Me toca conducir la Cámara de Comercio, Industria, Agricultura y Turismo de Tunuyán en su 59° aniversario, en uno de los momentos más complejos de la humanidad, en donde la pandemia ha dejado al desnudo el estado de nuestra situación socioeconómica, que resulta ser la consecuencia de varias décadas de decadencia productiva y condiciones sociales en franco deterioro. Quienes quedamos expuestos a estas circunstancias somos los dirigentes.
La excesiva politización de cuestiones coyunturales, especialmente de los últimos años, nos ha impedido construir una agenda común.
Los últimos 20 años han sumergido nuestra región en un proceso de primarización y atascamiento de la economía. ¿A qué nos referimos? A que nuestra producción no ha crecido en este período, nuestra productividad esta estancada. Sí ha crecido la población y nuestra comunidad, y con ello la consecuente necesidad de insertar a las nuevas generaciones en una sociedad con cada vez menos oportunidades. Este proceso nos pone bajo una circunstancia: hace 20 años que nos repartimos la misma torta (producción) entre cada vez más ciudadanos. La consecuencia es predecible: pérdida de bienestar, mayor pobreza y desigualdad.
Este proceso de primarización se caracterizó por un cierre sistemático de industrias, fábricas, galpones, conserveras, que antiguamente permitían agregar valor y hacer crecer la economía regional. En el marco de la desaparición de la industria, “los productores” vieron que sus mercados se concentraron en pocos compradores, perdieron rentabilidad y se alejaron de los planes de tecnificación y modernización para quedar atrapados en el eterno dilema que significa vender productos con poco valor agregado y donde no logran mantener precios y rentabilidad.
Es cierto, también, que 2 sectores han tenido crecimiento en la región: Bodegas y Turismo. Pero este “boom” no ha sido consecuencia de una política pública bien liderada para atraer inversiones, sino el resultado de ventajas cambiarias para los inversores ante una situación económica devastada y de la extraordinaria ventaja competitiva que tiene nuestro valle para la producción de vinos de alta calidad. Igualmente, reconozcámoslo, el proceso de “grandes inversiones” lleva 10 años detenido.
Este estancamiento de la economía ha tenido impactos lógicos sobre los sectores de comercio y servicios, los cuales ante la falta de crecimiento y el estado de sobrevivencia se ven obligados a trabajar en la sombra de la informalidad.
En el presente contexto socioeconómico, no debe sorprendernos que entre el 40%-50% de los chicos abandonen el secundario y que solamente el 1% de los graduados universitarios regresen a su pueblo natal para desarrollarse profesionalmente.
¿Qué le proponemos a nuestra comunidad? La respuesta en parte está en nuestra historia.
¿Recuerdan como muchos de nuestros abuelos pobres y con escasa educación, pudieron salir, gracias a su visión de futuro, de un modelo ruralista y convertirse en grandes bodegueros, exportadores de peras, manzanas, cerezas, en fabricantes de zapatillas, camperas, etc?
De esto estamos hablando, de enfrentar la realidad económica global actual de los mercados, y recuperar el sendero del desarrollo, como condición necesaria para revertir el aumento de la pobreza. Lograr un proceso de industrialización regional, es la clave para retomar el sendero del desarrollo sostenible.
La industrialización de nuestros productos “en origen”, permitirá comenzar un proceso de multiplicación de nuestra producción regional. Es la respuesta, para comenzar a hacer crecer la productividad y repartir una torta más grande entre todos.
Un virtuoso proceso sostenido de desarrollo productivo e industrial, permitirá que las familias se ocupen con mayor interés en los estudios de sus hijos, y al mismo tiempo darle un rol técnico a la escolarización, con salida laboral evitando la constante deserción. Este mismo proceso logrará que más y nuevos profesionales regresen a nuestra región, de la mano de mejores oportunidades.
Este camino al desarrollo solo puede ser inclusivo y sustentable.
Este último año, hemos sido testigos de lo importante que es el agua para nuestra región. Hemos aprendido, que ante la duda, ante la ambigüedad, elegimos cuidar el agua. Tenemos que dar un paso más, debemos aceptar cierta hipocresía en la discusión del agua, cuando vemos canales de riego sin presurizar, productores con sistema de riego de la época colonial, ríos y arroyos convertidos en desagües cloacales.
Sin buscar culpables, queremos que nuestra sociedad tenga una discusión sincera de cómo lograr un modelo productivo, que use el agua de manera consciente, sostenible y renovable.
Claramente, para emprender este camino de desarrollo, desde nuestra región se deben priorizar obras públicas esenciales que incentiven la inversión y el crecimiento.
La pandemia puede ser una oportunidad para concientizar a la clase dirigente de la necesidad de refundar las bases para un desarrollo sustentable. Generar las condiciones para refundar la producción y la productividad es clave para el crecimiento, pero no habrá desarrollo sustentable sin un cambio en la visión de los dirigentes y en particular de la política.
*El autor es Presidente de la Cámara de Comercio, Industria, Agricultura y Turismo de Tunuyán.