Cada tanto aparece alguien, que apoyado en su ignorancia (o fundamentalismo), vocifera que el CONICET no sirve para nada.
Ese alguien que seguramente sabe sobre Economía, Historia, Lengua, Botánica, Química, Geografía, Matemática, etc., por inspiración divina y no porque un economista, un historiador, un botánico, un químico, un lingüista, un geógrafo o un matemático, entre tantos, estudiaron sobre sus procesos disciplinares, hicieron experimentos/pruebas/mediciones, descubrieron alguna nueva especie, la historia de algún ciclo político o héroe nacional, o una ley fundamental.
La ciencia nos atraviesa a todos, desde los contenidos del manual de la primaria, pasando por las vacunas que salvan vidas, hasta la construcción de satélites.
Todo, todo está atravesado por la ciencia y la tecnología y por las personas que están detrás estudiando para generar conocimientos sobre/desde sus disciplinas.
Algunos de gran y rápido impacto (investigación aplicada), otros de impacto en el tiempo (investigación básica).
Si la investigación desaparece (privatizarla va en esa dirección), también desaparecen las oportunidades de progreso (innovación productiva, saltos en el conocimiento) en el más amplio de los sentidos.
Por su puesto que no es el único eslabón necesario, estamos en el medio de un país desbaratado que necesita reconstruirse en forma urgente, pero no es desechando ciencia (ni explotando al Banco Central) como podemos lograrlo.
Necesitamos un plan de gobierno realizable en serio y, sobre todo, dejar de odiarnos.
CONICET no es un relicto partidario, aunque el uso político que se ha hecho del organismo lo haga parecer.
Trabajamos para el Estado (no para el gobierno de turno), entramos por concursos, la evaluación de nuestro trabajo es constante, no sólo al interior de la institución, sino también en cualquier proceso de validación/exposición de lo que hacemos: un congreso, una revista científica, un libro, un experimento, todo, todo el tiempo está siendo evaluado por pares nacionales e internacionales.
Nos medimos por la producción (cantidad y calidad de productos), así funciona el campo de la ciencia, por eso, nunca dejamos de producir.
¿Qué producimos? Pues de las más variadas cosas, desde múltiples abordajes históricos, hasta nuevos materiales para la construcción, pasando por la generación de tecnologías, estudios sobre el lenguaje, la preservación del patrimonio cultural, medición de glaciares, estudios sobre flora y fauna, cambio climático y calentamiento global (que existen y están sucediendo) y enfermedades, entre tantísimos otros.
Pero que quede claro, que si algo hacemos es producir.
Pienso lo paradójico que resulta que, inmersos en un sistema de alta exigencia, haya que explicar que sí trabajamos. Sin dudas nos debemos una mejor comunicación con la sociedad que nos sostiene, para que nadie tenga más dudas de lo que el CONICET vale y significa para el desarrollo de nuestro país.
* La autora es investigadora del CONICET