En los últimos años en nuestro país antes de dar un juicio de valor sobre cualquier situación se pregunta quién lo dijo o hizo. Si el protagonista es de mi espacio justifico lo injustificable, excuso cualquier error y hasta delito cometido. Si en cambio fue de otro espacio exijo en forma inmediata repudio, expulsión, cárcel, y, por suerte, no existe pena de muerte porque si no hasta eso escucharíamos.
La pregunta entonces, ¿qué deberíamos tener en cuenta al hacer una aceptación o repudio de algo? Una virtud en vías de extinción: sentido común. Juicio crítico para evaluar la intencionalidad, el medio y el fin de dicho acto. Y sobre todo una escala de valores universales. Es decir lo que es malo para mí lo es para otro ser humano, independientemente de en qué crea, a qué partido pertenezca, que raza o nivel social tenga. ¿Suena obvio? Si, lo es, todas las religiones piden como primer axioma no hacer a los demás lo que no te gustaría que te hicieran. Elemental, simple, sin necesidad de profundidad cognitiva para comprenderlo. Sin embargo, no nos sorprende que ante una frase o un hecho se pregunte ¿Quién lo dijo? La respuesta debería ser no importa: es bueno o malo objetivamente.
Pero en debates políticos, programas de panelistas, grupos de una escuela, dentro de un barrio, ya no importa defender o atacar lo ocurrido, sino descalificar al otro, como un enemigo, no una persona que piensa diferente o pertenece a otro grupo. Hemos presenciado esto en los debates políticos, en situaciones de un ídolo de fútbol, en colectivos que defi enden denodadamente a personas de su pertenencia y en los otros casos guardan silencio. O frente a ataques a un medio de prensa dicen sentirlo, pero explican la causa en quienes fueron atacados. ¿En qué se diferencia esto de lo que vemos en esa caja de resonancia que es la escuela?
Luego el bullyng que vemos a diario nos espanta, lo repudiamos, pero llamativamente cuando es nuestro hijo el involucrado (quien ataca) inmediatamente ponemos las causas del ataque en la víctima, en su forma de ser, de vestir, de responder, y lo más importante, por no saber defenderse. Cuando la solución es enseñar que no se puede hacer a un compañero algo que me molestaría me hicieran. Es necesario desarrollar la empatía en los chicos, y plantear que nada justifica que hiera a otro ser humano. Que solidaridad y respeto son condición sine qua non para decirse buen compañero. Lejos de esto los docentes y orientadores deben escuchar padres justificando la violencia de sus hijos y culpando a la escuela.
Nuestros niños nos miran, y como dice Bandura, en ese aprendizaje vicario, repetirán esquemas. A los adultos nos asusta tanta violencia, a los niños les preocupa no defraudarnos siendo pacíficos. El mensaje es claro si es tu amigo acompáñalo en todo, lo bueno y lo malo, si no es tu amigo hay que eliminarlo.
No importa cuántos Congresos pedagógicos se hagan, cuantos expertos en el tema lo analicen, si sigue siendo algo especulativo o teórico, en lo que todos coincidimos, pero en la práctica creemos que los códigos son excelentes y los valores una antigüedad. Los códigos son sólo para los amigos, los valores son universales. Enseñemos a nuestros niños y jóvenes que los valores se aplican siempre, en todo lugar, tiempo y sobre todo ser humano, lo sepan los demás o sólo yo. Esto es moralidad madura y autónoma, hacer, como decía Kolberg, lo correcto, sólo porque lo es.
Quizá entonces en nuestra amada patria no debamos llorar chicos muertos a golpes a la salida de un boliche, ni dinero destinado a los más necesitados que quedan en bolsillos ajenos, ni ídolos de fútbol a quien se le justifica el abuso, ni familias destruidas por balas de ladrones o policías. Simplemente veremos si está bien o mal e intentaremos educar nuevas generaciones que busquen una sociedad justa y en paz.
*La autora es Magister en Psicología Social. Orientadora Familiar. Mediadora. Doctorada en Psicología.