Cuatro elementos (1)

Si quiero indicar que se desbarata un proyecto, un plan o una idea, la expresión usual es que se le “echa tierra”: “Me fui muy triste porque le echaron tierra a ese viejo sueño mío”.

Cuatro elementos (1)
Tierra, aire, fuego y agua, son considerados el origen de todo. / Foto: Gentileza

Aprendimos que cuatro elementos de la naturaleza, tierra, aire, fuego y agua, son considerados el origen de todo. Se atribuye al poeta Rafael Lasso de la Vega el texto siguiente, que los aúna en una sola mención al decir Yo amo los cantos que llevan dentro aire, agua, tierra y fuego, los cantos que son claros, ligeros y diáfanos, vivientes como mundos lanzados al azul, con algo de magia y de prodigio, cual pompas de jabón que no se rompen”. Empecemos por “tierra”, cuyas tres significaciones más corrientes son el nombre del planeta que habitamos, su superficie no ocupada por el mar y el material desmenuzable del que se componen, principalmente, el suelo natural y el piso.

Junto a ellas, llamamos también “tierra” a nuestro país o región, al territorio constituido por intereses presentes o históricos: “Ya es tiempo de regresar a nuestra tierra”. Y, en cambio, “tierra de nadie” (“terra nullius”) originalmente era el territorio no ocupado entre las primeras líneas de dos ejércitos enfrentados; hoy, puede utilizarse en sentido figurado para indicar un tema, aspecto o hecho de los que nadie parece ocuparse: “Esos temas se han vuelto últimamente tierra de nadie”. En el polo opuesto, se ubica la expresión “tierra prometida” que, según la Biblia, nombraba a la que Dios prometió al pueblo de Israel; por extensión, se llama de este modo a toda tierra que se presenta como muy fértil y abundante. Hay frases hechas con este sustantivo, que usamos en distintas circunstancias ; decimos, por ejemplo, “¡ábrete / trágame tierra!”, como locución interjectiva, para enfatizar el sentimiento de vergüenza ante una torpeza manifiesta: “Exclamé ¡ábrete tierra! por la tremenda vergüenza que me dio”. Si decimos que alguien “besa la tierra que otro pisa”, estaremos evidenciando la profunda gratitud que siente esa persona hacia quien lo ha favorecido: “Le debe a Marcos gran parte de lo que tiene, por eso siempre besa la tierra que él pisa”. No es igual a la locución “besar la tierra” que indica que este acto se realiza en señal de humildad o respeto: “El Papa procedió a besar la tierra del país visitado”.

Y ¿cuándo se usa la locución “da en tierra con alguien”? Se aplica para señalar que se lo destruye: “La crítica, mordaz e implacable, dio en tierra con ese joven escritor”. Se vincula a “dar tierra”, que actúa como sinónimo de “enterrar a una persona”. Es sinónimo de “inhumar”: “Le dieron tierra en el cementerio local”.

Si quiero indicar que se desbarata un proyecto, un plan o una idea, la expresión usual es que se le “echa tierra”: “Me fui muy triste porque le echaron tierra a ese viejo sueño mío”.

Humillante resulta “hacer morder la tierra/el polvo a alguien” pues significa que se lo vence en una pelea, ya que se lo mata o se lo derriba: “El boxeador visitante le hizo morder la tierra al púgil local”. Negatividad connota también “irse a tierra algo”, que puede también decirse “venir o venirse a tierra algo o alguien”: estas locuciones equivalen a “destruirse, arruinarse”, como en “Se vinieron a tierra sus planes en el período de pandemia”.

Cuando se hacen beneficios a quien no los merece o corresponde mal a ellos, se dice que se ha “sembrado en mala tierra”; con ligera variante, “ser alguien mala tierra para sembrar nabos” significa, coloquial e irónicamente, que es inútil.

Para señalar que se siente vergüenza ante una acción cometida torpemente, se puede utilizar la locución interjectiva “¡trágame tierra!”; con palabras análogas se puede indicar que una persona ha desaparecido de los lugares que frecuentaba afirmando que “se lo tragó la tierra”. Y si alguien logra descollar no porque valga mucho, sino porque los que lo rodean son ineptos, se usa la expresión “gigante en tierra de enanos”.

Encontramos la paremia “Si de la tierra naciste y a la tierra has de volver, ¿ese orgullo para qué?”; con este refrán, que evoca el dicho bíblico, en el Génesis, se recuerda: “Polvo eres y en polvo te convertirás”; se cuestionan la vanidad y el orgullo inútiles porque nuestro pasaje terrenal es pasajero.

El segundo elemento por considerar es el aire. Si dejamos de lado su definición como gas que constituye la atmósfera terrestre, vemos otras acepciones del término: no solo puede aludir al viento, sino que puede hacer referencia a la apariencia o estilo de alguien: “Tiene un aire bohemio”. Pero también alude al parecido o semejanza entre personas: “Luis y Julia tienen un innegable aire de familia”. Usado en plural, “los aires” son las pretensiones o ínfulas de una persona: “Es insoportable con sus aires de suficiencia”.

“¡Aire!”, usada como interjección, se dirige a una o varias personas a fin de que despejen el lugar donde están o para que se pongan a realizar su tarea de forma inmediata. Algunas locuciones nos llaman la atención, como “al aire”, con el significado de “sin fundamento”: “Hablar al aire”. Otra es “alimentarse del aire” que puede significar “comer muy poco”, pero también “confiarse en esperanzas vanas”: “No crea en eso ni se alimente del aire porque es algo imposible”.

Variadas interpretaciones tiene la locución “en el aire”: tan pronto puede significar “en el ambiente” (“Se percibe el malestar en el aire”) como ser equivalente a “estar difundiéndose por radio o televisión”, o “hallarse en situación precaria” (“Tu cargo ha quedado en el aire”).

De las innumerables locuciones y frases formadas con “aire”, nos quedaremos con “sustentarse del aire”, con diferentes aplicaciones: coloquialmente, puede ser que alguien come muy poco, pero también que se confía en vanas esperanzas o que se deja llevar por la lisonja. También, “vivir del aire” señala que una persona se mantiene sin recursos conocidos y seguros. Y ¿quién no ha hecho “castillos en el aire”? Todos alguna vez los hemos forjado, cuando hemos tenido ilusiones lisonjeras con poco o ningún fundamento.

*La autora es Profesora Consulta de la UNCuyo.

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