De cómo hicieron de la Argentina un Gran Hermano

Cristina y Alberto se están fugando de una realidad que ya no controlan en absoluto. Ella se hace opositora de su propio gobierno. Él se fuga a Gran Hermano.

De cómo hicieron  de la Argentina  un Gran Hermano
Alberto Fernández cruzó a Alfa, participante de Gran Hermano. / Foto: Gentileza

Pese a que ya -en su definitiva decadencia- el presidente Alberto Fernández se metió en la casa de Gran Hermano para devenir un personaje más del sensacionalista show televisivo, de poco y nada vale recargar las tintas sobre su responsabilidad personal en la debacle política del país. Él, como ahora en Gran Hermano, es apenas un personaje más -ni siquiera el principal- de una trama mayor que surgió de la cabeza de la Gran Hermana.

Desde el día que Cristina le propuso a Alberto ser su candidato presidencial y éste aceptó, el hombre comenzó la tarea, que ya lleva casi tres años, de negar absolutamente todo lo que dijo desde que se fue del kirchnerismo allá por 2008 y de afirmar exactamente lo contrario.

La primera negación ocurrió el primer día de su designación. Negó quizá la opinión más lúcida que haya dicho en su vida, apenas una semana antes de ser el candidato de Cristina, pero cuando aún ni por asomo se imaginaba que le harían tal propuesta.

Dijo: “Yo quisiera que Cristina sea candidata o que se vaya a su casa, no quisiera que termine ungiendo a alguien, porque no podemos volver a recrear errores del pasado... No quiero que el poder esté en Uruguay y Juncal y en la casa de Gobierno haya un títere. No quiero un Cámpora al que Cristina le prestó los votos”.

O sea que ese hombre sabía perfectamente lo que le pasaría a él o a cualquiera otra persona que ungiera Ella. Pocas veces en la historia un pronóstico se cumplió con tan exacta precisión. Lo que pasa es que apenas le ofrecieron el cargo, Alberto decidió negar todo lo que hizo y dijo antes porque la ambición pudo más. Aún sabiendo su mente que lo mandaban al cadalso, su alma y su cuerpo no pudieron resistir la tentación faústica. De ese momento en adelante, Alberto jamás dejó de ser patético, cada día un poquito más, sin solución de continuidad, hasta llegar a Gran Hermano.

La historia contrafáctica nos sirve para imaginar, con un grado importante de certeza, que nadie en su lugar podría haber hecho las cosas bien porque el defecto original ni siquiera es Cristina en sí misma, sino el mecanismo monstruoso que ella creó y que a poco de andar tomó dinámica propia. Perón al menos echó a Cámpora a los 45 días, pero esta criatura cristinista fallida prosigue hasta hoy.

La genial presunción albertista de que quien ocupara el lugar que él ocupó no podría ser sino un títere fue cierta pero incompleta, porque el presidente devino un títere sui generis.

En el teatro de marionetas, un títere no tiene vida propia, es manejado por los hilos del titiritero quien es el único responsable de lo que su criatura hace. Con Cristina titiritera y Alberto títere, la cuestión es más compleja porque Ella le otorgó cierta humanidad a su criatura de madera (como le pasara al muñeco Pinocho devenido ser humano aunque con mucho mayor éxito que Alberto). ¿Pero para qué quería Cristina darle humanidad a Alberto si nunca se propuso otra cosa que éste fuera nada más que su títere? Para echarle la culpa de todas las decisiones que ella tomara y que no salieran como esperaba que salieran.

No obstante, lo que quizá hasta la misma Cristina ignoraba, es que nada podría salir bien de ese experimento frankensteiniano, que es lo que efectivamente creó, igual que la novela, igual que la película. No es que solo haya creado un monstruo, es que todo lo que hizo fue monstruoso y no podía sino salir mal.

Una clásica película de la comedia a la italiana, “Los pícaros” (1987), inspirada libremente en las novelas españolas Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache, cuenta en uno de sus capítulos la historia de un niño pobrísimo que es contratado como “asesor pedagógico” de un principito de su misma edad. El chico pobre se pregunta de qué se tratará un cargo con título tan rimbombante si él no tiene ninguna cualidad para educar a nadie, pero lo mismo acepta. Descubre entonces de qué se trata su función: cada vez que el principito se porta mal o no hace los deberes, al que cachetean y castigan es al “asesor pedagógico” porque al niño noble nadie lo puede tocar. Cristina hizo precisamente eso con Alberto, lo nombró presidente para cachetearlo por los errores de ella, y éste se dejó cachetear.

Cristina le dice a los suyos que su única culpa es haber elegido mal, a un inútil que nunca la entendió o a un pícaro que siempre la desobedeció. Sin embargo, más que inútil o pícaro Alberto fue obediente hasta el hartazgo, en algunos momentos incluso más obediente de lo que se le pedía. Como un Zelig de Cristina, sólo quería agradarla a como diera lugar, ser como ella a costo de ceder jirones de su personalidad, que si alguna vez la tuvo, luego de tanta mal paga obsecuencia, ya no debe quedarle nada.

No podemos, no debemos entonces echarle la culpa particularmente de la debacle política actual del gobierno peronista a Cristina la creadora, ni a Alberto la criatura sino al dispositivo que ella gestó con total imprudencia y que él aceptó con la misma imprudencia, siendo quien había pronosticado antes que nadie que eso sería un desastre. Los dos son culpables y víctimas de su propio error.

Por eso ahora él trata de meterse en la casa de Gran Hermano y ella en los expedientes de sus causas judiciales y del atentado de los copitos, a ver si se pueden fugar de esa realidad que ya no controlan en absoluto. Es una fuga compartida, Él hacia la ficción compitiendo con los personajes de Gran Hermano al convertirse en uno de ellos. Ella hacia el futuro a ver si negando toda responsabilidad en lo que fue de su inmensa responsabilidad puede aspirar a un lugarcito bajo el sol a fines de 2023. Aunque, como no debe haber aprendido nada, si pudiera repetir de nuevo el experimento con otra persona, quizá lo haría. Porque Ella debe seguir creyendo -en su inmensa vanidad y contra todas las evidencias- que el titiritero no fue el culpable sino el títere humanizado. Y siempre habrá otro Fausto dispuesto a vender su alma para conseguir poder. No es Alberto la primera criatura de la estirpe cristinista, estuvo también un Amado vicepresidente y un Aníbal fallido gobernador de Buenos Aires. Scioli quiso serlo y Massa quisiera serlo. Candidatos para la inmolación habrá siempre, todos con la ilusión de que a ellos no les pasará lo mismo. Sin entender que en esto nada tienen que ver las habilidades personales. El que es imposible es el mecanismo.

De la mezcla de “Zelig” de Woody Allen, Frankenstein de Mary Shelley, Fausto de Goethe, “El asesor pedagógico” del cine italiano, “Pinocho” de Carlos Collodi y el “Alfa” de Gran Hermano, podrá salir un exitoso film o un best seller pero en la realidad sólo puede salir esta surrealista Argentina en que nos han convertido, que el mundo observa con estupor y los argentinos sufren con una tristeza infinita.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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