En la comida de las Fuerzas Armadas el presidente Fernández volvió a mencionar al “odio” como el problema de la democracia. Sesgada la visión, con índices de pobreza escandalosos, inflación de tres dígitos, retroceso educativo en 20 años del primer lugar en la región al sexto y con un Estado que no cumple sus funciones primarias como dar seguridad y asegurar la integridad territorial.
El narco en Rosario y los Mapuches incendiando el Sur testimonian la falacia del “Estado presente”. .
Mientras agredían al que pensaba distinto y no había reacción no se hablaba de odio. La agresión a la oposición, a los que trabajan y producen la riqueza nacional fue creciendo hasta que desde los agredidos se comenzó a levantar la voz y sobre todo a ganarle tanto la calle como las elecciones. Eso y tras la paulatina aparición de fiscales y jueces que ejercen sus funciones, aparece la palabra Odio. Hasta apareció un proyecto de ley sobre el odio. Esa es otra señal de la degradación de la política argentina. Tanto jorobar con la patria grande, parece, que nos contagiamos con los personajes pintorescos del caribe.
La ley del odio puede ser seguida por una ley del amor, otra reglamentando el deseo, el apetitito, el asco, la aversión o reglamentando los siete pecados capitales del catecismo católico. Leyes para reglamentar los sentimientos humanos, prohibirlos, limitarlos. De ahí a hablar con los pajaritos hay un solo paso.
Joaquín V González escribió en “El Juicio del Siglo” en 1910, que el odio había sido constante desde 1810. Sabía de lo que hablaba, la Rioja se había ensangrentado largo tiempo por las luchas de dos viejas familias, los Dávila y los Ocampo. Precisamente, González, nació como fruto de la reconciliación de esos dos clanes con el casamiento de sus padres.
A la ley del odio, se agrega una ley contra el lawfare presentada por una tal Marziotta.
Del odio ya se ocupaban los filósofos de la antigüedad como Empédocles y Aristóteles. Decía el primero que el odio y el amor eran motores destacados del mundo como un hilo conductor que guían a las personas. Por su parte el estagirita explicaba que el odio es el deseo de eliminar un objeto que es incurable con el transcurso dl tiempo. También distingue Aristóteles entre la ira y el odio; la ira se siente hacia personas cuyas acciones o existencia afectan al iracundo mientras que el odio puede aparecer sin motivos personales y dirigirse hacia actitudes y males genéricos.
Ya en la modernidad, Descartes observa al odio como la conciencia de que un objeto, situación o persona está mal y por consiguiente es sano alejarse de ello. Para Baruch Spinoza el odio es un dolor que provoca una causa enferma.
En tiempos más cercanos, Nietzsche expresa que el odio es un sentimiento negativo propio de débiles y subalternos. Nadie que se siente superior, dice, odia porque no se odia a los derrotados; son los derrotados, agrega, los que odian a los exitosos.
En la Argentina de mediados del siglo pasado se ocupó del odio Arturo Jauretche con su libro “Los Profetas del Odio y la Yapa”. No fue uh intento de evitar el odio sino de mostrar de un lado a los buenos patriotas y descalificando con diversos epítetos a los que pensaban distinto. Es decir para condenar el odio destilaba odio. Se lo señala con claridad Victoria Ocampo en un intercambio epistolar que tuvieron y se editara hace pocos años.
Detrás de estas iniciativas está el deseo de buscar caminos para restringir las libertades individuales y entre ellas las que más detestan, la libertad de prensa. Ya salió uno de los asesores culturales del gobierno diciendo que hay que buscar antecedentes en Europa sobre restricciones porque aquí seguimos la doctrina de los EE,UU., que no las admite.
La primera enmienda de la constitución americana establece que ninguna ley del Congreso puede legislar en materia de libertad de prensa, porque ese es un derecho que se reserva el pueblo indelegable. Los antecedentes son más añejos, se remontan a la publicación en 1644 por John Milton de Areopagítica, su discurso al parlamento inglés sobre la libertad de prensa. Estos principios lo tomaron los constituyentes argentinos que en los derechos de los argentinos incluye en el artículo 14 “publicar sus ideas por la prensa sin censura previa” y en el 32 “El congreso federal no dictará leyes que restrinjan la libertad de imprenta o establezca sobre ella la jurisdicción federal”.
A la democracia no la debilita la confrontación, sino negar la libertad porque es la negación de la democracia. La debilita el empobrecimiento de la sociedad mientras las elites políticas se convierten en oligarquías que pretenden someter las instituciones a sus caprichos y corrupciones.
* El autor es miembro de número de la Academia Nacional de la Historia.