La cultura woke es un fenómeno contemporáneo que ha surgido como una respuesta a las injusticias sociales, políticas y económicas. Originada en las comunidades afroamericanas de Estados Unidos, la palabra “woke” es una derivación de “awake” (despierto en inglés) y se utiliza para describir un estado de alerta y conciencia sobre las desigualdades y discriminaciones sistémicas. A lo largo de la última década, este término ha trascendido fronteras y culturas, convirtiéndose en un movimiento global que aboga por la equidad y los derechos humanos.
Este término tiene sus raíces en la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos. Se popularizó en la década de 2010, especialmente a través de las redes sociales y el activismo digital, como una llamada a estar conscientes de las injusticias raciales. Uno de los momentos cruciales para la difusión del término fue el surgimiento del movimiento Black Lives Matter (BLM) en 2013, después de la absolución de George Zimmerman por el asesinato de Trayvon Martin. El hashtag #StayWoke se convirtió en un símbolo de resistencia y concientización, promoviendo la vigilancia frente a las injusticias raciales.
No obstante, con el tiempo ha abarcado una amplia gama de temas, incluyendo la igualdad de género, los derechos LGBTQ+, la justicia económica y la sostenibilidad ambiental. Esta expansión ha permitido que el movimiento gane adeptos a nivel global, ya que muchas personas se sienten identificadas con las luchas por la justicia social en sus propias comunidades.
Por otro lado, el movimiento ha sido instrumental en destacar y combatir el sexismo y la misoginia. Movimientos como #MeToo, que denuncian el acoso y la violencia sexual, han sido profundamente influenciados por esta cultura de concientización y activismo. Asimismo, la lucha por los derechos LGBTQ+ ha encontrado un aliado en la cultura woke, que promueve la aceptación y el respeto hacia todas las identidades y orientaciones sexuales.
En el ámbito político, por ejemplo, muchos activistas y organizaciones han adoptado una postura “despierta”, promoviendo políticas inclusivas y equitativas. Las campañas políticas y las políticas públicas se han visto influenciadas por una mayor demanda de transparencia y justicia social. En la cultura popular, por citar otro ejemplo, su influencia más evidente es en la música, el cine, la moda y las redes sociales. Artistas y celebridades utilizan sus plataformas para abogar por la justicia social y denunciar las injusticias, abogando por una mayor representación de las minorías y grupos marginados.
A pesar de sus logros y su popularidad, y, en la mayoría de los casos, de sus buenas intenciones, la cultura woke no está exenta de críticas y controversias. El movimiento puede ser excesivamente dogmático y polarizador, promoviendo, así, una cultura de la cancelación que no permite el diálogo ni la disidencia, y que puede llevar a la censura y, en muchas ocasiones, a la autocensura. Esta cultura de la cancelación ha generado un clima de pavor en el que las personas temen expresar opiniones contrarias por miedo a represalias sociales o profesionales.
Igualmente, dicho movimiento ha sido utilizado de forma superficial y oportunista por corporaciones y figuras públicas como mera estrategia de marketing que sólo buscan mejorar su imagen, sin comprometerse realmente con las causas sociales. Este fenómeno, conocido como woke washing, ha terminado desvirtuando los objetivos originales del movimiento.
Otra crítica común es que la cultura woke puede ser percibida como elitista y excluyente. De este modo, la mayoría de las veces se adopta un enfoque de superioridad moral que aliena a aquellos que no están completamente alineados con sus principios. Esto, evidentemente, crea divisiones y dificulta el logro de un consenso social amplio en torno a las cuestiones de justicia social.
Al mismo tiempo, las plataformas de streaming como Netflix han jugado un papel importante en la difusión y promoción de esta cultura. Circula un meme en internet de que Netflix, si hiciera una película biográfica sobre Lionel Messi, el actor que lo interpretaría sería, con toda seguridad, un afrodescendiente. El chiste, no obstante, esconde una conveniente verdad solapada: tanto Netflix como otras empresas utilizan la diversidad y la inclusión, cada vez más, como herramientas para atraer a un público más amplio y mejorar su imagen corporativa, sin realizar cambios significativos en sus propias prácticas internas. En lo personal, creo que estas plataformas han creado series y películas basadas en esta temática que son realmente valiosas y que exponen, de manera gráfica y elocuente, el sinfín de discriminaciones hacia ciertos sectores de la población que se encuentran realmente afligidos por esta problemática tan terrible. Pero de ahí a introducir personajes que no hacen a la esencia de la película y cuya inclusión parece forzada, es un paso hacia la superficialidad de la narrativa. En muchas ocasiones, estos personajes no tienen ninguna injerencia en la historia que se relata y están presentes como una suerte de obligación moral, lo cual puede diluir el mensaje y la autenticidad de la trama.
La verdadera progresión hacia una sociedad más inclusiva y justa requiere no solo conciencia y activismo, sino también espacio para la reflexión crítica y el respeto por las diferentes perspectivas.
* Licenciado en Recursos Humanos y Docente.