Lo más novedoso del kirchnerismo es esa alianza inimaginable tiempo atrás entre uno de las prácticas más desprestigiadas de la política criolla, rémora de otros tiempos, el feudalismo caudillista, con una de las ideologías más respetadas en el inicio de la democracia, el progresismo.
El kirchnerismo es el nuevo rostro de la vieja seducción por la barbarie asumida por los intelectuales, la convicción de que hay que dejar de ser lo que se es para ser nacional y popular. Que hay que dejar de lado la fachada civilizatoria con la que el imperialismo nos domina para sumergirnos en el pueblo aceptando la barbarie popular como la auténtica civilización criolla en guerra contra el colonialismo de la clase media imitadora de los países dominantes. Una ideología que siempre pululó en el peronismo, pero el peronismo fue muchas otras cosas a la vez, mientras que el kirchnerismo es una cepa atraída sobre todo por esa ideología de la barbarie como forma de civilización argentina en contra de la civilización universal que supone imperialista.
Es transformar en positivo lo que Martínez Estrada y de algún modo Sarmiento consideraron el mal argentino: el de que bajo una fachada superficial de civilización europeísta, la barbarie argentina colonial, rosista y de los gauchos montoneros seguía viva en las profundidades del país. A lo cual el kirchnerismo le responde: claro que sí, nosotros somos eso y venimos a combatir contra ustedes, contra las formas civilizatorias imperiales que nos han dominado siempre. Es difícil combatir esa idea errónea pero con tanta fuerza histórica
Junto a ello se recuperaron todos los ideales e ideologías de los 70 pero vaciados de violencia revolucionaria. Hoy si resucitaran los muertos de la izquierda peronista verían que sus ideas son las oficiales, han ganado, han hecho la revolución, con la salvedad de que en los 70 para hablar como se habla hoy desde el Estado, habría que matar a miles, pero hoy como esas ideas ya no tienen capacidad de cambio al ser restos del mundo de la guerra fría, son tan oficialistas como las de derecha convencional. Son ideales para no cambiar nada en nombre del relato de cambiar todo. Ellos son la ideología revolucionaria de los 70 puesta al servicio de la manutención de una sociedad decadente en el siglo XXI. Con un éxito impensado de supervivencia y con un fracaso impensado en transformación social.
En síntesis, estamos viviendo en pleno socialismo del siglo XXI a la Argentina, esa mezcolanza de la vieja adoración por la barbarie que expresaba Facundo Quiroga, del peor peronismo de los 50 y de la sublevación de izquierda contra Perón de los 70. Todas cosas puestas al servicio de la conservación social en un momento del país en que en vez de conservar se necesita cambiar casi todo. Una elite cada vez más rica y una sociedad cada vez más pobre, objetivamente hablando, más allá de toda ideología, comprobable con solo verificar los datos. Un modelo para no imitar.
Su antecedente más acabado es el del México luego de la revolución. Universidades cubiertas de ideas revolucionarias de izquierda, territorios dominados por primitivos señores feudales de derecha. Y un presidente que es un señor feudal con ideas revolucionarias. Eso es estrictamente la Argentina hoy, la revolución congelada mexicana. No es eso el peronismo entero sino una de sus probabilidades históricas. Eso es el kirchnerismo plenamente, objetiva y explícitamente.
Esto empezó cuando el radicalismo quiso adoptar la solución socialdemócrata antes de la caída del muro y el peronismo la solución liberal luego de la caída del muro. Ambos fracasaron y la expresión de su fracaso fue el estallido de 2001; allí volaron por los aires radicales socialdemócratas y peronistas liberales, junto a frepasistas y renovadores, tutti cuanti.
