Don Alberto, un hombre débil

Nietzsche sostenía que había que temer más al hombre débil que al fuerte y especialmente cuando tenía poder, porque el débil siempre busca la dependencia lo que limita su autoridad y debe sobreactuar una fortaleza que no tiene

Don Alberto, un hombre débil
Imagen ilustrativa / Gentileza

“Teme al fuerte en la desgracia y al débil en el poder” E. Manero. Sacerdote agustino siglo XIX.

Estamos en el peor de los escenarios porque tenemos al fuerte acorralado por la justicia, ya que así se siente indudablemente Cristina y al débil en la Presidencia. Un verdadero drama trágico que tiene muchos actos más para ofrecernos lamentablemente. Ambos: personajes emergentes de una sociedad altamente tóxica y en desarrollo sinfín.

Nietzsche sostenía que había que temer más al hombre débil que al fuerte y especialmente cuando tenía poder, porque el débil siempre busca la dependencia lo que limita su autoridad y debe sobreactuar una fortaleza que no tiene. Poco importa a quien busca para satisfacer esa dependencia. Bien puede ser alguien que detenta riqueza, dinero, poder político o religioso y su base siempre es la misma: el miedo, el temor.

Este miedo cuando se desarrolla neuróticamente está obsesivamente anclado en no ser reconocido, en sentirse siempre menos que el otro y por eso busca agradar al otro, lo que lo lleva a desarrollar una personalidad indefinida o varias superpuestas como el personaje de Zelig en la recordada película de Woody Allen con su “hombre camaleón o cambiante”

La persona de carácter débil tiende a ceder con facilidad a las presiones o a aceptar las opiniones contrarias y resulta sencillo manipularlo e influenciarlo para que se comporte de determinada manera, más si percibe un gran poder por parte del otro.

Cuando estas dos personalidades una fuerte y otra débil se juntan construyen una relación muy sólida porque se complementan perfectamente. Ya lo explicó Hegel con claridad en su dialéctica del amo y el esclavo. Para que haya uno debe existir el otro y así son dos roles complementarios, mutuamente dependientes.

Para el débil la figura del fuerte, en cualquiera de las imágenes que construya en su mente, le genera una marcada necesidad de obediencia y sumisión, porque además le agrada y lo satisface, en un plano absolutamente inconsciente por supuesto. Así resulta relativamente fácil poder ser manipulado y/o engañado.

Al mismo tiempo, Alberto se forjó como un “operador” de gente poderosa por lo que siempre actuó por poder delegado y es justo lo que está haciendo ahora y es lo suyo. Nunca en su vida política construyó poder político propio ya sea territorial o de estructura y esto encajó perfectamente en las necesidades de Cristina.

El drama es que cautivó y sedujo a tantos crédulos aferrados a una sana esperanza producto de sus necesidades reales, de poder lograr algo superador, que creyeron, junto a él, que iba a poder controlar, incluso reducir y encauzar el poder del pero – kirchnerismo hacia una gestión más armoniosa y dirigida a la tan deseada unidad de los argentinos.

Pero evidentemente Alberto no se conocía tan bien como para darse cuenta de sus debilidades profundas escondidas en su interior, junto a un populismo visceral que evidentemente tenía latente en su fuero íntimo y que recién ahora descubre.

Es cierto que como operador político, esa capacidad para negociar le permitió cierta cintura para saber cuándo ceder, pero ahora su nuevo rol, muchas veces, lo obliga a no ceder y ser coherente con sus valores y como es demasiado versátil en materia de valores sucumbe.

Nuestros presidentes van a necesitar cada vez más al gestionar dentro de una profunda convulsión y cambio, fortaleza, coherencia, claridad de valores y capacidad para generar poder real.

Esta es su debilidad. En otro escenario hubiera podido lograrlo. En la Argentina de hoy es imposible!

Mientras tanto, el cambio seguirá haciendo su trabajo silencioso, aumentado la grieta que evoluciona sin parar hacia una mayor entropía, al ser el producto de dos sociedades culturalmente cada vez más irreconciliables, donde ya casi nada tienen en común y donde una deberá disolver a la otra en un futuro impredecible.

Junto a una clase dirigente que no sabe cómo se opera en una situación de cambio estructural como esta, dentro de una pandemia impensada, por lo que sigue jugando inconscientemente a ser una casta y despreocupándose cada vez más de las necesidades reales de la gente.

¡Final digno de ver!

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