Mucho se dice y teoriza sobre el alcance de lo que la Ciencia Política cataloga como “outsiders”, es decir aquellos personajes que proviniendo de fuera del sistema terminan involucrándose en la vida democrática y hasta asumiendo obligaciones de gobierno. Javier Milei es un claro ejemplo, pero con una particularidad.
Mientras muchos de los “outsiders” se mimetizan y asumen rápidamente las formas de su nueva profesión política, el Presidente no sólo insiste con alejarse de toda práctica que lo acerque a la tan mentada “casta” sobre la que construyó su narrativa, sino que desorienta con cada movimiento. Esa actitud, en extremo repetida en este tiempo, confunde a quienes desde las entrañas del poder y la negociación permanente a la que obliga la función pública, no saben a qué atenerse.
Y si la irrupción de La Libertad Avanza (LLA) causó un terremoto de consecuencias no todavía observables en el escenario, los modos disruptivos del mandatario no hacen más que consolidar la incertidumbre y esa consensuada opinión de propios y extraños sobre que el mandatario es un tipo raro, al que “no hay por dónde entrarle”.
Una descripción que tiene mucho, además, de las características propias de su personalidad, su formación y su ideología exacerbada; pero también de la construcción de un estilo que no se priva de la incorrección política, del ataque o hasta el exabrupto.
Una lógica de rispidez a la que los argentinos estamos acostumbrados en el vínculo de los oficialismos con la oposición, pero que rara vez se ha registrado entre el Gobierno y sus aliados. O al menos quienes dicen serlo y que a pesar de las diferencias, privilegian la colaboración a la confrontación.
Radicales en la neblina
Es el caso del radicalismo, que a sus propios traumas e indecisiones, suma ahora el maltrato y la desconsideración en un proceso que no protagonizó pero al que -aún así- desea acompañar. Pero ni siquiera es contemplado. O al menos no como hubiera sido en el imperio de las viejas reglas políticas de un gobierno en minoría que necesita respaldo en la opinión pública, pero también en el Congreso.
Esto quedó en claro -otra vez- esta semana con el almuerzo que el Presidente organizó en Casa Rosada para recibir a los 5 gobernadores radicales (Gustavo Valdés -Corrientes-; Maximiliano Pullaro -Santa Fe-; Carlos Sadir -Jujuy-; Leandro Zdero -Chaco- y Alfredo Cornejo -Mendoza-). El cónclave había generado medianas expectativas a tono con lo que habían sido convites similares con mandatarios peronistas y macristas, también proclives a jugar el juego de Milei.
Al parecer, esa vacua sensación de asistir a un lugar donde no se va a definir nada pero que es imprescindible estar, circuló entre los presentes ya desde la previa, pese al sobrevuelo de la negociación en marcha para aprobar el Presupuesto 2025 que por estas horas parece importarle más a la oposición que al mismo Ejecutivo.
Todo ello, en medio del frontal ataque, descontextualizado y burdo hacia la figura de Raúl Alfonsín a quien Milei acusó de “golpista”. Una innecesaria afrenta más hacia el ex presidente, una provocación al umbral de humillación al que gran parte de la política argentina está dispuesta a soportar con tal de no volver al pasado reciente. Grave.
Sin disculpas y con alguna justificación también falaz, los radicales parecen haber echado un manto de piedad que no es más que otro signo de su debilidad y desconcierto ante Milei. Casi como un mirar para otro lado esperando que el agravio no se vuelva a repetir…
Pocas expectativas, nulas promesas
Respecto de la agenda en común Nación-provincias, poco y nada. Sin certezas sobre los fondos adeudados reclamados (incentivo docente, transporte y vivienda) como tampoco de las obras necesarias (ya sea las que están con mayor o menor grado de avance: Variante Palmira o Ruta 40 a San Juan; y ni hablar de otras nuevas imprescindibles). Apenas, alguna vaga referencia al repetido catecismo macroeconómico mileísta sobre el déficit y el equilibrio de las cuentas públicas. Algo necesario pero insuficiente para las jurisdicciones.
Sobre el Presupuesto 2025, los asistentes marcaron el diferencial que institucionalmente implica tener un proyecto aprobado y no la reconducción operada este año que habilita discrecionalidad y por ende, atenta contra la “reputación” de un país que apunta a ser normal. Todos conceptos correctos pero con ineficiencia operativa (o especulación) a la hora de la negociación para que eso suceda.
Sí hubo alguna mención general a la “logística” que Mendoza necesita. Así lo reflejó Cornejo al vincular su importancia con el desarrollo regional, la reactivación y el éxito del plan de estabilización que lleva adelante el Gobierno. Pero sin ningún compromiso de avance o inversión que consolide esas intenciones.
Una reunión que si bien fue considerada como “buena”, sólo parece haber respondido a las módicas aspiraciones de los asistentes y la escasa predisposición del anfitrión, a quien la práctica de los acuerdos y consensos suele parecerle una pérdida de tiempo. Tres horas que apenas sirven para mantener un vínculo que para la mayoría de los gobernadores es casi inexistente con el Presidente. Otra rareza de este gobierno de “outsiders” donde ese papel lo cumple, con creces y en soledad, el jefe de Gabinete Guillermo Francos.
Presente líquido
Y si bien Cornejo este año ya compartió en tres ocasiones con Milei (la firma del Pacto de Mayo, la cumbre del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas aquí en Mendoza y el de esta semana) su apuro es la construcción de una relación más sólida y previsible con la cual hacer política como él sabe e hizo en diferentes momentos en lo que va de este siglo.
Ese aspecto de inasible que Milei y su gobierno exhiben tal vez sea el mayor desafío de un dirigente como el mendocino, que es justamente su contracara: un “insider” de un partido tradicional como el radicalismo, que en medio de su propia y agitada reconstrucción, intenta salvar la ropa de los distritos que maneja. La amenaza concreta de la pérdida de predicamento y el desdibujamiento de su doctrina es otro motivo de alerta, que aún ante la desazón de este presente líquido, supone para el gobernador el esfuerzo de apelar a la contención o el mero control de daños, aunque muchas veces no termine de entender del todo al interlocutor y máximo protagonista de la política argentina de hoy.
* El autor es periodista.