Hace días, un periodista de este diario escribió un artículo que tituló “En 4 años Mendoza pasó a ser la provincia con más pobres de Cuyo”.
En esta nota me propongo aportar algunos datos complementarios y, por último, algunas reflexiones y opiniones. A continuación, empiezo con algunos datos.
El último repunte fuerte de la tasa de pobreza por ingresos en Mendoza se inició a fines de 2018 (25%), luego de un descenso logrado entre fines de 2017 y comienzo de 2018 (22%). No obstante, en años anteriores ya se habían registrado algunas subas importantes (2014 y 2016, con 30% y 26% respectivamente), aunque siempre por debajo de los aumentos ya consolidados en el segundo semestre de 2019 (39%) y principios de 2020 (41,3%).
Sin embargo, Mendoza no solo tiene peores indicadores de pobreza (**) que sus pares cuyanos. También tiene niveles de pobreza monetaria actuales mayores que los de algunas provincias similares en cantidad de población y Producto Bruto Geográfico (Córdoba y Santa Fe, por ejemplo) y otro grupo de provincias del norte argentino.
Algo más: la tendencia creciente, cabe notar, comenzó a manifestarse antes del primer confinamiento asociado al COVID-19. A fines de 2019, Mendoza (con 39%) tenía una pobreza más alta que Córdoba (36,8%), Santa Fe (34,5%), Jujuy (38%) y Tucumán (38,5%). A mediados de 2020, Mendoza (con 41,3%) tuvo una pobreza más elevada que Córdoba (40,2%), Jujuy (38,2%), Tucumán (41%) y Catamarca (34,6%).
A grandes rasgos, este es el cuadro de situación reciente y actual de Mendoza. Ahora bien, si miramos algunos indicadores a lo largo de una cantidad de años más amplia, podemos observar otras cuestiones importantes.
Por ejemplo, si tomamos la evolución del Producto Bruto Geográfico (***) entre 2001 y 2016, observamos que la provincia tuvo una fuerte recuperación entre 2003 y 2004 (acompañando la tendencia nacional) y después empezó a tener problemas para mantener un sendero de crecimiento sostenido alrededor del 2,5% o 3% anual que recomiendan las/os especialistas.
Otra observación que podemos desprender de los datos sobre Producto Bruto Geográfico es la siguiente: entre 2001 y 2019, Mendoza fue gobernada por la UCR y el PJ, y ambos partidos tuvieron problemas para sostener el ritmo de crecimiento y de reducción de la pobreza. ¿Qué sugiero con esto? Lo siguiente: no está demás considerar que existen factores muy influyentes que escapan a las fuerzas políticas locales.
Esta síntesis apretada de la situación de Mendoza nos permite pensar y, en todo caso, preguntarnos algunas cosas. En primer lugar, ¿podemos considerar que somos una provincia modelo? En segundo lugar, ¿podemos atribuir todas las culpas de la pobreza a una fuerza política en particular? En tercer lugar, ¿podemos sostener que la solución consiste, por ejemplo, en independizarnos de Nación?
Según mi opinión, la respuesta para todas las preguntas anteriores es una sola: no. Y en cuanto a la tercera pregunta (la solución), agrego lo siguiente: hace años que en Mendoza contamos con analistas que, lejos de agitar un absurdo “Mendoexit”, advierten con sensatez la necesidad de diversificar la matriz productiva local, aumentar y mejorar los tipos de empleo que se generan en la provincia e innovar el contenido de ciertas políticas sociales orientadas a la protección social.
Sobre este último punto, menciono apenas dos referencias que acerco al lector/a para que indague: el Plan de Inclusión Social de San Luis y el programa de Ciudadanía Porteña de la Ciudad de Buenos Aires. Y en el plano internacional existen otras experiencias bastante más llamativas.
Por último, la discusión acerca de las soluciones para la pobreza es extenuante y, por su naturaleza, el problema es multicausal. Por esta razón es importante que quede claro lo siguiente: no puede ser abordado desde una sola iniciativa (por ejemplo, el retorno al crecimiento económico, per se, no da solución a la pobreza en el corto plazo) y no debe interpretarse en forma desconectada del contexto nacional y global. Asimismo, cuesta mucho pensar que las soluciones puedan emerger en un entorno donde los y las dirigentes de los principales partidos políticos alimentan diariamente un tipo de “polarización emocional” que los sitúa muy por debajo del nivel que exigen las circunstancias actuales. Aquí sí podemos atribuir sin dudas cierta responsabilidad a la clase política.
Y aclaro: digo “polarización emocional” porque eso que llamamos “grieta” tiene un componente de clase y de ideología cada vez más débil. Quiero decir, cada vez más la polarización está asociada, según creo, a las necesidades electorales de la dirigencia, a la imposibilidad de ofrecer algo más que la defensa discursiva de valores que conceden cierta identidad a las personas y a la recurrente frustración que genera la idea de que vivimos en un país que se parece cada vez menos al que deseamos.
*El autor es Licenciado en CIencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional de Cuyo.
(**) Los datos utilizados corresponden a Leopoldo Tornarolli, investigador del Centro de Estudios Distributivo, Laborales y Sociales (CEDLAS) de la Universidad Nacional de la Plata. Enlace de acceso: https://www.cedlas.econo.unlp.edu.ar/wp/
(***) Los datos utilizados corresponden a la Fundación Norte y Sur. Enlace de acceso: https://dossiglos.fundacionnorteysur.org.ar/series