Cristina for ever

Cristina Kirchner se ha propuesto dos grandes misiones en esta etapa de su existencia política: convencer al mundo de su inocencia y convencer a la historia de su eternidad.

Cristina for ever
Gentileza

Mitad implacable, mitad conmovida, en la audiencia del viernes previa al improbable juicio oral por el pacto con Irán, Cristina habló, a la vez, para los mortales y para la inmortalidad sobre las dos cuestiones que hoy le interesan; Convencer al mundo de su inocencia y convencer a la historia de su eternidad.

Ya ha pasado más de un año y medio que volvió al gobierno gracias a la candidatura y luego presidencia formal de Alberto Fernández, una figura de su total invención. Durante todo este tiempo se habló de la genialidad de la gran dama que recuperó el poder uniendo al peronismo que ella misma había dividido, poniendo a una figura que se ajustaba para ello.

Pero luego de haberse proferido tantos halagos por su triunfo, quizá esté llegando el tiempo de empezar a analizar si no eligió tan mal como otras veces. Como cuando puso de vicepresidente a Amado Boudou (el peor vicepresidente de la historia) o de candidato a gobernador a Aníbal Fernández (quizá el único peronista con el cual no se podría haber ganado la provincia de Buenos Aires en esa ocasión). Hoy Alberto parece seguir esa misma tradición de fallidas criaturas salidas de la mente de una imaginación fértil y febril. Y no sólo porque lo digan los “contreras”, sino porque la misma Cristina debe estar pensando lo mal que le salió.

Por eso ahora habrá que ver cómo sigue funcionando el excéntrico artificio que creó para acceder nuevamente al poder, el cual consistió en sumar a su voto propio más o menos consolidado (los fans más los peronistas que votan siempre peronismo esté Cristina o no), esos 15 o 20 puntos que alguna vez tuvo Sergio Massa y que ahora busca Randazzo, que pueden votar peronismo pero bajo determinadas condiciones, por ejemplo a Cristina presidenta de nuevo no la votan aunque sí aceptan que ella esté si el candidato es alguien que al menos parezca distinto a ella. Alberto fue el que sumó ese porcentaje minoritario pero determinante, por su viejo enfrentamiento con ella, por sus modos en apariencia distintos de hacer política y por su discurso moderado.

Hoy ese capital Alberto ya no lo tiene más, se lo desgastó su sumisión increíble gestada por la misma Cristina al obligarlo a hacer todo lo que ella quería, aunque debiera humillarlo para eso. Las órdenes agraviantes se las da directamente en público y él siempre se ve obligado a decir que cumple no porque se lo ordenan sino porque piensa igual a Cristina, tratando de mantener una falsa dignidad. Llegó al extremo de pedir disculpas por haber criticado en su pasado el pacto con Irán, mayor humillación imposible.

En suma, se gastó el hombre en poder seguir cumpliendo aquello para lo que fue puesto y además Cristina cada vez lo considera peor presidente, incapaz de gestionar. Y si Alberto ya no es diferenciador para sumarle los votos que le faltan y tampoco es competente para lograr la sucesión que Cristina quiere, no le sirve para nada.

Ella tiene dos grandes objetivos en esta etapa de su vida, uno increíble por su insignificancia, el otro increíble por su grandiosidad. El primero es el de librarse de sus causas judiciales; el segundo el de transformarse en la dueña de la Argentina, ella y sus herederos. Hoy Alberto no le sirve para ninguna de las dos cosas. Más bien la obstaculiza, por eso no queda más remedio que ir ocupándole el gobierno todo lo que se pueda a ver si llega a los 4 años y ya de del albertismo queda solo él. Nada más. Ni una sombra ya pronto serás.

Cristina hoy no gobierna, sino que es asesora del que gobierna, pero una asesora con más poder, muchísimo más, que el asesorado. Por lo tanto no le deja hacer nada que ella no quiere pero aun así lo critica porque cuando hace lo que ella quiere, no lo hace como a ella le gusta. Entonces, haga lo que haga, Alberto está perdido.

El problema es que por ahora Cristina sigue necesitando a esos 15 o 20 puntos esquivos, porque no es todavía la dueña de la Argentina sino apenas la patrona de la facción política más importante del país oficial. pero aún minoritaria.

