Conocemos a muchas personas y tenemos un concepto armado en cuanto a ellas. Tal vez no las conozcamos integralmente pero hay rasgos de su personalidad que nos dicen cómo son. Conocemos, entonces, por aproximación.
El conocimiento de una persona nos hace entenderle su modo de ser, comprenderlos, que es la manera de tomar como normales sus acciones.
Pero hay una persona a la que no terminamos de conocer: nosotros mismos. Sabemos cómo somos; eso es evidente. Pero a veces actuamos en contra de nuestros propios convencimientos y eso nos desconcierta.
La personalidad del tipo es una sola pero tiene flequitos que se le escapan a su estructura original.
El tipo conoce sus pensamientos, los tiene bien acendrados, pero a veces se le van los libros -como decimos- y actúa en contra de sus propios pensamientos.
Tratamos bien a las personas que nos rodean pero a veces nos largamos con un exabrupto que hace tambalear todo el andamiaje familiar.
Comprendemos a nuestros amigos pero a veces nos despachamos con una opinión que les duele y esto no está bien.
El concepto reparador es el respeto. Respetar en los otros aquellas cosas con las que no estamos de acuerdo y entender que cada uno tiene la libertad de pensar lo que quiera.
Podemos disentir pero siempre teniendo presente que el otro puede tener la razón y entonces escuchar sus argumentos con el debido respeto, porque a lo mejor eso nos hace cambiar de opinión y lo que creímos negro termina siendo blanco.
Mirarnos a nosotros mismos y repasar conceptos. La vida es cambiante y nos pone ante alternativas que no figuraban en nuestros cálculos y entonces nos vemos impulsados a cambiar.
Conocernos a nosotros mismos puede parecer una acción fácil y, sin embargo, cuesta desarrollarla en todos sus aspectos.
Por qué queremos, por qué amamamos, por qué nos duelen ciertas cosas, por qué hay otras cosas que no entendemos y ni siquiera hacemos el intento de entender.
Estar en armonía con uno mismo. ¡Qué buen propósito! Pero saber que esa armonía necesita rectificaciones todos los días en nuestra forma de ser y estar predispuesto a aceptarlas.
Un sabio chino, ante la pregunta de uno de sus discípulos sobre cómo debía comportarse con los demás, le contestó: “Hacé una lista con todos aquellos que te interesan, con los que convivís, pero primero en esa lista ponete vos”.
Tenía razón: debemos hacer el esfuerzo por conocernos un poco más, por ajustar las tuercas de nuestros procederes y tratar de ser mejores en la medida en que estemos predispuestos a ello.
Será una manera de perfeccionarnos y evitar cometer tantos errores de los que habitualmente cometemos. Una virtuosa manera de perfeccionarnos para entregarles a los otros la mejor versión de lo que realmente somos.
Conocer a este tipo que nos habita y que, a pesar de vivir eternamente con nosotros, a veces desconocemos totalmente.