El rasgo medular de este conflicto se percibe en una aparente paradoja: Vladimir Putin puede ganar la guerra militar que le impuso a Ucrania, haciéndole perder a Rusia la guerra económica que las potencias de Occidente le impusieron pare destruir su régimen.
Son dos las guerras que ocurren simultáneamente en el seno del mismo conflicto. En una, el ejército ruso sitia y bombardea con misiles las ciudades ucranianas mientras que, en la otra, las potencias occidentales aíslan y bombardean la economía rusa con sanciones demoledoras.
Una de esas dos guerras tendrá la capacidad de imponer el resultado final del conflicto. Y es probable que sea la guerra económica.
Hay señales del efecto devastador que el ataque económico euro-norteamericano está teniendo en la economía de Rusia. Que haya intentado renunciar la presidenta del Banco Central, sería un síntoma. El otro síntoma es la renuncia y la salida de Rusia de Anatoly Chubáis, el economista que como vice primer ministro impulsó las privatizaciones y le abrió al ex agente del KGB la puerta de ingreso al gobierno de Boris de Yeltsin.
Elvira Nabiullina, la artífice del récord de inversiones privadas que tuvo Rusia la última década, habría sido obligada por Putin a permanecer en el cargo cuando quiso dimitir en desacuerdo con la invasión a Ucrania y advirtiendo sobre el efecto devastador que el conflicto tiene para la economía rusa. Paralelamente, Chubais renunció como representante de Rusia en la mesa de la ONU sobre cambio climático por las mismas razones. Y habría otros altos funcionarios de reconocida capacidad que perciben la deriva belicista del presidente. Entre ellos estaría nada menos que Alexander Burtnikov, el jefe del FSB que había sido camarada de Putin cuando eran dos jóvenes agentes del KGB en Leningrado.
A burócratas como Burtnikov no los conmueve el crimen en masa que el ejército ruso está perpetrando en Ucrania. Lo que posiblemente le preocupa es percibir lo que no está percibiendo su jefe: aunque finalmente se alcance la victoria militar en el país invadido, Rusia retrocederá largas décadas por la destrucción que sufrirá su economía. Y está claro que el ataque occidental para inutilizar el músculo económico ruso se prolongará si Putin vence la resistencia y somete a los ucranianos.
Paradójicamente, el triunfo militar de Putin garantiza la derrota económica de Rusia. Por eso resultan creíbles las versiones que hablan de conspiraciones en marcha para sacarlo del Kremlin vivo o muerto. Tiene lógica, por ejemplo, que los “oligarcas” que amasaron sus fortunas a la sombra de Putin, ahora quieran sacárselo de encima porque están perdiendo sus inconmensurables riquezas por las sanciones de Europa, Estados Unidos y sus aliados. También el resto de las empresas que multiplicaron sus inversiones en la última década deben preferir la derrota militar en Ucrania si eso sirve para evitar la destrucción total de la economía rusa.
Si Putin perdiera la guerra en Ucrania, lo más probable es que perdería también el poder que había regado con las dos victorias militares que consiguió en el Cáucaso y con el triunfo de las fuerzas rusas que envió a Siria a salvar el régimen de Bashar al Asad. Pero aún si su maquinaria bélica se impusiera en Ucrania, a la guerra económica con que lo enfrentan las potencias la perdería.
Las sanciones económicas y la desconexión comercial y financiera de Rusia con las potencias de Occidente, están deteriorando aceleradamente el sistema financiero y el tejido empresarial del gigante euroasiático.
Quizá Putin pueda salvar su poder, como lo salvó Saddam Hussein tras perder la guerra que desató al invadir Kuwait. Pero el precio de la derrota económica será una Rusia convertida en satélite de China, o una Rusia “norcoreanizada”.
Lo advirtió el sueco Änder Aslund, otro economista que había asesorado al gobierno de Yeltsin. Se refería a que la destrucción de la economía rusa hará que Putin empiece a impedir que sus ciudadanos puedan salir del país. Pero es posible que Rusia también se parezca a Corea del Norte en su marginalidad amenazante.
El régimen creado por Kim Il Sung nunca desarrolló una economía poderosa, pero desarrolló un poderío nuclear que le permite, cada tanto, apuntar sus misiles a Corea del Sur y a Japón, para generar escaladas de tensión que concluyen en mesas de negociación donde obtiene las prebendas que le permiten mantenerse en el poder.
*El autor es politólogo y periodista.