La aparición de tantos liberales “de cosecha tardía,” que descubren escribas en Austria, en España o en Texas, y cuyas credenciales liberales son bastantes cuestionables, muestran que poco conocen de nuestra historia con su profunda raíz liberal distintiva de nuestro proceso emancipador, diferente al de otros pueblos de la región, cuyos pilares fundantes- insiste siempre el que esto escribe- son esas dos palabras que cantamos en el himno nacional: Libertad e Igualdad.
Corría el año 1799 cuando se desempeñaba como síndico procurador del Cabildo de Buenos Aires, Cornelio Saavedra. Unos años antes, un grupo de españoles habían conseguido que se les reconociera como un gremio con exclusividad para confeccionar y reparar zapatos. Estos zapateros, españoles y blancos argumentaban que ellos eran los únicos que podían determinar sobre la calidad de los zapatos y el que pretendía dedicarse a eso tenía que ser aprendiz por varios años y sin cobrar un centavo de algunos de estos “maestros” que, además, para controlar tenían sus veedores o inspectores.
En 1798 se juntan “pardos y morenos” solicitando permiso para formar otro gremio de zapateros para poder ganarse la vida y mantener a sus familias. Esta solicitud recibió el airado rechazo del gremio de españoles. Fue así que se inició un expediente pues el Virrey interesó al Cabildo en este asunto y a su vez esta institución solicitó la opinión del síndico procurador, que era el defensor de la gente común.
Cornelio Saavedra inició su dictamen oponiéndose a la formación de un nuevo gremio de Pardos y Morenos, pero simultáneamente solicitó la disolución del gremio de los españoles blancos porque su creación: “Lejos de ser útil y necesaria, debe considerarse perjudicial al beneficio público, porque enerva los derechos de los hombres, aumenta la miseria de los pobres, pone trabas a la industria y es contraria a la población”. Decía también Saavedra en su escrito: “No eran precisos ni necesarios veedores y inspectores más que los mismos que han de dar su dinero por los zapatos y que la inspección más inescrupulosa del artesano más perito, no igual jamás al conocimiento práctico del consumidor”
“Todos sabemos que el autor de la naturaleza, prosigue Saavedra, puso al hombre la obligación de vivir con el sudor de su frente y así ese derecho de trabajar es el título más sagrado e imprescriptible que conoce el género humano; persuadirse que se necesita el permiso de un gremio para no ser gravoso a la sociedad es un delirio. Decir que el Príncipe es el que tiene que vender el derecho a trabajar es una monstruosidad; así el poder soberano lejos de restringir el uso de este derecho por prohibiciones y privilegios, debe asegurar a todos los ciudadanos el goce pleno prerrogativa y con preferencia proteger aquella clase de hombres que no teniendo más propiedad que su trabajo e industria, tiene mayor necesidad de emplear sin limitación alguna los únicos recursos que le quedan para su subsistencia.”
Cornelio Saavedra advertía el riesgo que implicaba las corporaciones para establecer monopolios y fijar arbitrariamente los precios tanto para comprar insumos como en la venta a la población de sus productos: " No es de exponer al público a que sea sujeto de un monopolio, privándole de la baratez que le proporcionaría la copia de los trabajadores que con toda libertad comprasen y vendiesen”. Prosigue: “Dejen pues que cada uno trabaje con el progreso que sus talentos le proporcionen, sin sujetarlo a exámenes y matrículas, que de esta suerte no se vulnerará el derecho que tienen todos los hombres de trabajar con libertad en lo que puedan y se evitará el ocio que reinaría en muchos poseídos por el desconsuelo de no haberse dedicado a lo que sus esperanzas les alentaban”.
En este documento escrito finalizando el siglo XVIII, uno de nuestros “padres fundadores”, promueve la libertad de trabajo, la competencia, plantea el problema de los monopolios, los riesgos para los consumidores de la existencia de corporaciones privilegiadas y prebendarias del Estado. Habla de los consumidores como los mejores jueces de la calidad y del precio de los productos que nos lleva a lo que fue definido por Carl Manger ochenta años después como la teoría subjetiva del valor. Hay una idea de la igualdad de todos los hombres, cuando no sólo no aprueba la constitución de un nuevo gremio, sino que propone disolver al que beneficia a los españoles europeos y de limitación del poder cuando califica de monstruosidad que sea “el príncipe” el que asigne quien puede hacer cierto trabajo.
Por eso, como lo han probado muchos gobernantes, el sustrato republicano que existe desde el fondo de la historia en el Río de la Plata, será siempre un freno a redentores, refundadores, profetas, salvadores de la patria, todos disfraces de aspirantes a la autocracia que con esas demasías disimulan sus complejos de inferioridad.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia.