Alfredo Cornejo enfrenta desde que decidió volver a candidatearse para la gobernación un desafío que quizás sea el más profundo y peligroso que ha tenido desde que ganó por primera vez: la descomposición de su criatura, Cambia Mendoza, y con ello la del proyecto político que fundó y ha dominado la escena provincial durante los últimos ocho años.
Nada indica que pueda perder este año, es cierto. Así coinciden hoy todas las encuestas, las que se publican y las que se guardan bajo siete llaves. En todas, con mayor o menor diferencia, se impone el líder radical. Pero el camino que lleva hacia ese triunfo será más arduo de lo que fue, en muchos sentidos, el suyo de 2015 y sobre todo el de Rodolfo Suárez en 2019.
Hace unos días se conoció la encuesta hecha por Reale Dalla Torre, la encuestadora de cabecera del Gobierno, que asigna a Cornejo una intención de voto de 36,7% y a Luis Petri, su casi seguro contendiente interno, 4,4 %, llevando a Cambia Mendoza a 41,1%. El peronismo, con tres hipotéticos postulantes (Alejandro Bermejo, Fernández Sagasti e Hinojosa) apenas suma 16,1%. Y De Marchi, como candidato de un frente integrado por el PD y libertarios, tiene 12,6%.
Esos datos son los más favorables para el oficialismo. Otras encuestas que circulan, pero nadie muestra, dan a Cornejo 4 o 5 puntos menos. El frente, proyectando los indecisos, estaría en casi 40%. Y al PJ lo ubican cerca de su piso histórico, de 23 a 25%. De Marchi, en ninguno de los casos, supera los 15 puntos. Ni aliado a Milei.
Cualquiera de esas mediciones, hasta la más pesimista, confirma que el radicalismo se encamina a un tercer gobierno, pero en gran medida esa tranquilidad se debe a que no tiene contrincantes que la sociedad identifique como alternativa de poder.
Hay motivos propios y ajenos que explican este presente de vigencia pero en declinación, algunos son políticos, otros de gestión.
El primero y más visible, aunque no el más importante, es que aquel bloque monolítico que se unió para desbancar al peronismo en 2015 está hoy lejos de ser lo que era. De a poco se ha ido desgranando. Casi todos los partidos que fueron parte de la fundación junto a la UCR están divididos.
La razón que llevó a la escisión de cada uno fue siempre la misma: unos querían seguir bajo el abrigo ingrato de Cambia Mendoza como actores de reparto y los otros preferían volver al desierto electoral en busca de un improbable protagonismo. Fue el caso del Partido Demócrata y la Coalición Cívica.
Dentro de la coalición quedaron solamente retazos testimoniales de cada uno de ellos. Pero también los que decidieron irse, pese a tener el sello partidario, lo hicieron debilitados, sin poder de daño como para preocupar al oficialismo gobernante. Todos acusaron una misma razón: la nula participación en las decisiones de la gestión, o sea el no reparto de cargos. Y un mismo culpable: Cornejo.
Esa descomposición progresiva de Cambia Mendoza puede tener en los próximos días su acto más ruidoso y notorio si finalmente Omar de Marchi decide dar el portazo, como insinúa.
El referente del Pro se ha hundido en el silencio hace dos semanas, después de meses de críticas públicas al estilo de conducción de Cornejo y la gestión de Suárez. “Nadie ha hecho más daño que él”, se sincera una voz de peso del radicalismo.
Si se va el lujanino, se llevará a una parte de la dirigencia del Pro y la intendencia de Luján, tal vez el principal botín, pero el partido quedará en la vereda oficialista.
Más allá de los socios que se van, Cornejo tiene que cargar con otras debilidades políticas que el frente no tuvo en 2015 y menos en 2019, cuando delegó el gobierno en Suárez. Esas debilidades están en los municipios.
En 2015, el desgaste de ocho años de peronismo en Mendoza y los largos doce años de kirchnerismo en el país favorecían también el recambio municipal. En cada departamento, el frente opositor ofrecía nombres de peso o novedades que daban una esperanza de cambio a los vecinos.
Hace cuatro años, esos mismos nombres fueron por la reelección. Y la gente los aprobó rotundamente. Al fin de cuentas, sólo los muy malos o los que llevan demasiado tiempo pierden en los municipios.
Pero ahora, justamente por la reforma constitucional que promulgó Cornejo, seis de los diez intendentes radicales no pueden volver a postularse. Y esto provoca incertidumbre. Primero por la definición del nombre del sucesor y las internas que esto desata. Luego por la cantidad de votos que puedan obtener candidatos desconocidos por los vecinos. Pero también porque esos novatos electorales serán también novatos en la gestión.
Hay en esos seis municipios un común denominador: ninguno de los intendentes parece haber sido capaz de construir un sucesor que los vecinos identifiquen. Muchas veces los celos, otras las carencias, impidieron la aparición de figuras que sean una opción.
Las encuestas reflejan ese vacío: cuando se pregunta por la intención de voto a gobernador el 20% no sabe o no contesta y cuando se pregunta por los intendentes ese porcentaje de indiferentes se duplica.
Las Heras es el paradigma de esta situación, el peor ejemplo. La pelea por la sucesión desatada allí, con el intendente Orozco distraído por su ambición de ser gobernador y decidido por desconfianza a postular a alguien de su círculo íntimo (primero su hijo, luego su pareja), generó una crisis con ribetes de escándalo.
La salida fue que el intendente cediera y eligiera a otra figura de su entorno como sucesor, el presidente del Concejo Deliberante Martín Bustos. Y que el hombre fuerte de la gestión, Fabián Tello, renunciara a su cargo para competir en las PASO por la candidatura. Ninguno se acercará a los votos que obtuvo Orozco hace cuatro años.
Detrás de esa movida está la mano de Cornejo, que teme dar tantas ventajas a un peronismo que puede ser competitivo en Las Heras otra vez.
Aunque no hay escándalos, ni carpetazos, ni internas furiosas, ni riesgo de perder, todos también miran lo que pueda ocurrir en Guaymallén sin Marcelino Iglesias y en Godoy Cruz sin Tadeo García Zalazar.
En el primero, nadie tiene indicios sobre quién será el elegido, en el segundo crecen las chances de Diego Costarelli, senador provincial y ex secretario privado de Cornejo.
Entre los territorios “con problemas”, el comando radical identifica uno que está seriamente en riesgo: Rivadavia. La gestión de Miguel Ronco ha tenido varios tropiezos y enfrente tiene a una astilla del mismo palo, Ricardo Mansur, que fue varias veces intendente con la UCR, competirá con un partido vecinal y ya fue la sorpresa en 2021.
Precisamente este escenario en los municipios, que podría decantar en internas sangrientas sin un control de daños preventivo, es una de las causas de que Cornejo haya decidido candidatearse en la provincia, más allá de su baja performance en las encuestas nacionales. “Se dio cuenta antes que nadie de que debía volver para ordenar”, dice un analista que suele aconsejarlo. Entiende que ninguno de los otros aspirantes podría haberlo hecho.
Hay un tercer factor que hace más arduo el camino del candidato radical y es la gestión de Suárez. Sin mayores logros visibles, concretos, hoy es un flanco débil para cualquiera que sea postulante del oficialismo. Esto también se refleja en las encuestas.
La última medición de Reale Dalla Torre asigna al Gobernador 47,7% de imagen positiva y 22,5% de negativa. Pero otros encuestadores aseguran que tiene no más de 45% de adhesión y supera los 30 puntos de rechazo.
Esos números muestran una clara caída del apoyo ciudadano: en una encuesta de Reale Dalla Torre de abril del año pasado tenía 55% de positiva y 19% de negativa. El inicio de este proceso de declinación algunos lo ubican a principios de 2022.
De hecho, en el ranking de gobernadores que hace CB Consultora, en base a la opinión que tienen de cada mandatario en su provincia, Suárez llegó a estar primero en junio de 2021. En el publicado en febrero último aparece noveno. Este mal presente podría mejorar en el futuro de darse las dos principales apuestas económicas que tiene el Gobierno: Vaca Muerta y la minería.
Así como aquel ciclo hegemónico peronista que se extendió desde 1987 hasta 1999, la hegemonía radical de estos días llega golpeada al que puede ser su tercer período de gobierno.
Los síntomas son los mismos: internas, éxodos, una gestión desgastada, un proyecto desdibujado. Pese a esto, como aquella vez, hoy las encuestas no detectan que la gente pida un cambio. El riesgo para Cornejo, si no muestra resultados y tuerce el destino, es convertirse en quien ponga punto final en 2027 al ciclo que él mismo inició.