En los últimos meses y, a raíz de una pandemia mundial que cambió los hábitos y costumbres que veníamos practicando, se han realizado diversos estudios y mediciones desde los Estados Nación. Este fue el caso de la educación en Argentina. Esta nueva normalidad que nos sacó de las aulas físicas para colocarnos a distancia, nos impuso un cambio de escenario y de relación con nuestros estudiantes. Así, como se pudo y a los ponchazos, arrancamos con una propuesta de educación a distancia, virtual, para la que muchos no estábamos preparados. Ahí estábamos, estuvimos y seguimos transitando.
Ahora, en algún momento de esta vorágine alguien se detuvo a pensar qué pasaba con las familias, qué sucedía con las condiciones en que estos alumnos seguían respondiendo, o no, a las demandas generadas desde una escolarización digital.
Esta indagación corresponde a la quinta línea de la “Evaluación Nacional del Proceso de Continuidad Pedagógica” desarrollada desde el Ministerio de Educación de la Nación a partir de la resolución del Consejo Federal de Educación reunido en mayo de 2020 y fue realizada con el apoyo técnico y económico de UNICEF.
El escenario en casa: En Cuyo, el 49% de los hogares, en todos los niveles educativos, se encuentra en condición de vulnerabilidad económica alta o media alta. Traducción: casi la mitad de los hogares sufren carencias económicas y problemas de conectividad, esencial en tiempos donde la educación se reconvirtió a la virtualidad casi exclusivamente. Otros indicadores que se desprenden de esta encuesta nacional, es que el 50% de los hogares no posee una computadora, solo el 46% de los hogares tienen una acceso fijo y con buena señal a internet, brecha que se aumenta cuando hacemos la comparativa entre escuelas de gestión estatal y privada en todos sus niveles.
A pesar de ser un escenario poco alentador, que replica las desigualdades conocidas por todos, cuando observamos los datos de continuidad pedagógica los números son altísimos. El 95% de los alumnos logró la continuidad pedagógica, consiguieron seguir con sus trayectorias educativas más allá de las desigualdades en acceso y condiciones socioeconómicas.
¿Cómo se logró este nivel de respuesta en estas condiciones de disparidad? Y aquí me animo a disparar dos interpretaciones. La primera guarda estrecha relación con el compromiso docente frente a la tarea propuesta. Cada comunidad educativa se reinventó, analizó y reconoció la complejidad de cada situación, de cada alumno, cada familia e hizo en consecuencia. Nunca los procesos pedagógicos lograron este nivel de individualización. Aún cuando ha sido requisito desde hace muchos años, las miradas educativas en las que se pone en el centro las individualidades de cada alumno y sus procesos de aprendizaje se impusieron.
Los docentes en más del 70% elaboraron propuestas propias de materiales para el trabajo a distancia. El nivel de devolución y seguimiento a cada alumno representa el 90%. Tal es así que casi no hay diferencias en los niveles de respuesta y continuidad en los distintos niveles y tipos de gestión escolar. Lo que me lleva a mi segunda conclusión, los hogares se vieron fuertemente interpelados por esta nueva realidad y los procesos educativos de sus integrantes. La comunicación entre familia y escuela alcanza niveles próximos al de la continuidad pedagógica: 95% afirma haber tenido alguna comunicación con docentes, directivos o personal de la institución en algún momento del período del aislamiento social, preventivo y obligatorio. El esfuerzo y el tiempo dedicado a la resolución de actividades desde cada hogar tuvieron como partícipes no sólo a los alumnos sino también a cada miembro del hogar. Las familias acompañaron y acompañan el trabajo cotidiano. Esta nueva coyuntura ha permitido que haya más tiempo familiar compartido, sobretodo en la primera etapa de aislamiento obligatorio. Esto posibilitó, en alguna medida, que muchos se involucraran en los procesos de aprendizaje.
En definitiva, se logró centrar la tarea docente en los sujetos de aprendizaje y sus circunstancias. Y al mismo tiempo, se han reforzado algunos vínculos que se creían perdidos o en carencia, como la relación escuela-familia. Para quienes no han tendido el placer de participar de jornadas institucionales, esa relación es una de las preocupaciones y reclamos de docentes a la hora de evaluar resultados y trayectorias educativas. A futuro, se deberá evaluar a qué costo se lograron estas conquistas.
El gran desafío: evitar que abandonen la escuela
La intensión de los estudiantes de darle continuidad a sus trayectorias escolares, debe ser una preocupación para los funcionarios y actores de la comunidad educativa. Considerando la distribución por regiones, la situación más crítica se observa justamente en Cuyo, donde el porcentaje que de quienes ponen en duda su continuidad se eleva al 14% y los que no van a retornar a la escuela agregan un 7%; lo que conjuntamente suma un 21% que representa un total estimado de 143.900 estudiantes en riesgo de continuidad. Estos indicadores duplican los obtenidos en años anteriores, donde la media de abandono interanual es en promedio de un 10%.
Las dificultades económicas y el aumento del trabajo de los niños, niñas y adolescentes ciertamente no contribuyen a la tarea. De acuerdo a la información recopilada, un tercio de la población adolescente ayuda a un adulto del hogar en su trabajo (32%), y puede tomarse como un indicador de incremento de la participación laboral de la población adolescente durante el aislamiento social. De hecho, un tercio de los entrevistados que colaboran con el trabajo de otros adultos del hogar comenzaron a hacerlo durante la cuarentena. Sumando que más de la mitad de los jóvenes de entre 13 y 17 años colaboran con el cuidado de niños y niñas en el hogar. Otro dato preocupante es que casi la mitad de los jóvenes, 49% en el caso de Cuyo, expresa angustia, miedo o depresión.
Frente a estas problemáticas, el trabajo de la comunidad escolar cambia. Ya no es solo mantener contacto y hacer accesible los contenidos, sino lograr una revalorización de la educación como posibilitadora, como constructora de mejoras tangibles en las experiencias de vida de estos estudiantes. El reconocimiento desde los hogares al trabajo docente y a la escuela es un muy buen primer paso en este camino. Ciertamente no puede, ni debe ser el único.