agua crecía en el interior del comercio. Una vez en la calle cada uno se abrazó a un árbol. “El agua les llegaba hasta el cuello recibiendo en su cuerpo el choque de los palos, piedras y demás objetos que arrastraba la corriente. En esta crítica situación permanecieron como quince minutos hasta que las aguas empezaron a disminuir, logrando salvarse”.
La tienda tuvo que ser demolida, al igual que muchos de los espacios cercanos.
Por pedido de Benito Villanueva, quien era entonces legislador nacional, la Cámara de Diputados envió de manera inmediata dinero a Mendoza. La iniciativa privada fue muy importante, entre los nombres que menciona la prensa encontramos el de Don Antonio Tomba que prestó siete carros con sus respectivos peones para auxiliar a la ciudad.
Además de los cuantiosos daños materiales, el aluvión de 1895 se llevó la vida de casi treinta personas. Muchas de las cuales fueron halladas durante los días posteriores, sepultadas en el barro. “Se ha extraído de entre un montón de maderas y escombros de la calle Necochea esquina Belgrano un cadáver que no ha sido identificado”, señala con pesar Diario Los Andes.
*La autora es Historiadora.