En la semana estuvo en el candelero la discusión sobre los precios de los productos en Chile versus los mismos productos en Argentina, traccionada principalmente por el creciente cruce de mendocinos a Chile.
Un reporte de Graciela Rovera, presentado en la tapa de este diario, mostró que, mientras un importador chileno solo necesita pagar el IVA y los gastos asociados al flete y seguro, el importador argentino enfrenta una carga impositiva que incluye Derechos de Importación, IVA adicional, Impuesto a las Ganancias, Ingresos Brutos y otros cargos aduaneros. Esto termina duplicando el costo de importación en el país.
Desde el lado de las exportaciones, Argentina no está mejor, y Mendoza tampoco. Un informe del Observatorio Vitivinícola Argentino destaca que sacar un contenedor por un puerto argentino es entre un 50% y hasta un 500% más caro que en la región. “Los costos portuarios para carga contenerizada en nuestro país son los más altos de la región, incluyendo conceptos y extracostos difíciles de constatar por los importadores y exportadores. Estos costos crecen exponencialmente cuando se trata de un contenedor de 40 pies ‘high cube’, el equipo de transporte más utilizado en el mundo. Operarlo en Argentina es mucho más caro que en otros países de la región”, señala el informe publicado recientemente.
En un momento en que las exportaciones de vino fraccionado están estancadas o con un crecimiento mínimo, referentes del sector vitivinícola -off the record- admiten las dificultades para mantener a nuestros vinos en los inventarios de los importadores internacionales. Todo indica que se acerca una tormenta perfecta.
Da la sensación de que estos temas deberían abordarse pronto en el gobierno nacional. Bajar impuestos suena como algo necesario y pedido por los empresarios.
Sin embargo, con los datos actuales: un dólar que ya no es competitivo, ineficiencias dentro de la cadena productiva, costos dolarizados en Argentina y un mercado mundial menos atento a nuestros productos, la necesidad de resolver estos problemas se vuelve imperativa.
Si analizamos las exportaciones de vino fraccionado de los últimos diez años, la respuesta a estas problemáticas parece evidente.