Conciencia ambiental es conciencia de paz

Es necesario comprender que para un verdadero desarrollo sustentable es tan importante cuidar el ambiente físico como el ambiente emocional y espiritual del ser humano, de su comunidad y de sus líderes.

Conciencia ambiental es conciencia de paz
Es necesario comprender que para un verdadero desarrollo sustentable es tan importante cuidar el ambiente físico como el ambiente emocional y espiritual del ser humano, de su comunidad y de sus líderes. / Imagen ilustrativa / Gentileza

En algunas ciudades como la que vivo, Godoy Cruz, cuidamos las plantas, los animales, el aire que respiramos. También generamos energías limpias; construimos ciclovías, plazas solares y huertas urbanas; separamos y reciclamos los residuos, entre las diferentes acciones que realizamos por el ambiente. Esto es futuro y progreso.

El desarrollo humano sustentable tiene su raíz en un pensamiento humanitario y pacifista. La Agenda 2030 afirma: “No puede haber desarrollo sostenible sin paz, ni paz sin desarrollo sostenible”. Es un desafío crear una conciencia y una mente entrenada para la paz que esté dispuesta al diálogo y a aceptar lo diferente. Aquí es donde individuos, familias, escuelas, universidades, ciudades y los sitios donde transcurre nuestra existencia tienen una responsabilidad educadora. Tal como lo plantea el preámbulo de la Carta de la Asociación Internacional de Ciudades Educadoras “construir una comunidad y una ciudadanía libre, responsable y solidaria, capaz de convivir en la diferencia, de solucionar pacíficamente sus conflictos y trabajar por el bien común (AICE, Barcelona).

La formación para una convivencia pacífica es una herramienta fundamental para que el avance tecnológico y la interrelación de diferentes culturas sea un símbolo de construcción y no de devastación y guerra como lo estamos viendo. Por eso debemos proponer en forma urgente ámbitos específicos formales e informales para aprender a convivir pacíficamente.

La formación para una convivencia pacífica es una herramienta fundamental para que el avance tecnológico y la interrelación de diferentes culturas sea un símbolo de construcción y no de devastación y guerra como lo estamos viendo.
La formación para una convivencia pacífica es una herramienta fundamental para que el avance tecnológico y la interrelación de diferentes culturas sea un símbolo de construcción y no de devastación y guerra como lo estamos viendo.

Es oportuno recordar que la humanidad ya ha pensado en la necesidad de educar para la paz, especialmente, después de la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo al cumplirse el tercer aniversario de la masacre de Hiroshima el 6 de agosto de 1948 un grupo de pacifistas al afiliarse a la Asociación Pacifista Argentina (fundada en Rosario, 1946) hicieron público un llamamiento (redactado por el doctor Omar Lazarte, publicado en la Revista Pacifismo y firmado por profesionales y estudiantes de Rosario y Córdoba). Al pasar tres años desde la guerra y ver que los gobiernos en lugar de concretar la paz prometida condujeron a las naciones a nuevos antagonismos afirmaban que “cualquier día, sin previo anuncio, podrían dar como resultado la destrucción total de la civilización con armas de un poder tan mortífero, que la imaginación no es capaz aún de concebir”.

Establecieron la posición de un pacifismo “activo, organizador y sincero”. Coincidían con las palabras que Franklin Roosevelt escribió poco antes de morir: “Estamos frente al preeminente hecho de que si la civilización quiere sobrevivir, debemos cultivar la ciencia de las relaciones humanas: la facultad de los pueblos de toda clase de vivir juntos y trabajar juntos en el mismo mundo bajo la paz”.

Uno de los caminos para “cultivar la ciencia de las relaciones humanas” es aprender a aplicar en la vida cotidiana la Inteligencia Espiritual (IE), condición imprescindible para una cultura de paz. Entendemos por espiritual un dato antropológico que está presente en todos los seres humanos tanto creyentes como no creyentes y lo podemos sintetizar en la búsqueda de sentido y de lo trascendente. Y como afirma el autor del libro Inteligencia Espiritual, Francesc Torralba “la espiritualidad sea laica o religiosa, atea o teísta, panteísta o politeísta, es una riqueza del ser humano que no se puede desestimar”. Cuando practicamos valores humanos como la honestidad, la solidaridad, la búsqueda del bien común y la responsabilidad estamos desplegando esa inteligencia y se evidencia en nuestro testimonio de vida más allá de nuestras creencias o ideologías.

El cultivo de la Inteligencia Espiritual Aplicada (IEA) es un camino posible para educar seres humanos pacíficos. Porque desde pequeños y a lo largo de diferentes etapas de la vida podemos practicar hábitos benéficos como el diálogo, la meditación, la lectura reflexiva, la participación comunitaria, la práctica de la solidaridad, ejercicios físicos y respiratorios, el ocio contemplativo, la aceptación de lo diferente, la alimentación saludable, entre otros.

Entendemos por espiritual un dato antropológico que está presente en todos los seres humanos tanto creyentes como no creyentes y lo podemos sintetizar en la búsqueda de sentido y de lo trascendente.
Entendemos por espiritual un dato antropológico que está presente en todos los seres humanos tanto creyentes como no creyentes y lo podemos sintetizar en la búsqueda de sentido y de lo trascendente.

En síntesis, el desarrollo sostenible tiene una vertiente tangible y otra intangible. Esta última incluye, entre otros aspectos, el cultivo de pensamientos, acciones y sentimientos pacíficos entre los seres humanos. Diferentes colectivos han defendido y proclamado sus derechos en el siglo XXI. Esto ha sido muy bueno. Hoy es momento de trabajar por la paz. Este debe ser el bien común y la labor conjunta de diversos sectores.

Retomar las proclamas y acciones pacifistas que proliferaron luego del horror vivido en la Segunda Guerra Mundial es imprescindible para la supervivencia de todos los seres vivos del Planeta. Es necesario comprender que para un verdadero desarrollo sustentable es tan importante cuidar el ambiente físico como el ambiente emocional y espiritual del ser humano, de su comunidad y de sus líderes.

*La autora es Educadora e Historiadora.

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