Donald Trump vuelve a la Casa Blanca enfrentando menos resistencia de la gente

Trump vuelve al poder enfrentando muchísima menos resistencia entre la gente, en su propio partido, en el empresariado –Zuckerberg no es el único que ya le rindió pleitesía– y en la prensa.

Donald Trump vuelve a la Casa Blanca  enfrentando menos resistencia de la gente
Mark Zuckerberg y Donald Trump, primero enemigos, ahora reconciliados.

Washington. Mark Zuckerberg, CEO de Meta, la empresa madre de Facebook, Instagram y WhatsApp, anunció días atrás la eliminación del programa de verificación de contenidos en sus plataformas, un viejo reclamo de la derecha, que acusaba a la compañía de censurar opiniones con un sesgo progresista, siguiendo la llamada “cultura woke”. Zuckerberg, propenso a ir hacia donde soplan los vientos políticos del momento, dijo que el país estaba en un “punto de inflexión cultural”. La movida fue ampliamente vista como un acto de reverencia a Donald Trump, y una secuela –otra más– del realineamiento que dejó la última elección, y la apertura de un nuevo capítulo, este lunes, en la vida política de la primera potencia global cuando Trump vuelva a asumir la presidencia.

Hace ocho años, la llegada de Trump a la Casa Blanca fue recibida casi como un tropiezo, una anomalía en un año singular, atípico, desde el sacudón del referendo que llevó al Brexit en Europa al triunfo de Trump ante Hillary Clinton. Su primera presidencia puso a prueba los límites de la tolerancia social, apiló crisis tras crisis –la peor pandemia en un siglo, la peor recesión desde la Gran Depresión, las peores protestas desde los 60, dos juicios políticos– y terminó de la peor manera imaginable: el asalto trumpista al Congreso para impedir el traspaso del poder a Joe Biden, el peor ataque a la democracia norteamericana desde la Guerra Civil. Trump se fue solo, repudiado, desterrado, sin siquiera asistir a la jura de Biden.

Cuatro años después, Trump regresa a la Casa Blanca en su mejor momento, vindicado, legitimado por el voto popular, fortalecido como nunca, totalmente adueñado del Partido Republicano, sin límites ni ataduras para su próximo acto en el Salón Oval. Si su primera presidencia fue un experimento caótico de prueba y error, su segundo –¿y último? – mandato le brinda la oportunidad de darle rienda suelta al trumpismo y colocar su nombre a la par de otros presidentes que dejaron una marca perdurable en el país. La incógnita, que solo responderá el tiempo, es cuáles serán las consecuencias para Estados Unidos y el resto del planeta.

Sin medias tintas

Quizá la diferencia más notable entre la primera asunción de Trump y la que ocurrirá mañana no tiene que ver tanto Trump, sino con el entorno: Trump vuelve al poder enfrentando muchísima menos resistencia entre la gente, en su propio partido, en el empresariado –Zuckerberg no es el único que ya le rindió pleitesía– y en la prensa.

Hace ocho años, medio millón de mujeres, hombres y niños coparon el histórico Mall de Washington en la protesta más grande que jamás se haya visto hasta ese momento. Trump llegó acompañado del rechazo de la mayoría del país, con el aura de un presidente ilegítimo, sin haber ganado el voto popular tras una campaña turbia, rara, intoxicada por el manoseo de Rusia, el escándalo de los emails de Clinton y la investigación del entonces jefe del FBI, James Comey, que para los Clinton fue el factor decisivo de su derrota. Ahora Trump ganó sin medias tintas. Ganó el voto popular –el primer candidato republicano que obtiene más votos que su rival demócrata en 20 años–, ganó en los siete estados pendulares, o “swing states”, que decidieron el colegio electoral y la presidencia, amplió su coalición, corrió el mapa a la derecha, y dejó a los demócratas derrotados, desorientados, en busca de un nuevo mensaje, una nueva coalición, y una nueva identidad.

Cambios de posición

Su triunfo fue aún más notable por su escandalosa salida del poder, y el prontuario que arrastró a la elección. Desde que irrumpió en la alta política, Trump ha sido denostado por sus rivales y críticos como un “estafador”, “depredador”, “tramposo”, “idiota”, “perdedor”, un político “inapto” para liderar al país, un “racista”, un “demagogo” –por el propio Barack Obama–, y un “fascista”, una amenaza para la democracia norteamericana y el mundo. Un jurado lo declaró culpable y un juez le colgó la etiqueta de “delincuente convicto” en el juicio por el pago a la actriz porno Stormy Daniels para tapar un amorío entre ambos que Trump siempre negó. Así y todo, Trump arranca su segunda presidencia con la aprobación más alta de toda su carrera política, según el promedio de sondeos de imagen de Real Clear Politics.

Zuckerberg criticó la gestión de Trump durante su primera presidencia, y se mostró indignado por “la retórica divisiva e incendiaria” de Trump durante las protestas contra el racismo tras el asesinato de George Floyd. Y congeló sus cuentas en Facebook e Instagram después del ataque al Congreso. Furioso, Trump lo amenazó en su último libro con enviarlo a la cárcel “el resto de su vida”. A fines del año pasado, poco después de la elección, Zuckerberg viajó a Mar-a-Lago para cenar con Trump. Stephen Miller, asesor de extrema confianza de Trump, dijo que quería “apoyar la renovación nacional de Estados Unidos”.

Zuckerberg está invitado ahora a la asunción de Trump, junto con Elon Musk –asesor todoterreno del magnate y, para muchos, un virtual presidente en las sombras–y Jeff Bezos, fundador de Amazon y dueño del Washington Post, que tuvo una cobertura robusta y mordaz de su gobierno. El Post tenía previsto dar su respaldo formal a la vicepresidenta Kamala Harris, pero, por orden de Bezos, el periódico rompió con su tradición, y no respaldó a ningún candidato. Más indicios de la nueva era política que empieza a recorrer Estados Unidos.

Trump ha dicho que llega con un “mandato” del pueblo para “salvar” a Estados Unidos. Antes de irse del poder, Biden, advirtió que junto con él asciende una oligarquía que amenaza los derechos, la libertad, y las oportunidades de la gente. Trump gobernará esta vez con un gabinete de leales, sin resistencia interna, como ocurrió en su primera administración. En 2017, Trump posó sonriente para su primer retrato presidencial. Esta vez, Trump posó para su nueva foto con una cara de piedra, y una mirada frontal y desafiante. Un augurio de la actitud con la que regresa al Salón Oval.

* El autor es corresponsal del diario La Nación en Washington.

* La nota es Especial para Los Andes.

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