Para ir pensando en el mañana sentó a su hijo al lado de Sergio Massa, único miembro de su coalición al cual no le pide que deje de hablar con la moderación con la cual le hubiera gustado hablar a Alberto. Massa puede elogiar al FMI o decir que Venezuela es una dictadura, y no se lo critica por eso. La razón es que Cristina piensa que si le tocara heredar el poder a su hijito Máximo, Massa podría ser su Alberto. Pero claro que duda, primero porque ella ya no ignora que es muy mala para elegir la gente que la acompañe, y segundo porque aunque esta vez elija a alguien capaz, este tipo es políticamente cien veces más peligroso que Alberto y se le puede cortar solo en la primera ocasión.

Todo esto que comentamos son disquisiciones que debe hacerse interiormente la gran dama argentina del poder, quien está tratando de reconstruir lo que supone deconstruido por Alberto, para intentar una nueva oportunidad, con ella o con su crío, siempre a fin de marchar hacia la eternización del poder que hace tiempo considera de su exclusiva propiedad.

No se puede negar que ella es hoy EL peronismo. Como a fines de siglo XX lo fue Menem. Ambos aparecieron como dos heterodoxos, uno porque se alió con el liberalismo más extremo y la otra con la izquierda dura, la populista autoritaria. Pero durante un largo período signaron (ella lo sigue signando) con su impronta a un movimiento que se rindió enteramente a los dos.

Al peronismo ortodoxo del 83 lo sacó la renovación, Menem sacó a la renovación y a Menem lo sacó el peronismo clásico con Duhalde. Con Cristina no ocurrió lo mismo cuando se supuso su ocaso al perder en 2015. Ese que Miguel Angel Pichetto pensó sería la ocasión para resolver la sucesión cambiando de líder y volviendo a un peronismo más tradicional. Pero ella sacó el conejo de la galera y el que terminó afuera fue Pichetto mientras ella se pudo quedar con todo, quizá atado con alambres pero con todo. Lo cual luego de doce años y medios previos de gobierno, es toda una proeza, sobre todo contando también el gran rechazo que tiene en una parte no menor de la sociedad.

Ahora intentará, como hace tiempo lo viene intentando, ver si es posible que el peronismo pase a ser sólo cristinismo de una vez por todas. Ella cree que tiene muchas posibilidades de lograrlo. El peronismo hoy no tiene a nadie que piense en cómo frenarla, no porque no quiera sino porque no puede o no sabe. La nueva esperanza blanca, Florencio Randazzo, suena hoy aún muy poco creíble. Lo único que logró hasta ahora es impedirle que Cristina le ganara a Esteban Bullrich en las legislativas de 2013, lo cual es poco para intentar sucederla. Su tarea, él lo sabe, no es por ahora ganar sino sacarle esos 15 puntos que le devolvió Massa poniendo a Alberto. No es una tarea menor, pero aunque la lograra luego debe evitar la tentación de dejarse cooptar en lo cual los Kirchner han sido maestros. Sino vean lo de Claudio Lozano, lo de Victoria Donda, lo del Pino Solanas, toda la izquierda purista anticorrupción que terminó adentro. O todos los cuadros que fueron menemistas o renovadores o frepasistas. Incluso al mismo Lavagna que luego de perder con Cristina en 2007 al poco tiempo se juntó nuevamente con Néstor. Pichetto para ser coherente con su idea de desplazar al cristinismo debió pasarse a la vereda de enfrente con lo cual es muchísimo menos útil que adentro del movimiento. Y así...

Cristina sabe todo eso y se prepara para transformar al país en del todo cristinista. Tiene, eso sí, un problema que ella tampoco ignora que es de personalidad y por eso no lo puede evitar: que le falta centro, su ideología y la forma de actuarla es demasiado extrema para el estilo cultural promedio de los argentinos que pueden asumir como propio mucho de la cultura peronista pero no ese izquierdismo universitario que provoca fanáticos académicos pero que es más difícil de penetrar en las masas populares donde anida el peronismo tradicional. Deberá enfrentar también ese desafío. Pero tiene espaldas y tiempo, al menos mientras siga siendo la única persona que hace política dentro del peronismo. Lo cual no habla tan bien de Cristina como mal de los demás.

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