Los años de formación
Zarantonello nació en 1918 en el seno de una familia inmigrante acomodada. Realizó sus estudios secundarios en Buenos Aires y entre 1935 y 1941 cursó en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), obteniendo el título de Doctor en Ciencias. En esos años confluyeron en La Plata varios jóvenes que se destacarían más tarde y que fueron compañeros y rivales. Además de Zarantonello estaban Ernesto Sábato que empezó siendo físico para pasar luego a la literatura, el físico Mario que terminó siendo uno de los filósofos de la ciencia más importantes del siglo XX, y para cerrar la lista, José Balseiro, fundador del instituto de Física de Bariloche. Resulta increíble que tantas mentes brillantes hayan convergido simultáneamente en la UNLP, aunque parece que entre ellos no se llevaban muy bien. Concluida su formación viajó a la Universidad de Harvard donde trabajó con el célebre G. Birkoff y en conjunto publicaron un libro sobre cuestiones de mecánica de fluidos. Comenzó así una larga vinculación con esa universidad y una forma de trabajar que mantendría toda su vida: estaba buena parte del año en el exterior y pasaba algunos meses en Argentina. En aquel momento su conexión con el sistema académico argentino era la Universidad de La Plata, pero pronto tuvo que abandonarla.
A fines de los ‘40, el Estado nacional impuso a los docentes universitarios la obligación de afiliarse al partido gobernante. Un grupo de profesores se negó a cumplir con esa exigencia.
Aquí es donde entra en escena Ireneo Cruz, rector por aquel entonces de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), quien creó el Departamento de Investigaciones Científicas (DIC) que funcionaba en una casona de Chacras de Coria y tuvo la picardía de atraer a aquellos profesores rebeldes; no les exigiría la afiliación al partido.
Se juntó en Mendoza un grupo de jóvenes científicos que luego alcanzarían notoriedad en sus diversas especialidades. En el área de Matemáticas, además de Zarantonello, destaco a dos más: el epistemólogo Gregorio Klimovsky y María Luisa Bruschi (“Lisetta”), profesora mía de Matemáticas en el Instituto Balseiro. Es sabido que las Ciencias Exactas están poco desarrolladas en nuestra provincia, pero durante un puñado de años, entre fines de los ‘40 y principios de los ‘50, la UNCuyo albergó a las mejores mentes matemáticas del país.
Zarantonello se estableció en la provincia con su esposa Elisa. Pasaba uno o dos meses en estas tierras y el resto del tiempo enseñaba en universidades de todo el mundo.
El matemático itinerante
Desvinculado de la UNCuyo a mediados de los ´50, vivió como un trotamundos de la Matemática. Resulta difícil precisar en cuantas universidades y países distintos trabajó entre 1955 y 1984, año en que se afincó definitivamente en Mendoza. Probablemente, su vinculación más larga fue con el Madison Mathematics Research Center de la Universidad de Wisconsin. Tuvo también largas temporadas en las universidades de Montreal (Canadá), Montpellier y Lyon (Francia), Lovaina (Bélgica), Pisa (Italia). En los EEUU, además de Wisconsin, trabajó en Stanford, Berkeley, Maryland y Kansas. En Argentina mantuvo una fructífera relación con Córdoba, donde formó a un grupo que estudiantes que cimentaron el Departamento de Matemáticas de esa universidad. Los memoriosos lo recuerdan bajando de un avión en Pajas Blancas, vestido de sport elegante y con una corbata de moño.
Es difícil enumerar los lugares en que trabajó y precisar sus aportes científicos. Sus contribuciones más importantes fueron en algo que lleva el esotérico nombre de “análisis funcional no lineal”.
La persona
Como suele suceder entre quienes cultivan las ciencias exactas, le apasionaba la música clásica; y no solo la escuchaba, sino que se animaba a interpretar algunas obras con el piano. Era también ávido lector y escribía con mucha elegancia. Tengo en mi poder una conferencia que dictó en Mendoza como cierre de un congreso. Es un placer leerla, tanto por las ideas que expone como por el estilo con que lo hace. Tal vez algún día encuentre la forma de publicarla. Zarantonello era brillante y exasperante al discutir sobre cualquier tema. Había que ser muy cuidadoso con lo que se decía, ya que era un polemista temible, rápido, ingenioso e irónico en sus réplicas.
Dominaba a la perfección el inglés, pero también manejaba con soltura el francés y el italiano.
Su personalidad era fuerte, segura y dominante. Alguna vez le confesó a una visitante que cuando era joven era muy engreído. “¿Y ahora?” preguntó la mujer. “Ahora también” fue la respuesta. Sin embargo, atrás de esa fachada se escondía alguien que tenía la candidez de un niño y que siempre estaba dispuesto a dar una mano.
Los últimos años
En 1984, feliz con el regreso de la democracia y ya cansado de trotar por el mundo, se estableció definitivamente en Mendoza. Fue nombrado Investigador Superior de Conicet y participó intensamente en actividades de evaluación. Fue designado director del Cricyt, hoy CCT-Mendoza.
Pero, la gestión no era lo suyo y renunció al año.
Sin embargo, continuó dos décadas más vinculado a ese lugar y ahí fue donde yo lo conocí cuando volví a Mendoza. A media mañana iba a su oficina a tomar un café y charlar. No siempre coincidíamos. A Eduardo le gustaba repetir: “No estoy de acuerdo contigo, pero estoy dispuesto a luchar hasta la muerte para que puedas decirlo”, palabras atribuidas a Voltaire, uno de sus referentes intelectuales. En esos años estuvo acompañado por María Estela Civit.
Dejó tres hijos de su primer matrimonio: Sergio, Alejandro y Claudia.
Aquí pongo fin a la remembranza de uno de los hombres más extraordinarios que he conocido con la esperanza de que su recuerdo perdure en las generaciones jóvenes.
* El autor es Doctor en Física. Investigador de Conicet.