El día en que decidió nominar a Alberto Fernández como su candidato presidencial, Cristina Kirchner supuso haber realizado el hecho político más brillante -y más necesario- de toda su vida. Porque no sólo logró reunificar bajo su persona a un peronismo perdidoso, dividido por arriba y por abajo, sino que además se propuso recuperar el gobierno nacional para acabar de una vez por todas con esos juicios que le dejó en herencia su marido y que la tenían a mal traer, entre otros dramas por tener que viajar constantemente con su hija Florencia a la isla liberada de Cuba, por si aquí la detenían durante la “dictadura” macrista.
El día que ganó las elecciones sintió que su plan había salido redondo y en mucho menos tiempo que Perón, quien demoró 17 años en volver, mientras que ella lo hizo sólo en cuatro.
Los problemas empezaron cuando fue dándose cuenta que el nuevo Cámpora que había inventado, resultó para ella tan nefasto como el anterior lo fue para Juan Domingo Perón.
Horror fue para Cristina descubrir que Alberto le dijo que podía para que ella lo eligiera, pero que nunca había tenido la menor idea de cómo hacerla zafar a ella y sus hijos de la tandalada de juicios. El antiguo traidor, que al menos parecía eficaz, no era más que un timorato. Intentó corregirlo pero cuando se dió cuenta que era imposible trató de borrarse ella lo más posible de él y borrarlo a él lo más posible de la historia. Lo mismo que todo el peronismo luego de recuperada la democracia intentó hacer con el gobierno de Isabel Perón y López Rega. Pero para eso tuvo que dividir lo mismo que ella había unido en 2019 y entonces ahora tenemos tres gobiernos, el de Alberto que no pincha ni corta, el de Cristina ocupada de su defensa ante la justicia, y el de Sergio Massa que la vicepresidenta reemplazó por Alberto a ver si logra hacer durar un añito más el deleznable gobierno actual separándose lo más posible de él.
Para intentar en 2023 otro retorno, el más surrealista de todos: el de volver sin haberse ido. O, en el peor de los casos, aún yéndose, lograr ser recordada solo por los tres gobiernos de ella y su marido. Y hacer con Alberto y su gobierno lo que el peronismo hizo con Isabel, borrarlo, ya que no pudo o no quiso hacer lo que Perón hizo con Cámpora, echarlo.
A su vez, desde ese día en que afirmó ante los jueces que la historia ya la absolvió, además de dividir en tres al gobierno, inició otro intento de reunificar al peronismo tras ella ya que el de Alberto fracasó. Ahora, además de pretender zafar de la Justicia, quiere intentar ver si puede ser olvidado su paso por esta horrible gestión.
Esta vez sus ensoñaciones son aún más grandiosas que la vez anterior. Ahora no sólo quiere que todo el peronismo dirigencial la apoye (les dijo que sin ella el peronismo quedará “dividido, fracturado, enfrentado, inocuo e inutilizado para cualquier proceso de cambio”). Ahora también quiere asumir en su sola y exclusiva persona los 70 años de historia del movimiento creado por el General. Ser el cuerpo místico del peronismo y que el resto de los peronistas sean meras células de ella. Eso es lo central del relato que viene exponiendo en sus frecuentes alegatos frente a fiscales y jueces. Estos son los que representan las veinte mentiras de la causa Vialidad, mientras ella representa las veinte verdades peronistas, con una leve variación en la verdad número 8 que dice: “Primero la Patria, después el Movimiento y luego los Hombres”. Ella la cambió por otra que dice: “Primero Yo, después Yo y luego Yo”. Pero no por una mera cuestión de personalismo, sino porque ella, para defenderse, pretende transformarse también en el movimiento y la patria peronista.
