La escena es magnífica desde lo cinematográfico, con largos planos secuencia dentro de un palacio histórico que funciona como edificio gubernamental. Pero al televidente argentino lo impacta más por su transparencia y realismo dentro de una serie, “Borgen”, que retrata con precisión nórdica los entretelones de la política en Dinamarca. Está filmada en Christianborg (la sede de los tres poderes del Estado danés), como si acá filmáramos en la mismísima Casa Rosada.
El capítulo final de la tercera temporada de la serie transcurre en un día de elecciones. Y como Dinamarca es una democracia parlamentaria, lo que digan las urnas será clave para conformar el nuevo gobierno. Esto es: no siempre el que gana es el que tiene el poder, que se reparte entre los distintos partidos de acuerdo al porcentaje de bancas que haya conseguido (un sistema similar al que tienen España e Italia, entre otros países).
En medio de esa incertidumbre sobre si habrá nuevo primer ministro, vemos algo que genera incredulidad y admiración en estos pagos: termina la votación y todos los dirigentes partidarios negocian en los pasillos del palacio -a la vista de todos, incluidos los periodistas- la conformación del gobierno. Allí está la protagonista, Birgitte Nyborg, ex primera ministra que rompió con su antiguo partido y armó uno nuevo que es la sorpresa electoral, a pura rosca política con aliados y enemigos mientras manda a dormir a sus hijos, discute con su novio inglés y trata de comunicarse con el oncólogo que acaba de tratarla por un cáncer de mama.
Todo dentro del imponente palacio Christianborg, conocido coloquialmente como Borgen entre los daneses.
Para no caer en spoilers (recomendamos ver la serie en Netflix, mejora con cada capítulo), solo diremos que todo se resuelve sin que haya grieta política, en negociaciones pacíficas y transparentes, y sin chanchullos.
Aunque es una ficción, la impecable democracia que muestra “Borgen” no tiene fantasías. Producida por la TV pública danesa, educa sobre cómo la política al final de cuentas es la mejor herramienta para mejorar la vida de los ciudadanos. Y aunque ya tiene sus años (es de 2010), la serie se ha reactualizado justo cuando una parte del mundo, como los fanáticos trumpistas, han puesto a la democracia bajo fuego en el país que mejor interpretó históricamente los valores democráticos. Ahora, con Joe Biden en la presidencia, pareciera que la Casa Blanca va camino a parecerse otra vez más a Borgen que a Game of Thrones. Aunque está por verse aún.
¿Y por casa cómo andamos? ¿Se imaginan a Alberto Fernández en octubre de 2019, vencedor en las urnas, negociando un gobierno conjunto con Mauricio Macri? Es decir, repartiéndose cargos en el gabinete pero sobre todo acordando una agenda de gestión gubernamental. ¿O al revés, en diciembre de 2015, a Macri sentándose con Daniel Scioli a armar el nuevo gobierno, en la Rosada y con la presencia de minorías como la izquierda y la derecha libertaria? Imposible en una democracia hiperpresidencialista como la nuestra. Y encima con una grieta que ha socavado la confianza mutua y roto los pocos puentes de diálogo.
Como nos enseña hoy una serie de TV, tal vez deberíamos mirar menos a las grandes democracias como Estados Unidos y más a las pequeñas como Dinamarca, donde la política tiene las miserias de siempre pero también sus mayores virtudes. Como que el traspaso del mando entre gobiernos de distinta ideología es parte del juego democrático y no un símbolo de entrega al enemigo, como acaba de ocurrir en EEUU y sucedió antes en la Argentina en 2015.