Tomar las cosas con alegría. Alegría de sabernos vivos y en condiciones de disfrutar de todo aquello que nos ofrece la vida. Estar alegres es como dar gracias por los dones recibidos y la posibilidad de disfrutarlos intensamente.
No podemos estar todo el tiempo alegres. A veces nos agarramos un embale difícil de parar con situaciones que nos destemplan, que nos sacuden, pero la intención tiene que ser estar alegres lo más que se pueda.
Vienen los problemas a golpear la puerta de nuestra casa y no podemos ponerle doble llave porque van a entrar igual. Ante la existencia de esta realidad, hacerles frente con alegría es ya desalentarlos para que no cometan el dolor que traían como intención.
Todo tiene su lado positivo y negativo, pues no debemos quedarnos entre las sombras de la negatividad, para que no nos absorban, y procurar tener templado el espíritu para que lo que aparece como malo, como amenazante, baje sus alas de rapiña y se transforme en un problema superado.
A veces nos dejamos vencer. No es buen camino para soportar una situación difícil, al contrario, es decirle a la adversidad “tomame, hacé de mí lo que querás”. Debemos de considerar que la adversidad es cruel y se reconforta al encontrarnos indefensos.
Está en nosotros el hacer el balance para que las cosas funcionen para el lado de la alegría. Sopesar lo que tenemos y ser agradecido de ello, porque lo que no tenemos es inmenso y contra ello no podemos luchar. Debemos proteger lo que hemos juntado en el campo y no pensar que el campo es enorme y difícil de abarcar por entero.
En las cuestiones simples reside el buen devenir de la vida. Encarar el día con la ilusión de ser felices ya es haber alcanzado la felicidad.
Ante cualquier obstáculo que no se detenga nuestro camino, siempre hay una forma de vencerlos y poder seguir adelante. De las pequeñas victorias de todos nuestros días habrá de construirse la victoria final.
Vamos andando, pero levantando la bandera de la alegría, porque no es poco lo que tenemos: tenemos la vida, que es lo fundamental, y a partir de ella no hay puerto en el cual no podamos atracar.
Tener la alegría y, de ser posible, desparramarla, porque contagia, porque los otros se sienten empujados por nuestro impulso, y entonces están predispuestos a encontrarle su lado de luz al día.
Es un buen momento, todos los momentos son buenos momentos, para demostrar que somos agradecidos, que tenemos lo que tenemos y lo valoramos y que, si bien podemos estar mejor, conseguiremos ese propósito ni bien le pongamos ganas a nuestros pasos.
La vida está llena de problemas, eso lo sabemos, y algunos son problemas mayúsculos que nos doblegan, que nos hacen sentir abatidos. Bien: con alegría habrán de ser menos dolorosos, con alegría uno puede encontrar la ventana por donde salir a disfrutar de cada paisaje que nos entrega la vida.
Ser alegres, pero no con la alegría fingida, sino con la sana alegría, espontánea, propia, de ganar el tiempo que estamos viviendo que es único e irrepetible.
Ahí está la luz, tenemos que comprender, que somos parte de ella.