En el mundo viven 50 millones de personas con algún tipo de demencia, lo que constituye la primera causa de discapacidad y dependencia en el adulto mayor. El aislamiento por la pandemia elevó el nivel de estrés de los cuidadores.
Cuando le preguntaron a la reconocida antropóloga Margaret Mead cuál era la primera señal de civilización en una cultura, respondió: “un hueso fracturado y curado”, para ella eso significa que alguien se quedó con el herido para ponerlo a salvo de los atacantes, curar la lesión y cuidarlo hasta su recuperación. Esto no ocurre en otras especies animales.
Entonces, el genoma humano porta una prescripción primordial: cuidar a nuestros congéneres, eso garantizará la adaptación y la supervivencia.
El cuidado de pacientes adultos con dolencias crónicas no resulta sencillo. No solamente hay que tener en cuenta la atención de necesidades básicas, también debe administrarse la medicación, de acuerdo al nivel de dependencia asistir en la higiene personal y baño, contener emocionalmente, acompañar, velar el sueño; generalmente es una tarea con un alto nivel de desgaste físico y, claro está, emocional. Por otro lado, es una realidad más que tangible que la responsabilidad del cuidado aumenta a medida que la enfermedad avanza.
La Comisión Lancet (creada para aportar evidencia científica sobre temas de Salud Mental) en su último reporte expresa especial preocupación en relación con el impacto del aislamiento y del distanciamiento social en las personas mayores y en sus cuidadores, ya que ha incrementado significativamente el estrés, derivando en aumento de consultas por síntomas neuropsiquiátricos, psicológicos y abuso de neurolépticos y psicotrópicos.
Hace largo tiempo la literatura científica habla del estrés del cuidador para referirse a la respuesta de sobreactivación de quienes están a cargo de personas dependientes, que los expone a desarrollar depresión, ansiedad, diversas dolencias físicas como contracturas, malestar estomacal, enfermedades psicosomáticas, irritabilidad, como así también abandono de sí mismos y postergación de la satisfacción personal.
El cuidar a pacientes crónicos por períodos prolongados resulta en agotamiento físico y mental.
El aislamiento propuesto como medida preventiva ante el avance del Covid-19 implicó un marcado incremento en el estrés de quienes deben cuidar a pacientes con patologías crónicas. El hecho de no poder contar con relevos y la dificultad de tomar contacto físico con el mundo externo no colaboraron para que mejorara la situación. Amén de sumar otros factores como preocupaciones económicas, laborales, imprevisibilidad, etc.
Un reciente estudio realizado en Japón sobre una muestra de 309 personas que debieron enfrentar el aislamiento sin relevos en sus cuidados informa que las mujeres, y en especial las esposas, jugaron un papel de suma importancia en la tarea. La mayor parte pudo ocuparse muy poco de sí mismos y de sus necesidades. El insomnio fue el síntoma principalmente sufrido durante el período de aislamiento, a lo que se sumaron: sensación de insatisfacción, ansiedad, depresión y quejas somáticas (sobre todo contracturas y dolores musculares). Asimismo, se descubrió que, a medida que la dependencia del paciente aumentaba, se incrementaban significativamente estos síntomas en el cuidador, síndrome que reconocemos como “cuidador quemado”.
Otro estudio llevado a cabo en Perú sobre una muestra latinoamericana demostró disminución de la calidad de cuidados, con aumento significativo del monto de estrés y de incidencia de enfermedades psicosomáticas en los cuidadores, como secuela del aislamiento durante la pandemia.
El cuidar de otros es parte de nuestro esquema mental y acción que sustenta la civilización. Pero no resulta adaptativo el concebirlo desde un “des-cuidado” personal. Es cierto que el período de confinamiento intensificó significativamente las responsabilidades, pero quizás (siempre es bueno buscar el lado positivo) sirva para repensar y revalorizar esta figura tan importante dentro del esquema de abordaje de pacientes crónicos.
Si bien contamos con programas y políticas de ayuda, se necesita hacer especial énfasis en los mismos, apuntando a fortalecer las tramas de contención y asistencia. El contar con una mano extendida del otro lado no cambia la tarea, pero puede transformar la postura desde donde se la aborda.