“El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos, y por la justicia de su causa que Dios defiende”. Era la voz de San Martín frente a la Plaza Mayor de Lima el 28 de julio de 1821.
Una crónica anónima dice que “estas palabras…permanecerán esculpidas en el corazón de todo peruano eternamente”.
Tras casi diez años de batallar, la Lima gentil les abría sus puertas. Años duros que lo llevaron a descubrir su perfil de gobernante, aquí, pues, hizo de Mendoza un país distinto, y, “nos exprimió como un limón”. Llegó en 1814. ¿Qué era, militarmente, Mendoza? Poca cosa y tras el desastre de Rancagua (octubre de 1814), con las familias chilenas huyendo con lo puesto como dijo Las Heras, había que hacerlo todo. Y se hizo. De allí ese idilio del Libertador con su Ínsula Cuyana.
Tal la carta a Guido, de 1827, desde Bruselas: “He aquí mi vida. Y diré que es feliz… pero mi alma siente un vacío, ausente de mi patria. Yo estoy seguro dudará V. si le aseguro que prefiero mi chacra de Mendoza a todas las comodidades y ventajas que proporciona la culta Europa y sobre todo este país”…
En enero de 1817 estaba para la de “vámonos”. En Mendoza quedó el peruano Toribio de Luzuriaga, como Gobernador Intendente. El Ejército se movió y se logró la independencia de Chile. Hasta el fin de los tiempos los cuyanos recordaremos a Chacabuco, Cancha Rayada, y la gran batalla de Maipú, tremendamente sangrienta.
O’Higgins, diría entonces, citado por Espejo: “Nuestros amigos, los hijos de las Provincias del Río de la Plata, de esa nación que ha proclamado su independencia como el fruto precioso de su constancia y patriotismo, acaban de procurarnos la libertad usurpada por los tiranos… ¿Cuál deberá ser nuestra gratitud a este sacrificio imponderable y preparado por los últimos esfuerzos de los pueblos hermanos?”.
San Martín sabía que la guerra debía terminar en Lima, la capital de los virreyes. Pero para todo hombre se impone el “yo soy yo y mis circunstancias” orteguiano. ¡Y qué circunstancias debió vivir San Martín!
Los avatares del Congreso de Tucumán que baja a Buenos Aires. La invasión portuguesa a la Banda Oriental. Artigas. La amenaza desde el Alto Perú sobre el Noroeste. Allí estaban el noble Belgrano y su ejército maltrecho, el heroico Güemes y sus formidables gauchos. La anarquía reinante. Las tentativas monárquicas. El indio y las inmensidades. La falta de recursos. La amenaza de la reconquista española de Fernando VII. La Constitución de 1819. Los caudillos. La revolución del general Riego en España. Cepeda. San Martín y su mujer que camina a la tumba.
¿Cómo no hincarle el diente a los tiempos sanmartinianos para comprender el temple de aquel hombre de carne y hueso, pero grande, magnánimo, y de toda esa pléyade de seres formidables, que lo acompañaron?
San Martín podría repetir las palabras de O´Higgins a Pueyrredón de 1823: “Conservo sólo mi honor, la memoria del bien que alcancé, y no me agita pasión alguna. Antes de vencer a mis enemigos, aprendí a vencerme a mí mismo”. Vaya si San Martín lo tuvo que hacer con su cuerpo enfermo, como lo demostró la Sra. de Codoni, en lúcido ensayo.
Perú se abrió a la Independencia. San Martín en su Proclama a las Provincias del Río de la Plata, a poco de partir (julio 1820) abrió su corazón: “…La calumnia ha trabajado contra mí con fervorosa actividad…. No, el general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas, y sólo desenvainará su espada contra los enemigos de la independencia de Sudamérica… El día más célebre de nuestra revolución está próximo a amanecer…. probaré que desde que volví a mi patria, su independencia ha sido el único pensamiento que me ha ocupado, y no he tenido más ambición que la de merecer el odio de los ingratos y el aprecio de los hombres virtuosos.”. Americanismo esencial. Pero, ¡qué texto!
El 20 de agosto de 1820 la flota zarpa de Valparaíso. La secunda el Almirante Cochrane. En Pisco, San Martín exhorta a sus soldados: “Ya hemos llegado al lugar de nuestros destinos…no venís a hacer conquistas sino a libertar pueblos. Los peruanos son nuestros hermanos: abrazadlos y respetad sus derechos como respetasteis los de los chilenos después de Chacabuco…Acordaos que toda la América os contempla…”
Tras ejercer “los medios sutiles de la propaganda” e impulsar una guerra de zapa, San Martín entra en Lima, la independiza y se proclama Protector con el poder político y militar.
“Hito fundamental –dice De la Puente Candamo-que señala el nacimiento del Estado peruano”. Se cancela un Virreinato tricentenario. Su obra es”intensa y admirable”. Cubre todos los ámbitos, la educación, la Biblioteca Nacional, los cambios sociales como la libertad de vientres, supresión del tributo indígena hasta llegar a la protección de los yacimientos arqueológicos.
Luego: la entrevista en Guayaquil con Bolívar y su regreso a Mendoza.
Agregaría unas palabras suyas, para calibrar mejor su entrañable figura: “¡Había figurado demasiado en la revolución para que me dejasen vivir en paz!...
Faltan muchos años (1850) para: C’ est l´orage qui mene au port… es la tormenta que lleva al puerto…
*El autor de la nota es parte de la Universidad de Mendoza y Junta de Estudios Históricos de Mendoza.