Cementerios mendocinos

El origen del cementerio moderno se debió a que era fundamental mejorar las condiciones sanitarias de la población, porque entonces se sepultaba en las iglesias, algo sumamente peligroso para los vivos.

Cementerios mendocinos
Imagen ilustrativa / Archivo

Desde tiempos remotos, el culto a los muertos fue previsto en la organización de toda sociedad.

“Cada una de las civilizaciones –señaló el especialista Erick Ortega García- siguió determinados rituales y ofreció ciertos tratamientos a los restos humanos. Entre las primeras culturas de las que se tiene memoria, resalta, sin objeción alguna, Mesopotamia. De acuerdo a los vestigios que de ella han perdurado, se conoce que los entierros se practicaban de conjunto a las pertenencias útiles o de valor, tanto sentimental como emocional del difunto”.

Podríamos dar innumerables ejemplos a nivel mundial, pero preferimos quedarnos en la provincia y observar la importancia que durante mediados del siglo XIX y del XX tuvieron los camposantos mendocinos.

Aquí, como en gran parte del resto de Occidente, el origen del cementerio moderno se vinculó a las necesidades del Estado naciente: era fundamental mejorar las condiciones sanitarias de la población y por entonces se sepultaba en las iglesias, algo sumamente peligroso para los vivos.

Cuando hacia 1781 una peste desconocida ocasionó la muerte del 10% de los habitantes de Pasajes (Barcelona), la Corona española decidió tomar cartas en el asunto y cambiar los modos de enterramiento. En 1787 Carlos III prohibió en España las inhumaciones en las iglesias “con ocasión de la epidemia experimentada en la Villa de Pasage [...] causada por el hedor intolerable que se sentía en la Iglesia Parroquial de la multitud de cadáveres enterrados en ella”.

Las leyes españolas repercutían directamente en América, pero no fue hasta entrado el siglo XIX cuando en el actual territorio argentino nacieron los primeros cementerios modernos. A través de diversas políticas estatales se fueron dejando de lado los templos como hábitat mortal y comenzaron a llenarse las necrópolis, en las afueras del pueblo o ciudad.

Durante años el Cementerio de la Capital de Mendoza fue todo un ejemplo y la fastuosidad de algunos mausoleos dan testimonio de aquello, sin embargo la situación fue dispar en la provincia.

En la década de 1880, por ejemplo, el cementerio de Guaymallén carecía de muros en condiciones por lo que perros callejeros ingresaban al mismo y arrastraban cadáveres hasta la calle. De hecho, el fin de las rejas alrededor de las tumbas más antiguas –existentes en todo el mundo- era proteger al muerto de los animales.

Desde hace décadas el Estado a nivel mundial busca “librarse” de los cementerios, luego de incentivar su nacimiento cuando la población era mucho menos numerosa. Con este fin dejaron de darse tumbas a perpetuidad y se encarecieron los terrenos. Los límites económicos han llevado a elegir la incineración de modo masivo. Lamentablemente con el abandono de los cementerios comenzó su descuido a nivel mundial.

Por eso hoy es fundamental no darles la espalda y rescatarlos del olvido. Algo que se está comenzando a hacer en el cementerio de la capital mendocina bajo la nueva administración. Es fundamental preservarlos como espacios de memoria.

Recordemos, detrás de cada lápida está nuestra historia y sin ella todo futuro resulta endeble.

*La autora es Historiadora.

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