El honor del país no ha tenido nada que sufrir.
Desde 1838, alternativamente, Inglaterra y Francia intentaron imponer la libre navegación de los ríos interiores y el libre comercio, amenazando con su poderosa flota a la Confederación Argentina.
Desde mediados de 1845 las acciones diplomáticas se habían estancado y ante la negativa de Juan Manuel de Rosas, Gobernador de Buenos Aires y Representante de las Relaciones Exteriores, de ceder a las pretensiones Anglo-francesas, ambas potencias dispusieron un bloqueo.
Ante tal situación y con el apoyo de la Sala de Representantes, Rosas encomendó al general Lucio Norberto Mansilla la defensa de las rutas fluviales, orden que cumplió llevando adelante la gloriosa jornada del 20 de noviembre de 1845 conocida como Vuelta de Obligado.
El 28 de diciembre de 1845, desde Nápoles el ya retirado Libertador de América, José Francisco de San Martín, elevaba su voz para defenderla. No alzaría su espada, ni serían sus ejércitos los protagonistas. Recurriría a un arma mucho más poderosa: pues serán su reputación y prestigio los que lo llevarán a escribir una por demás interesante misiva al representante del comercio de Sudamérica en Londres, J. F. Dickson, en la que le expresaba su opinión respecto al conflicto, con la claridad política que acostumbraba: “Sólo me ceñiré a demostrar si los dos Estados interventores conseguirán por medios coercitivos... el objeto que se han propuesto... el que según mi íntima convicción ...no lo conseguirán... Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside la República Argentina, nadie ignora el ascendiente que posee en la vasta campaña de Buenos Aires y resto de las demás provincias interiores, y aunque no dudo que en la Capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido, que bien sea por orgullo nacional, temor o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero, ello es que la totalidad se le unirán y tomarán una parte activa en la contienda...”.
Pese a la distancia física que lo separaba de su querida patria, San Martín demostraba en este párrafo el nivel de información actualizada que poseía de los acontecimientos del Plata e incluso, gracias a su permanente correspondencia con sus amigos americanos, conocía perfectamente el estado de la política interna y externa de aquellos países.
Pero por si quedan dudas de su juicio, haciendo gala de sus conocimientos militares expresaba: “...Si las dos potencias quieren llevar más adelante sus hostilidades, es decir, declarar la guerra, yo no dudo que con más o menos pérdidas de hombres y gastos, se apoderen de Buenos Aires - sin embargo que la toma de una ciudad decidida a defenderse, es una de las operaciones más difíciles de la guerra - pero aún en este caso estoy convencido que no podrían sostenerse por largo tiempo en la Capital...el primer alimento del pueblo es la carne, y es sabido con qué facilidad pueden retirarse todos los ganados... a muchas leguas de distancia igualmente que las caballadas... formando un desierto dilatado imposible de ser atravesado por una fuerza europea, la que correría mayor peligro cuanto mayor fuese su número...”.
Conocedor, además, de los intereses políticos franceses e ingleses y que la opinión de los comerciantes y mercaderes tienen un peso destacado en las decisiones oficiales, hizo hincapié en lo costoso que sería la campaña para ambos países, la que en definitiva no tendría ningún beneficio y solo ocasionaría gastos.
“... De tratar de hacer la guerra con los hijos del país, estoy persuadido será muy corto el número que quiera enrolarse con el extranjero, en conclusión, con siete u ocho mil hombres de caballería del país y 25 ó 30 piezas de artillería volante, fuerza que con gran facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires.. e impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres, salga más de treinta leguas de la capital, sin exponerse a una completa ruina por falta de recursos; tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará a menos (como es de esperar) que el nuevo ministro inglés, no cambie su política seguida por el precedente...”.
Poco tiempo después de conocerse los efectos de la Vuelta de Obligado y la Carta de San Martín en los gabinetes europeos la “cuestión americana” varió de rumbo, pero los conflictos siguieron, hasta que en 1847/8, al concluir los bloqueos (con los tratados Arana - Lepredour y Arana - Southern) le escribió a Rosas diciéndole: “Sus triunfos son un gran consuelo a mi achacosa vejez... esta satisfacción es tanto más completa cuando el honor del país no ha tenido nada que sufrir y por el contrario presenta a los nuevos Estados Americanos un modelo a seguir...”. a lo que Rosas contestaba: “... no he hecho más que imitarlo...”. en una comparación un tanto exagerada.
Hasta sus últimos días el Gran Capitán, defendió la soberanía americana y no dudará a lo largo de su existencia en hacer uso tanto de la espada como de la pluma para mantener siempre vigente su misión independentista.
*Los autores son miembros de la Academia Nacional Sanmartiniana.