La solución fue una alianza transitoria -frente al caos y la anarquía- de las fuerzas vivas, mejor dicho de las que quedaron vivas, Duhalde llamó a Alfonsín, hasta ese entonces muy desprestigiado y a los gobernadores de provincia y a la Iglesia, y con las fuerzas productivas industrialistas (o sea las menos productivas, las más subsidiadas) se intentó reorganizar el país con su concurso. Hasta que llegó Kirchner junto al boom agrícola más grande de la historia desde la generación del 80, pero en vez de crear un nuevo país como se hizo en el siglo XIX y hacer una gran alianza entre el gobierno y el sector más beneficiado por ese boom -el campo- se decidió fortalecer el país existente con enormes dosis de dinero gratarola y a declararle la guerra al campo. Néstor no se apoyó en las fuerzas vivas existentes, sino que intentó crear las propias, tanto a nivel político como económico. El peronismo fue su plataforma porque solo desde allí se puede construir poder, pero él quería reemplazarlo por otra cosa que su mujer luego definiría con más precisión, Néstor fue el intuitivo, Cristina la ideóloga, la que se dio cuenta que las viejas ideas revolucionarias de la guerra fría, eran aditamento clave para dejar todo como está, pero en poder de ellos.
Ya llevan cuatro gobiernos, casi todo el siglo XXI fue suyo. Tiene el kirchnerismo la vocación plena del poder y una ideología que le da sentido al sin sentido, al poder vacío en un país que no se transforma, que no marcha hacia ningún lado. Una ideología revolucionaria con efectos conservadores, como si la revolución ya hubiera ocurrido. Claro ejemplo de país de realismo mágico latinoamericano, donde parece que pasa de todo pero en realidad nunca ocurre nada.
Por allí la ciudadanía menos dependiente del Estado, los restos todavía fuertes de la clase media emprendedora, intentan cambios tímidos al ver el mundo, con la esperanza de adaptarse a él. Sobre todo al ver que hasta América Latina tiene guarismos educativos y de pobreza mejores que nosotros. Resurge ese soterrado espíritu de clase media laboriosa que nos identificó por más de cien años (a la que también contribuyó a forjar el primer peronismo en las clases más humildes) y que ahora es una minoría significativa bastante impotente para cambiar el estado de cosas salvo protestar y permanecer más o menos afuera del régimen con dificultad, porque siempre cooptan a alguno más con prebendas o con lo que fuera.
Los kirchneristas saben administrar la decadencia. Es como si gozaran con ella. Y para vivir primero hay que sobrevivir, entonces el kirchnerismo te garantiza la sobrevida aunque no sea mucho más. De tanto en tanto, la sociedad argentina se cansa de meramente sobrevivir y opta por otra cosa, por alguna esperancita de cambio y vota algo distinto. Pero entonces el kirchnerismo se alza con toda su voluntad de poder, no sólo para atacar al nuevo gobierno no peronista que asume, sino sobre todo para impedir que realice cualquier cambio significativo, ya que ese es el ambiente donde crecieron y prosperaron magníficamente bien los gobiernos K a pesar de que el país ha ido decreciendo y decayendo de modo permanente y progresivo.
Mientras dentro del peronismo no se cambie esa lógica, y mientras fuera del peronismo no tengan una voluntad de poder similar a la del peronismo para cambiar esa lógica, nada será posible. El programa de cambio es simple, lo muestra el mundo. Pero los medios para el cambio son dificilísimos porque el kirchnerismo tiene respuesta para todo, realistas para no cambiar nada en serio, e idealistas cuando se trata de defender el cambio total a través del relato. Es una forma posmoderna de defender ideas premodernas, poniendo la revolución como meta final, pero usarla para dejar todo como está. O, en realidad, para volver atrás, para feudalizar aún más la República todo lo que se pueda. Más que ir a Venezuela quiere volver a Santa Cruz. No es fácil, nada fácil pelear contra esa metodología que se ha mimetizado con el país. Que en gran medida expresa a un país con fachada civilizada pero con interior bárbaro que es lo que siempre fue la Argentina y aún hoy sigue siendo.