Cristina quiere -en realidad siempre quiso- devenir una Evita montonera, rescatando de los primeros gobiernos de Perón el papel de la mujer de Perón por sobre Perón. Y definirse del lado de los Montoneros cuando éstos se enfrentaron a Perón. Pero no quiere repetir ninguno de los gobiernos de Perón, sino crear otra leyenda en que los años gloriosos fueron del 2003 al 2015, reemplazando Néstor a Perón y ella a Evita. Dejándolos a los Perón como los creadores de la iglesia peronista allá lejos y hace tiempo mientras los Kirchner la hacen renacer como lo hicieron con el catolicismo, Juan XXIII de modo progresista y Francisco de modo jesuita peronista.
Quiere quedarse con la historia entera del peronismo. Por eso en sus alegatos judiciales, que son meros panfletos políticos, explica que no la están juzgando a ella, sino a 70 años de historia y también a todos esos desamparados que hoy se siguen llamando peronistas y que sin ella devendrían meros huerfanitos sin destino alguno.
Ella, según Ella, es la única que logró durante sus gloriosos gobiernos que la distribución del ingreso estuviera porcentualmente más a favor de los trabajadores que de los empresarios, algo que también ocurrió en 1946-55 y 1974-75, o sea solamente en los anteriores gobiernos peronistas.
A Ella, según Ella, la quieren poner los jueces frente a un pelotón de fusilamiento como hicieron los militares con los mártires de Trelew en los 70.
Según Ella, los verdaderos culpables de haber intentado asesinarla no son tanto los lúmpenes que dispararon el fallido tiro, sino una especie de nueva sinarquía internacional a la que los jueces y la prensa se niegan a investigar (porque forman parte de la misma) como tampoco investigaron en los Estados Unidos la muerte de John F. Kennedy. Ella no puede ser menos. Ella quiere un intento de magnicidio que sea magno, no copito.
Ella quiere ser la que peleó contra Clarín como Perón lo hizo con La Prensa. O con Macri como Perón lo hizo con Braden y demás gorilas. O con la Mesa de Enlace como Perón lo hizo con la Sociedad Rural. O como hizo Perón con la Iglesia, cuando Bergoglio aún no era Francisco. Y tener, obvio, una Corte y una justicia adictísimas.
Ella quiere ser recordada como la que dirigió la resistencia en los años macristas tal cual Perón lo hizo con los militares. Y para eso no cesa de acusar a sus “enemigos” políticos, mediáticos y judiciales de repetir las mismas prácticas de la dictadura militar, secuestrando goles, haciendo desaparecer gente como Maldonado, fusilando jurídica y mediáticamente. En fin, “Macri basura, vós sós la dictadura” es una consigna que se extiende a todos los que se ponen enfrente de Ella. Hoy, por ejemplo, la expresión acabada del mal es el fiscal Luciani, como lo serán los magistrados del tribunal que la está juzgando si eventualmente la condenan. Ella, para crear más dramatismo, dice que que su sentencia ya está escrita.
Ella también quiere ser la heredera de la Juventud Peronista de los años 70 e íntimamente comparte su mismo deseo contrafáctico: el de haber echado a Perón de la Plaza de Mayo en vez de que Perón los echara a ellos. Ser, reiteramos, Evita y Montonera. También Fidel y Chávez. Pero sin haber llegado a ninguno de esos extremos en sus presidencias. Ni siquiera a los extremos que llegó su marido en su feudo santacruceño. Sólo Ella y Dios saben si no quiso o no pudo, pero démosle el beneficio de la duda. Aunque está claro que a Ella le gustaría una democracia más populista que republicana. Y parece que, de tanto repetirlo, ya se cree en serio el mito de ser la reencarnación personal de los últimos 70 años de historia según la versión edulcorada de la izquierda peronista.
Esta semana, si acontece el fallo por Vialidad, se podrá ver -a partir de las reacciones- si esta reinvención legendaria, mitológica y religiosa (en la que sus seguidores creen a pie juntillas) que hizo Cristina de sí misma para lidiar con la Justicia y volver sin haberse ido, le servirá realmente de algo. ¿Moverá esta vez la fe montañas?
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar