El que esto escribe se ha referido en notas anteriores a las batallas de Santa Rosa- de la segunda en este día se cumple el bicentenario-. No son entonces los aspectos militares ni las causas que las provocaron lo que veremos en este artículo, ni lo que significó en la carrera militar del general Roca ni el inicio de su ciclo de preponderancia en la política nacional.
En Santa Rosa, el flamante general Roca termina con el alzamiento mitrista en protesta por los comicios que llevaron a la presidencia a Nicolás Avellaneda. No es la primera vez que Roca y Mitre están en bandos distintos. El bautismo de fuego de Roca será en Cepeda a los 16 años como oficial de artillería a órdenes de Justo José de Urquiza. Volverá a participar de una batalla contra un ejército comandado por Mitre en Pavón.
Incorporado al ejército nacional, con Mitre en el poder, participa en las guerras civiles apoyando la formación de una autoridad nacional y en la guerra del Paraguay. Con Mitre volverán a estar en bandos distintos con los sucesos de 1880 y la disputa por la federalización de la ciudad de Buenos Aires.
Sin embargo, vencedores y vencidos en Santa Rosa confluirán en reiteradas circunstancias y se reconcilian. Esto lo vemos tanto en protagonistas provinciales como en la relación de Mitre y Roca.
En la primera batalla de Santa Rosa el entonces mayor Ortega, herido de gravedad, es salvado por un oficial mitrista puntano Mauricio Pastor Daract. Años después el senador nacional Rufino Ortega, vota a favor del nombramiento como juez de la Corte Suprema a propuesta de Roca en su segunda presidencia de Mauricio Daract
El gobernador de San Luis, Lindor Quiroga, suma la provincia a la revolución y marcha a Mendoza con el ejército de Arredondo cuando este inicia del repliegue desde Córdoba, por lo que es destituido por Roca al avanzar sobre el general sublevado. Sin embargo, años después en tiempos de predominio nacional del vencedor de Santa Rosa, Quiroga vuelve a ocupar la gobernación.
En su paso por San Luis el jefe de las fuerzas nacionales visita a la esposa de Juan Saá, que en Cepeda era general en el ejército de Urquiza, exiliado en Chile desde su derrota en San Ignacio; incorpora a su hijo como ayudante y ya como presidente, permite el regreso del exilio.
El gesto de Roca de facilitar la fuga de su prisionero, el general Arredondo, padrino de su hijo Julio, futuro vicepresidente de la república, muestra una magnanimidad con el vencido que concluye con los habituales degüellos de nuestras guerras interiores.
Avellaneda también buscará, promediando su presidencia, una política de conciliación con Mitre.
Pero es a partir de 1890, luego de la revolución porteña que lleva a la renuncia a la presidencia a Juárez Celman, que los acuerdos entre Roca y Mitre serán la piedra basal de un ciclo de estabilidad que lleva al país a los veinte años más exitosos de su historia, duplicando la población entre los censos de 1914 y 1894 y creciendo la economía a un promedio del 8% anual con tasas de inversión que superaban los 30 puntos.
Para los comicios de 1892, Roca al recibir como ministro del Interior al general Mitre que regresaba de un viaje a Europa, le da el apoyo como candidato a presidente en una fórmula con un vicepresidente del Autonomismo Nacional. Esta combinación fue frustrada por Alem y su intransigencia dando lugar a la división de la Unión Cívica y la renuncia de Mitre a su candidatura presidencial por negarse a ser un candidato de confrontación.
En circunstancias difíciles como la cuestión limítrofe con Chile el general Mitre, senador de la Nación, apoyará las iniciativas de Roca para evitar la guerra. Ambos sabían lo que era la guerra, eran veteranos de muchos combates, conocían las privaciones, los dolores, las matanzas, por eso coincidieron frente a los que atizaban el fuego buscando una conflagración con la inconciencia de los que nunca estuvieron en un campo de batalla.
Mitre le tomará como presidente provisional del Senado el juramento correspondiente a Roca cuando asume su segunda presidencia. Al concluirla lo visitará para decirle que había cumplido con el juramento tomado al asumir.
Algunos, nunca historiadores, invocan a los tribunales de la historia. La historia no juzga, no hay esos mentados tribunales. La historia ayuda a comprender y también da lecciones. Cuenta Kissinger que siendo un joven académico entrevistó a Churchill y le preguntó sobre los estudios para alguien que iniciaba una carrera política. “Lean historia, historia”, fue la terminante respuesta del estadista.
La lección que nos dejan estos hombres y que no hemos aprendido en gran parte del siglo pasado y lo que va del presente, es la capacidad de acordar, de dejar de lado rencores y aspiraciones en aras del interés nacional.
* El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia.