En mi nota que publicó Los Andes el pasado 7 de febrero, decía: “Necesitamos reconvertir el riego agrícola en todos los oasis productivos, utilizando la tecnología de conducción y aplicación de riego presurizado, en al menos el 80% del área actualmente cultivada, en un plazo máximo de 10 años.”. Y también decía: “Toda la sociedad debe involucrarse en abordar esta temática, no debe ser ni tema exclusivo de la política, ni de los tecnólogos. Nos debe importar a todos los mendocinos sin exclusiones. O somos los artífices de nuestro destino, o haremos a las próximas generaciones víctimas de nuestra desidia”.
¿Con qué recurso hídrico contamos?
El escurrimiento de los ríos mendocinos cuyo recurso se usa en agricultura expresado en m3/segundo promedio es de 147 m3/s.
En los ríos Mendoza y Tunuyán, con un módulo total de 75 m3/s., la regulación a partir de obras de embalses es mínima y solo alcanza para compensar el déficit hídrico de la cuenca en los meses primaverales, hasta que se producen los deshielos estivales, donde pese a mejorar la relación oferta y demanda, hay evidentes dificultades para reponer los volúmenes de llenado de las presas al disminuir la demanda en otoño. Actualmente la escasez de escurrimiento impide llenar cada año las respectivas presas, Potrerillos y El Carrizal. No es de esperar qué mediante más obras de embalse, se pueda mejorar la regulación de estos ríos, ya que no hay suficiente agua para llenarlos. No se puede guardar el agua que no tenemos.
En los ríos Diamante y Atuel, con un módulo total de 72 m3/s., la regulación por embalses es mejor que en el oasis norte, pero, aun así, tratándose de obras que priorizaron la producción de energía, no alcanzan para afrontar un ciclo de extrema sequía, ni siquiera un ciclo anual. Tampoco aquí más embalses pueden mejorar la oferta de agua. El río Malargüe, de menor envergadura con un escurrimiento de 7 m3/s, no se halla regulado y su área de influencia debe ser incluida en estas consideraciones.
Esta oferta hídrica se caracteriza por las llamadas “aguas claras”, producto de la retención de sedimentos en los embalses, con la excepción del Tunuyán Superior, que implican un aumento significativo de la infiltración en los canales de conducción y un aumento indeseable de los niveles freáticos.
Sabiendo que más del 80 % del agua de escurrimiento de nuestros ríos se destina a riego agrícola, y que las pérdidas por distribución y conducción pueden superar el 20 % de este volumen, llega a las parcelas aproximadamente el 60 % del agua de nuestros ríos sistematizados. A su vez, se estima que solo el 15 % de nuestra superficie bajo riego utiliza tecnología de riego presurizado con alta eficiencia de aplicación, el 85 % restante utiliza los sistemas tradicionales de riego por surco o melgas, con muy baja eficiencia de aplicación, concluimos que nos encontramos con una eficiencia global, ponderando ambos regímenes, aproximada al 40 %.
Esta estimación, nos revela la tremenda ineficiencia del uso de nuestro recurso hídrico, siempre escaso, y ante las evidencias del “cambio climático”, hoy todavía más escaso.
Cambiar el uso del recurso hídrico
Se requerirá repensar la conveniencia de obras de embalse, avanzar hacia impermeabilizar la totalidad de la conducción de agua de riego y llegar a presurizar y aplicar riego por gota o microaspersión en al menos el 85 % de la superficie bajo riego.
Debemos avanzar en dirección a un modelo ideal 15/85, con solo un 15 % de la superficie con riego tradicional y un 85% de la superficie con riego presurizado. Así pasaremos de un escaso 40 % de eficiencia de uso del recurso hídrico, a casi el 80%. Esto implica un cambio de paradigmas y decisiones políticas que cuanto antes se realice, menos oneroso será para toda la sociedad. No se requieren más reservorios de agua, solo los indispensables en la cabecera de las cuencas para cumplir con la regulación estacional.
Todo este despliegue tecnológico global, cambiara el perfil productivo de Mendoza, con beneficios inmediatos distribuidos proporcionalmente en cada oasis y dándole una última oportunidad a miles de pequeños y medianos productores que por sí solos jamás podrán abordar el cambio y por ende están condenados a desaparecer.
Toda esta reconversión debe contemplar mantener el paisaje tradicional de las tan apreciadas arboledas de Mendoza. Con el entubamiento de muchas acequias, que puede hacerse en el mismo lecho actual, se implementaran, riegos localizados, inclusive aprovechando las aguas de retro lavado de las estaciones de filtrado, para mantener y aun aumentar el patrimonio común de nuestro paisaje identitario.
Un nuevo paradigma en la distribución y aplicación del agua de riego que asegure su uso eficientemente, valorizará las propiedades, dará certezas y atraerá nuevas inversiones, y mejorará la productividad de lo existente, dándole un horizonte de futuro a pequeños y medianos productores. Debemos ser capaces de convertir la crisis hídrica actual en una oportunidad.
No es descabellado fijarnos un plazo máximo de diez años para cumplir esta meta. Párrafo aparte y motivo de otro debate serán las políticas y acciones que deberán acompañar este cambio para que se convierta en un aumento sustentable de la productividad del sector.
* El autor es Ingeniero agrónomo. UNCuyo.