Alfredo Cornejo está de vuelta en acción. O mejor dicho “oficialmente” de vuelta en acción. Porque nunca se fue. El ex gobernador que quiere dejar de ser ex fue, durante los últimos tres años, la sombra bajo la que se movió todo el Gobierno. Ahora, todas las miradas apuntan a él nuevamente. Algunas con admiración, otras con resignación y varias con indignación.
El rol estelar del precandidato, desde el mismo momento que anunció su postulación, condenó a las penumbras a Rodolfo Suárez.
El actual gobernador, que ordenó en 2022 a los incipientes aspirantes (ahora todos corridos a un lado) que no hablaran de sus ambiciones para no perder protagonismo, deberá convivir los próximos 10 meses con un candidato y muy posiblemente gobernador electo que ha concentrado el poder como pocos en Mendoza.
Tanto clamor de Suárez para que Cornejo sea el candidato lo único que hizo fue vaciarlo de poder y agigantar la centralidad de su posible sucesor mientras éste más demoraba la comunicación de su decisión.
De hecho, desde hace tres meses al menos el cornejismo empezó a auditar la gestión para “poner algo de contenido” y así llegar un poco mejor a la elección de setiembre. Probablemente, esa haya sido la primera señal de que su líder intentaría el retorno.
El propio Cornejo se empezó a involucrar en las últimas semanas de lleno en el día a día de la Casa de Gobierno, con reuniones, llamados y pedidos de informes a los funcionarios.
Cuentan que antes de esa avanzada, hubo un acuerdo con Suárez. Y que a partir de ahora, más que nunca, las decisiones serán compartidas. Aquellas fotos juntos en San Rafael el jueves fueron las de un acto de campaña, pero también las de dos gobernadores inaugurando sus obras.
“El anuncio de la postulación fue el acto de traspaso de mando”, lanza insidioso un radical crítico.
Si las imágenes importan, la de esa conferencia de prensa habla mucho. No fue un gobernador presentando a su candidato. Cornejo ocupó claramente el centro de la escena, con Suárez a su derecha y Tadeo García Zalazar a su izquierda.
Aunque justificada en su rol de presidente de la UCR, la presencia del intendente de Godoy Cruz (uno de los declinó aspiraciones) tuvo más que ver con el protagonismo que, dicen, tendrá en los próximos meses y desde el 9 de diciembre si gana su jefe político: será ministro de Gobierno o director general de Escuelas.
La última palabra
Hay dos definiciones que en el cornejismo dejan en claro que quedarán en manos exclusivamente de su líder, demostrando su poder concentrado: la elección del vice, que será la última decisión que comunicará antes de vencer el plazo para inscribir las listas, y la designación del gabinete.
Sobre el vice, lo único que anticipan es que seguramente será una mujer, como en 2015. Así, cierran la puerta a los deseos de Daniel Orozco, el intendente lasherino que hace seis meses repetía que sería gobernador o nada, pero ahora parece haber bajado las pretensiones y se conforma con el segundo lugar en la fórmula.
Un observador del peronismo aún le ve una chance a Orozco. Claro que, dice, no bastará con haber desistido de la candidatura principal: deberá ceder también Las Heras y aceptar que un cornejista sea el postulante a sucederlo en la intendencia.
Nunca se sabe. Los zigzagueos de Orozco desconcertaron incluso a dos veteranos radicales como Ernesto Sanz y Julio Cobos. Ambos en algún momento lo apoyaron esperanzados en que diera pelea interna a su enemigo común y se desilusionaron cuando, dos días después de haberse lanzado con pompa, avisó por radio que desistiría si Cornejo decidía volver. En ese mismo instante le quitaron el respaldo.
Las manos de Sanz y Cobos también parecen mover ahora las ambiciones de Luis Petri, que sostiene su postulación a gobernador por ahora. Claro que esta vez parecen más cautos.
El ex vicepresidente ha dicho que caminará con cualquiera de los candidatos radicales que se lo pida. Esa frase encierra una trampa: sabe bien que Cornejo, su ex ministro y operador, difícilmente lo llame para hacer campaña juntos. Sólo queda Petri.
