Las estadísticas confiables que proporcionan los científicos demuestran que siguen sumándose nuevas adicciones mientras de manera simultánea existe mayor cantidad de adictos. Particularmente es necesario señalar que el número se incrementa porque los participantes son, cada vez, de menor edad.
Ante este cuadro lamentable que tanta desesperanza provoca, oímos algunas explicaciones intentando atisbar las causas. Dicen que los jóvenes se vuelven adictos a las drogas (incluyendo en esto las bebidas alcohólicas, claro está) y a los juegos electrónicos porque “no encuentran salida”, advierten que “no tienen futuro”. Pero, ¿será cierto esto? ¿Qué futuro es ese que parecen sentir que les está negado? Porque tengo por seguro que, sea como fuese, es un porvenir mucho mejor que el que tuvieron nuestros antepasados. Ni que hablar que tanto este presente, como lo que vendrá, es infinitamente superior al de las víctimas de las pestes durante la Edad Media quienes, sin embargo, aún en las peores condiciones a las actuales, siguieron esforzándose por la vida en la certeza de que, al no abandonarse, algo mejor sobrevendría.
Este abatimiento prematuro en algunos, prejuicioso en otros, no es más que un fatal error de entendimiento sobre qué cosa es la vida humana. Quienes sienten y piensan y, hasta, se convencen de que no hay futuro posible son aquellos que confunden futuro con la obtención de certezas, comodidad, superficialidad, facilismo. Deduzco que lo que funciona tan aceleradamente es la programación mental: “Si no voy a obtener las cosas fácilmente o si otro no se ocupa por dármelas, entonces me evado de esta vida.” Y la forma de evasión más conocida son las adicciones.
Tanto auge tiene esta manera de entender la vida, que hay quienes piden dinero aclarando: “Pido que me den, porque si no tengo que salir a robar”. Pero ¿por qué no se les ocurrió esta idea a esos antepasados nuestros que llegaron de una Europa devastada, aquellos “que bajaron de los barcos”, quienes venían “con una mano adelante y la otra atrás”? ¿Por qué todavía hay gente, en toda la Argentina, que sigue afirmando que es ésta una tierra donde siempre hay algo para hacer y trabajo con que progresar? ¿Cuál es la causa, sino el color del cristal con que se mira, por la que aparecen dos diagnósticos tan disímiles sobre una misma cuestión?
Obvio que si se entiende la vida como realización permanente de un esfuerzo dirigido a alcanzar objetivos claros y precisos, otro sería el cantar. Y no alcanza solo con el esfuerzo; hay que agregar la capacidad de desafío, de aventura, de creatividad. Aún más: la comprensión y aceptación de que nada es, ni fue, seguro, definitivo para siempre. Todo hay que volver a conquistarlo cada amanecer.
Cuando preguntaban a Jorge Luis Borges sobre los tiempos que se estaban viviendo, respondía con su ironía característica: “Es cierto nos ha tocado vivir tiempos difíciles...” y haciendo una pausa agregaba en voz más baja: “Como a todos los hombres, en todos los tiempos”.
Se ha difundido ,desde hace algunas décadas, la idea de que se puede vivir de manera cómoda y materialmente holgadamente, de manera rápida y fácil. Pero, ¿hay algún ejemplo que confirme que esto no es más que una mera creencia? ¿Quién llegó al éxito que se hubo propuesto rápido y fácil? ¿Quién pudo hacerlo sin recibir enseñanza primero, sin disciplina mental, sin esfuerzo, sin perseverancia y convicciones firmes?
Y no olvidemos el honor y la dignidad, aquellos valores hoy puestos en desuso, precisamente, por quienes buscan evadirse de la vida. Nada grande puede uno hacer si, primero, no siente que algo mayúsculo alberga en sí mismo. “La confianza en uno mismo es el primer secreto del éxito”, afirmaba el filósofo estadounidense Emerson. Y nuestro Arturo Jauretche escribía: “Nada grande puede hacerse con la tristeza”. Carl Gustav Jung explicaba sobre el funcionamiento de la mente humana: “Nada ocurre, finalmente, en el mundo exterior que, antes, no esté configurado en el psiquismo”.
Esté cada uno en la situación que se encuentre; aún la más penosa, siempre existe un futuro mejor y posible. Tampoco sirve ocultarse bajo la idea de: “Y yo solo, ¿cómo puedo cambiar todo esto?” a fin de cuentas todas las revoluciones que modificaron al mundo comenzaron siendo, apenas, una idea en la mente de alguien. Alguien que, frecuentemente, en sus comienzos no recibió apoyo sino, más bien, escarnio.
Teniendo esto en claro no habrá adversidad que nos quiebre.