Esta semana Alfredo Cornejo mostró las dos caras con las que encaró el primer año de su segunda administración, en un contexto de cambio de gobierno nacional y también de los condicionantes del nuevo modelo imperante: ajuste fiscal y restricción de partidas para las provincias.
Frente a tales circunstancias, y agotada la narrativa que lo llevó al poder en 2015, aquella de la recuperación de los servicios esenciales del Estado, que por obra y gracia de la gestión (pero también de la comunicación política) se transformó en la “revolución de lo sencillo”, el gobernador recurrió ahora al ejercicio que más y mejor conoce: la política.
Aquella frase había sido suficiente entonces para poner en valor lo mínimo indispensable ante la caída de las obligaciones básicas en salud, seguridad, educación, compromisos con los proveedores y hasta el pago de los estatales.
Como continuidad narrativa, en la campaña del año pasado acudió a la virtud del hacer, que indefectiblemente viene de la mano del gestor. Pero es sabido que poco se puede hacer si no hay manera de financiarlo.
Es por ello que los fondos de Portezuelo del Viento le permitirán ahora no sólo surfear el entronizado “No hay plata” que consagró Javier Milei (y que cumple a rajatabla para evitar sacrificio alguno en el altar del déficit cero), sino también apalancar su gestión con una fenomenal inyección de obra pública en todo el territorio.
Giro pragmático
En 2024 Cornejo no pudo ser el todopoderoso que alineó detrás de sí a toda la oposición (de hecho el desgranamiento de Cambia Mendoza tiene mucho que ver con diferencias a su figura), pero tampoco un gobernador débil, necesitado de hacer concesiones todo tiempo. En ese calculado tire y afloje se manejó en este año y como ejemplo, ahí están los sucesivos acuerdos paritarios con los empleados públicos.
La mayoría legislativa le permitió no sólo evitar contratiempos en la sanción de leyes, desde aquellas complejas como el Distrito Minero Malargüe Occidental a otras menos controversiales, pero a menudo fuente de conflictos y tirantez como suele ser Avalúo e Impositiva que comenzó a parir esta semana en la previa del Presupuesto y un eventual aval al roll over de la deuda.
Cornejo administra tiempos, pero también combates. Sabe dónde pasar al frente y cuándo resguardarse para nuevas escaramuzas. Advierte que el clima social es de mayoritario acompañamiento a las reformas libertarias, a la disminución del peso y la intromisión del Estado, pero no quiere aflojar la rienda de la recaudación que le permita afrontar tres años más con sequía de fondos federales.
Esta semana dos hechos significativos marcaron esa impronta del mix de dureza y comprensión de alguien que en su anterior experiencia en Casa de Gobierno se caracterizó por el férreo control de la ejecución de sus decisiones sin importar costos, ni quejas.
Luz alta y de frente
Ahora, Cornejo se mostró extrañamente contemplativo con los empresarios de la Asociación Propietarios de Camiones de Mendoza (Aprotam) quienes pusieron el grito en el cielo cuando descubrieron el aumento de la alícuota del impuesto automotor que pagan sus unidades del 0,3 al 0,8%. Tras el reclamo, camiones en la ruta y en el Barrio Cívico, reuniones con la oposición y el ministro de Hacienda, Víctor Fayad, finalmente, se anunció que la alícuota se mantendrá en el 0,3% para los camioneros.
¿Le torcieron el brazo? Seguramente la evaluación del riesgo de una escalada en la protesta, que podría transformarse en la antesala del temido incremento de las patentes de los automóviles particulares para el año próximo, hizo que el Ejecutivo tome nota y desista del proyecto original. Comprensión y flexibilidad.
Aunque también es cierto que la tolerancia general al ajuste va encontrando un límite, que más allá de los ingresos, exige que se busquen otros modos de financiamiento del sector público que no sea siempre el bolsillo de los contribuyentes. Una marca de época que el gobernador asume y que pese a esfuerzos anteriores en esa dirección es mérito exclusivo del mileísmo.
Duro como una roca
Sin embargo, y frente a este episodio que podría ser leído como un síntoma de debilidad, la semana dejó otro momento en el que el Cornejo sin contemplaciones afloró como en sus mejores días. Y fue cuando se expresó sobre la esperada, pero siempre demorada, salida de Pedro Llorente de la Suprema Corte.
Allí no sólo se despachó casi con furia contra quienes lo acusan de moldear una Corte que responda a sus designios, sino también dejó en claro que todavía no tiene un reemplazante definido, mujer o no. Y en ese contexto, volvió a ser el dirigente de la fricción y la controversia, al acusar al peronismo de reclamar lo que cuando fue gobierno no cumplió; pero también de defender privilegios desde el máximo tribunal.
Comparó a Aída Kemelmajer con Messi y que el peronismo nombró tras su renuncia a Mario Adaro, convertido ahora por la furia discursiva en un esforzado volante del fútbol de ascenso. Y que para colmo -según Cornejo- defiende “vagos” en relación a fallos que dieron vuelta decisiones del mandatario sobre polémicos agentes estatales desvinculados que, fallo de la Corte mediante, hay que reincorporar. Dureza e inflexibilidad.
Ambas situaciones producidas con un par de días de diferencias dan cuenta de que la impronta del Cornejo batallador no se ha perdido, pero -al menos en algunos asuntos- mide sus impulsos en pos de la gobernabilidad del proceso que encarna, al término de un año complejo y repleto de obstáculos.
Apenas al levantar la vista ya asoma el 2025 electoral que supondrá más dosis -tal vez recargadas- de comprensión pero también de firmeza. Una calibración de energía todavía poco explorada dentro de la amplia gama de equilibrios hasta ahora desplegados que han ido más en línea con la construcción de un vínculo, todavía inestable, con la Nación. Para adelante, Cornejo deberá ejercitar aún más la paciencia acorde con las infinitas necesidades de los tiempos, tampoco fáciles, por venir.
* El autor es periodista y profesor universitario.