La aprobación del Presupuesto 2023 ofreció una triple evidencia: la de un país fallido que se promete a sí mismo nuevas mentiras como objetivos; la de una economía perforada por el continuo asalto de las corporaciones sobre el fisco; la de la fragmentación política que puede ocurrir si se suelta el cepo de las primarias obligatorias.
Ninguna de las metas macroeconómicas que se sancionaron inspira la credibilidad de nadie. Ni la inflación prometida, ni el valor del dólar esperado, ni la recaudación posible, ni el ajuste declamado o escondido, ni el gasto pronosticado.
Esta negación de la realidad propuesta por el ministro Sergio Massa, no impidió -más bien lo contrario- que se desaten sobre el Parlamento presiones corporativas de alto calibre. Desde beneficios para los camioneros que explican el cierre privilegiado de sus paritarias, hasta la persistencia de regímenes de protección que sólo han consolidado nichos de enriquecimiento de los clásicos “expertos en mercados regulados”.
El asalto por las banderolas incluyó además una escaramuza con ruido que terminó sin nueces: el kirchnerismo quiso vengarse de los jueces que odia con una extensión del impuesto a las ganancias, a sabiendas de que el modo elegido lo conducía a la nada. Los jueces respondieron con un vergonzoso pedido de audiencia a la vice que no se concretó por preclusión de instancia.
La partida concluyó en tablas: el impuesto seguirá como viene y los jueces quedaron expuestos. Ambas partes consiguieron lo suyo.
Pero la metáfora más predictiva que entregó la maratón parlamentaria fue la de la fragmentación política en su máxima expresión.
El Frente de Todos vivió otra semana de disociación y fuga. Los legisladores oficialistas votaron mirando dos escenas simultáneas: la de un gabinete que sigue en tocata y fuga y el espectáculo de contradicciones ofrecido por sus referentes ante la nueva presidencia de bloque que ejerce, en la emergencia, el publicista Roberto Navarro.
Por la oficina de destape desfilaron Máximo Kirchner, Axel Kicillof y Alberto Fernández sólo para exhibir el caos interno del gobierno.
Y lo que no pasó por ese teatro sólo aumentó el desconcierto: “Wado” de Pedro avisó que si hay un bono social de emergencia no lo decidirá el Presidente. Y que lo único que el kirchnerismo está esperando del Presidente es la derogación de las Paso.
Mensaje escueto de Cristina Kirchner para Alberto Fernández: lapicera sin tinta para ayudar a las bases; lapicera con tinta para la fuga de los dirigentes.
Correlación negativa
El politólogo Gianfranco Pasquino supo ofrecer en su hora un hallazgo interpretativo: la calidad de una democracia se mide mejor por el desempeño de la oposición, antes que por la evaluación del oficialismo.
La oposición es la que empuja hacia arriba o la que permite que descienda la vara de la calidad sistémica.
Si el oficialismo es un dechado de fracasos, algo debe estar disfuncionando también en el espacio opositor.
La observación no equivale a trasladarle a la oposición las responsabilidades y culpas propias del Gobierno.
Equivale a reconocer un parámetro de correlación objetivo: a mejor oposición, mejor gobierno.
El tratamiento del Presupuesto vino a confirmar esa tesis. Nadie en Juntos por el Cambio puede decir con claridad qué votó Juntos por el Cambio.
La dispersión estratégica incluyó todas las variantes posibles, desde el cuórum, al voto en particular.
Y si la mirada se extiende a la totalidad de las expresiones adversativas al Gobierno, la conclusión no sólo se mantiene, más bien se acentúa.
La izquierda troskista dejó un caso de diván. Se opuso a las modificaciones en el impuesto a las ganancias pero sólo en beneficio de la más inexplicable de las derivaciones del principio constitucional de intangibilidad de algunas remuneraciones: la que beneficia a los empleados de la organización judicial, en contra del principio de igualdad ante la ley.
En un nivel más grave de incoherencia, el diputado libertario Javier Milei, que ruge en las pantallas reclamando la reducción de impuestos, facilitó con su ausencia la sanción de un nuevo gravamen: la “tasa Milei” que se aplicará sobre el valor de los pasajes aéreos.
Liderazgo, equipo, plan
Con la vara baja de sus opositores, ni bien terminó la votación del Presupuesto, el kirchnerismo saltó con urgencia a voltear las Paso.
Cambiar las normas electorales sobre la marcha sólo porque Cristina Kirchner ha perdido la conducción del peronismo.
Sus seguidores presionan y hostigan a Alberto Fernández como si no lo hubiesen votado.
Pero si mañana el Presidente dejara de fingir que quiere ser reelegido, tampoco cambiaría nada.
La economía populista se quedó sin nafta. El resto es literatura.
Todo el desafío comienza a reorientarse sobre Juntos por el Cambio. Al menos tres requisitos se le imponen, en el corto plazo: presentar ante la sociedad un liderazgo ordenado, un plan viable de salida a la crisis y un equipo solvente para gestionarlo.
Los dirigentes de la coalición opositora castigan al Gobierno -con toda razón- por el ataque a las Paso.
Pero si esa aventura del oficialismo fracasara, aquellos tres requisitos seguirían vigentes.
De modo que la credibilidad opositora sería mayor si comenzara a cumplirlos, independientemente de lo que pretenda el Gobierno con la derogación, suspensión o prórroga de las elecciones primarias.
Más que para resolver sus entuertos, la oposición necesita mostrarse competitiva para solucionar la crisis. También allí, el resto es literatura.