En el prólogo de una de las ediciones de La Rebelión de las Masas, Ortega y Gasset llamó “hemiplejia moral” a los posicionamientos sesgados por la ideología, describiéndola como “una de las infinitas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil”.
Resulta obvio que, quien defiende los Derechos Humanos y las libertades, debe asumir esa defensa frente a todos los regímenes, sin excepciones por identificación política.
Sin embargo, a un régimen le alcanza con mostrar credenciales ideológicas para que muchos que se identifican con la ideología aludida salgan a defenderlo.
Quien quiera actuar de ese modo, puede hacerlo; lo que no puede es asumirse también como defensor de DD.HH. y enemigo de la represión.
Las personas moralmente hemipléjicas se auto-invalidan para repudiar en la vereda ideológica opuesta lo que no repudian en la vereda ideológica propia.
Jair Bolsonaro denuncia la represión dictatorial en Cuba sin autoridad moral, porque siempre defendió el golpe del general Castelo Branco contra Joao Goulart, llegando a la aberración de elogiar al coronel Brilhante Ustra, máximo exponente de la tortura en la dictadura brasileña.
El partido izquierdista español Unidas Podemos perdió la autoridad moral con que denunciaba los crímenes del franquismo en el siglo XX, al asumir con los crímenes de la represión en Venezuela y Cuba lo que el jurista Roberto Gargarella llama “complicidad por omisión”.
En el otro extremo, el ultraderechista VOX denuncia esas represiones, pero sin autoridad moral porque nació defendiendo la criminal dictadura franquista.
Así como se auto-invalidaron para denunciar represiones y autoritarismos los liberales que defendían a la dictadura militar chilena sólo porque impulsó el libre mercado; también se auto-invalidan para denunciar represiones y autoritarismos las izquierdas que justifican los crímenes cometidos por los regímenes de izquierda.
El castrismo debería asumirse como dictadura, porque el dogma ideológico que esgrime lo define como “dictadura del proletariado”, pero impone a sus adherentes y a sus enemigos en el mundo que lo traten como Estado de Derecho.
El Estado de Derecho (donde las leyes están por sobre los gobiernos, las personas detenidas no pierden sus derechos y las condenas pueden apelarse ante instancias judiciales superiores) existe y ha existido donde hay pluralismo político y libertades.
Joseph Ratzinger culpó al “libertinaje” de la época por las perversiones originadas en la estructura de la iglesia, como la pedofilia; y el régimen cubano también culpa de su pavorosa improductividad estructural a un factor externo: el embargo norteamericano.
Las carencias de Cuba se deben en parte a ese embargo y en parte a un sistema económico incapaz de generar crecimiento. El régimen hace del injusto bloqueo la coartada para tapar la improductividad del sistema económico y la inutilidad de una casta que sólo es eficaz para defender su poder y para hacer propaganda y adoctrinamiento.
Taiwán también es una isla y China, su gigantesco vecino, le aplicó bloqueos de todo tipo, incluido privarla del reconocimiento internacional como Estado independiente. En esas circunstancias se convirtió en una potencia económica.
Lula fue un gran presidente de Brasil, pero afirmar que “sin bloqueo Cuba sería Holanda” es inexacto. Holanda es un Estado de Derecho. El embargo obstruye, sobre todo, la actividad privada. Si no existiera, Cuba sería posiblemente un capitalismo autoritario próspero como Vietnam, pero no Holanda.
Frente a las protestas, la casta burocrática imperante recurrió a la represión sucia, porque usó fuerzas parapoliciales y Díaz Canel impulsó el choque entre civiles al llamar a las bases del Partido Comunista a ganarle la calle a los que protestan.
Quizá la protesta termine venciendo a la represión, como ocurrió en Túnez con la caída de Zine Ben Alí, en Egipto con la de Hosni Mubarak y en Argelia con la de Abdelaziz Buteflika. Pero también puede triunfar la represión, como ocurrió en Arabia Saudita, donde la tiránica monarquía cortó Internet y bloqueó la transmisión de imágenes de la brutal represión que aplastó el brote de “primavera árabe” en el reino.
Interrumpiendo internet, el régimen cubano bloqueó la comunicación horizontal que posibilita las manifestaciones auto-convocadas y, con el toque de queda y la militarización de ciudades, recuperó el control de la calle. Al silencio lo completó la versión única de los medios oficialistas, que no hablan de protestas sino de “sucesos desestabilizadores organizados por EE.UU.”.
La represión puede justificarse, si no hay excesos y la ejercen fuerzas policiales, cuando las protestas se tornan violentas. Como en Chile y en Colombia, en Cuba hubo exceso represivo, con el agravante del accionar de grupos parapoliciales con la misma agresividad de los “colectivos” chavistas y de los basijis, fuerza de choque con que el régimen iraní aplasta las protestas.
Eso es represión sucia; forma parte del repertorio represivo en Cuba y resulta visible. Lo que impide denunciarla es la hemiplejia moral.