Durante más de cincuenta años la cocaína fue un producto legal en todo el mundo. Su uso era masivo y estaba presente en todo tipo de productos, desde licores hasta laxantes. La industria alimenticia hizo uso y abuso, aprovechando la adicción que genera para multiplicar sus ventas.
Sigmund Freud, experimentó con esta droga personalmente y promovió su uso. Especialmente como un tónico para curar la “depresión” o “melancolía”. En 1884, publicó un artículo titulado “Über Coca” (Sobre la Coca) totalmente a su favor.
El austríaco era cocainómano y prescribía esta droga a sus pacientes, lamentablemente uno de estos murió por sobredosis. Hacia el final de su vida dejó de avalarla en todo sentido.
Simultáneamente, tras cinco décadas de observar la decadencia que generaba el consumo de cocaína, los países más avanzados comenzaron a prohibirla.
A partir del fin de la Primera Guerra el consenso fue casi mundial. Argentina se sumó en vísperas de 1921.
En aquel tiempo los odontólogos la utilizaban como anestésico y algunos veterinarios recomendaban su uso para mejorar las condiciones de los caballos.
El ingeniero agrónomo Luis Grimaud la recomendó ese mismo año, en una nota que escribió para Caras y Caretas. Uno de los equinos a su cargo estaba en muy malas condiciones y “me acordé de la cocaína -relató-, a los pocos minutos de haberle dado una buena inyección, desapareció la expresión taciturna de los ojos del animal y este empezó a demostrarse contento y a mover la cola”.
Meses más tarde era una droga prohibida, el cambio fue drástico y muy esperado por especialistas como el Doctor Leopoldo Bard. Además de médico, Bard fue fundador, jugador y presidente del Club River Plate. Tuvo también un costado político, desempeñándose como diputado nacional por la UCR y como colaborador de Hipólito Yrigoyen.
Durante años dio conferencias explicando la urgencia de prohibir drogas como la cocaína. Continuamente recibía a “toxicomaníacos” y tenía a su cargo un grupo abultado de mujeres adictas que lo acompañaban como oyentes en cada charla.
“Desde la iniciación -escribió Bard- se producen los fenómenos de intoxicación. Las perturbaciones digestivas aparecen, y son acompañadas de sequedad de la boca, náuseas e inapetencia; la memoria desfallece, la voz se hace ronca, el insomnio rebelde, el carácter agrio, el enfermo está impresionable, de mal humor y tiene la tendencia a quedarse agazapado, como embobado, una especie de estado de embrutecimiento; no piensa más que en él y se desinteresa por todo (…) Cuando llega a ese estado (…) tiene una necesidad vital del alcaloide, esa es, para él, un elemento indispensable para su existencia, algo sin lo cual no concibe la vida, que resulta de otra manera una pesadilla”.
Resulta increíble que cien años más tarde discutamos nuevamente sobre la despenalización de una sustancia que arruinó la vida de tantos y que mientras fue legal no dejó de hacerlo.
Es fundamental generar espacios para apoyar a los adictos y sus familiares, extendiéndoles una mano y no una soga.
*La autora es historiadora.