Pero pocos creen sinceramente que el ex diputado nacional pueda avanzar en la construcción de un espacio y a la vez consiga el financiamiento para una millonaria campaña provincial. Cada paso que da, además, tiene detrás la sombra del rival que quiere enfrentar.
En el cornejismo enfatizan un concepto: “El Alfredo ya está ordenando hacia adentro”.
Pero no todos creen que lo esté haciendo tan bien como pretendía. “¡Qué va a ordenar! ¡No ordena una mierda!”, respondió un radical crítico al Gobernador hace unos días.
“Cornejo se imaginó que llegaba y ordenaba todo en un minuto, pero no va a ser así”, advierte un peronista.
Divorcio con escándalo
El objetivo inmediato de Cornejo, incluso antes que decidir los candidatos de los siete departamentos que desdoblaron, es forzar a Omar de Marchi a definir si dará pelea dentro de Cambia Mendoza en las PASO o por fuera, como viene amenazando.
La fecha puesta para confirmar la integración o no del frente que fijó el radicalismo es el 15. La razón es que el último día de febrero, el 28, se deben inscribir en la Justicia electoral las alianzas que competirán en esos siete municipios. El margen de 13 días tiene una explicación: si el líder del Pro local desiste de participar, sus aliados irán a reclamar la intervención partidaria al Pro nacional.
De Marchi se aferra a la fecha del cierre de alianzas provinciales, a mediados de abril, y se prepara para resistir. Los argumentos que se escuchan entre sus más cercanos van desde que la política de alianzas las debe definir el partido de cada distrito, hasta que en una votación del consejo nacional del Pro pueden doblegar a Patricia Bullrich y evitar la intervención. De no lograrlo, la disputa promete judicializarse.
Tanto preparativo indica algo que por ahora no tiene fecha de oficialización, pero que el diputado nacional ya ha decidido y confirmado a sus más íntimos: va a romper la alianza con la UCR y armar un nuevo frente. Con el Partido Demócrata, la Coalición Cívica, quizás el Partido Verde, algunos peronistas díscolos como Carlos Iannizzotto y los libertarios.
Tal vez, quien dice, se una Jorge Difonso, el gran nominado a ser el próximo en abandonar la casa de Cambia Mendoza. “Ni Bonarrico nos queda”, se ríe un legislador oficialista.
Todos, radicales, peronistas y macristas, entienden también que De Marchi no tiene otra opción. La cuerda está tan tensa que no puede volver sobre sus pasos. Aunque en política todo es posible.
En el Gobierno no le perdonan ninguna de sus últimas críticas, desde el casi nulo crecimiento de Mendoza a las pocas viviendas construidas durante la gestión de Suárez. “¡Nadie había dicho nada de las casas y él se metió con eso!”, estalla un funcionario. Un radical resignado al retorno de Cornejo aporta otra mirada: “Muchas de las cosas que dice el Omar son ciertas, debemos hacer una autocrítica”.
Hasta antes de esta crisis interna, el oficialismo estaba acostumbrado a los dardos del peronismo. Pero cada palabra de Anabel Fernández Sagasti o Lucas Ilardo era bienvenida porque servía para ratificar el relato oficial. Por eso, de pronto, De Marchi se transformó en el opositor que no querían tener, el único que podía causar daño. “Rompió todo puente posible”, sentencia un operador cornejista.
Aquel amague de alianza de De Marchi con los intendentes peronistas no pasa de eso. Al menos en lo formal. De uno y otro lado saben imposible un acuerdo por escrito entre el primer macrista de Mendoza y los que recibieron a Alberto Fernández hace unas semanas en el aeropuerto. No resistiría el primer discurso.
Pero nada impide un pacto informal, de ayuda mutua. Por ejemplo, gente que responde a esos intendentes en las listas legislativas del frente demarchista a cambio de apoyo en cada departamento.
Nadie cree por ahora que esté en peligro el “tercer gobierno radical”, salvo De Marchi, que aferra sus ilusiones a la boleta única. Pero hasta en el cornejismo admiten que podrían perder una decena de puntos por la fuga de aliados. Así, de las victorias con el 50% de los votos pasarían a un triunfo módico con el 38 o 40%. El sueño de ostentar los dos tercios de cada cámara legislativa, y con ello el control total, parece esfumarse.