Que las escuelas están recuperando su vida. Que en estos días, niñas y niños de salas de 4 y 5 y quienes van a primero, segundo y tercer grado se han mostrado felices de reencontrarse con compañeros, de poder estar “apiñados” otra vez en el aula (aunque el Gobierno dice que son casos puntuales, creo que son muchas más las aulas saturadas que las que tiene en mente).
Que hay docentes maravillados y críticos a la vez de ser protagonistas de este retorno.
Que hay padres que siguen insistiendo en que no quieren exponer a sus hijos a la presencialidad y exigen trabajo virtual (aunque después no lo cumplan).
Que hay chicas y chicos que no han vuelto. ¿Cuántos? Lo suficiente para que los organismos de Desarrollo Social -que durante estos meses de pandemia debían contactarlos- no den abasto.
Que hay estudiantes de secundaria deseosos de un sistema presencial que les permita ordenarse.
Que hay familias que se quieren sacar a sus hijos de encima y los largaron a la escuela ni bien abrieron las aulas otra vez.
Que todo se va arreglando sobre la marcha. ¿Es bueno o es malo? Tiene sus pro y contra, pero se podría decir que está en el ADN argentino, ya que en estas latitudes pocas cosas arrancan totalmente “redonditas”. Y hay quienes promueven que es mejor tirarse a la pileta para aprender a nadar que esperar a saber nadar para tirarse a la pileta (aunque, en cualquier caso, hay que asegurarse de que la pileta tenga agua).
Que esta realidad cambia según desde el ángulo en que se la mire...
Ahí está el quid de la cuestión. Varias veces me pregunto ¿cuál es la realidad escolar que existe en Mendoza? ¿la que viven miles de trabajadores y familias o la que perciben los funcionarios de Casa de Gobierno?
Algunos podrían asegurar que es la misma vista desde distintos ángulos. Pero cuando hablo con unos y otros me da la sensación de que se trata de dos mundos.
Cada vez que me he reunido con José Thomas repite con insistencia que promueve el diálogo, que busca tener en cuenta experiencias y opiniones de quienes están en las aulas día a día. Lo garantizó para el debate de la fallida nueva ley provincial de Educación, lo dijo a fines del 2020 cuando se empezaron a abrir las aulas, lo repitió en el primer semestre de 2021. Coincidió conmigo en que era lo mejor cuando le transmití una iniciativa europea en la que el gobierno convocó a las familias en cada escuela para armar el plan de recuperación.
Sin embargo, las y los trabajadores de la educación no creen que esa capacidad de escucha sea genuina. Está claro que no tengo contacto estrecho con los 50 mil docentes, pero sí unos cuantos me hacen llegar sus comentarios. También leo otros tantos en redes sociales y aunque hay mucho troll también están aquellos que no encuentran interlocutor y ven allí un espacio donde hacer catarsis sin mucha esperanza de que su opinión sea tenida en cuenta.
Y ¿por qué hay tantos que piensan que su opinión no es tenida en cuenta? Dos jornadas institucionales dieron esas señales. Tanto a principio de año como luego del receso invernal, maestras, maestros y profesores trabajaron imaginando la vuelta a la presencialidad en base a las consignas recibidas. Pensaron, debatieron, armaron propuestas y cuando estaban cargando las iniciativas a las planillas -en sendas ocasiones- se enteraron por los medios o por un tuit del Gobernador de la decisión oficial. ¿Alguien necesita alguna demostración más clara de que realmente no existe el tan mentado diálogo?
Una vez más el clima institucional, por el que tantas compañías se desviven para producir mejores resultados, fue enrarecido. Y se profundizó la grieta... Los paños fríos a ese malestar que los trabajadores sienten hacia arriba son las expresiones de satisfacción de las y los escolares, pero también la vocación de asumir el desafío de que esos chicos y chicas aprendan.
Esto es un claro ejemplo de lo que me dijo hace unos meses Manuel Trongé -profesor de Derecho de la UBA, presidente de Educar 2050 y miembro del Consejo Gobernanza Reduca-: “La educación es un punto de unión, no nos separa”. Lamentablemente, muchos insisten en poner a la educación como constructora de grietas.