Las organizaciones políticas que se disputan la representación ciudadana apenas descansarán hoy tras la resaca de su noche de agitación.
Desde las grandes corporaciones partidarias que subsisten bajo el formato de coaliciones, hasta los microemprendimientos que aspiran a rasguñarles alguna porción de votos; todos concluyeron anoche el momento más expansivo de la oferta electoral. De ahora en más, comienza la selección darwiniana.
Si la evaluación del escenario nacional dependiera exclusivamente de la cantidad de postulaciones inscriptas, la conclusión confundiría por su optimismo. Los miles de candidatos que se autoperciben como referentes políticos dan la impresión errónea de que sobran las ideas razonables para sacar al país de la crisis y el altruismo para protagonizar su puesta en práctica.
Hace casi veinte años, el colapso institucional sacudió a los principales partidos políticos con un impacto tan fuerte que desde entonces se declararon insolventes para la competencia interna. Hasta que imaginaron rescatarse con un método de primarias con voto obligatorio. Relevándose así del compromiso de acordar lo mínimo indispensable para una organización política: el padrón de integrantes, la fiscalización de su voto y el escrutinio del resultado.
La política no resolvió su incapacidad para el acuerdo. En realidad, la agravó haciendo con ese problema lo mismo que con muchos otros: lo delegó en el Estado. De modo que la multiplicidad de candidaturas no debe llevar a engaño. Aunque las hay, no son tantas las ideas disponibles frente a la crisis y los antecedentes históricos aconsejan dudar de las proliferaciones de altruismo.
Pero el sinceramiento de la razón y la voluntad ofrecidas en servicio al país no será tan dificultoso esta vez, en medio de la crisis más profunda del siglo. Al fin y al cabo, el proceso electoral concluirá en noviembre y será un examen simplificado con dos preguntas dominantes: con más de 100.000 muertos en la espalda ¿cómo funcionó la política sanitaria? ¿Y qué tan eficiente fue la gestión económica que se aplicó para atenuar el padecimiento social?Las vacunas y el dólar -los dos bienes emblemáticos del plebiscito y los dos más preciados en la pandemia global- acaban de demostrar la inercia con la que se mueven, indiferente a la dinámica introspectiva de los partidos políticos.
La carta de la asesora presidencial Cecilia Nicolini a las autoridades rusas implorando el cumplimiento del plan de suministro completo de la vacuna Sputnik sinceró la inconsistencia de la promesa de Alberto Fernández sobre la finalización exitosa e inminente del plan de vacunación oficial y el fracaso de la estrategia diplomática impulsada por Cristina Kirchner para la provisión normal de la vacuna rusa.
Nicolini transparentó algo central: la decisión oficial de subordinar la compra de las vacunas a un criterio ideológico. La condición para la provisión de la Sputnik -si no exigida por Rusia, al menos concedida por gratuidad argentina- era el bloqueo más o menos subrepticio de las vacunas de origen norteamericano. Decisión tomada en el contexto de una emergencia sanitaria, en la que toda carencia o demora en la inmunización se pagó con muertes.
El momento Nicolini de la gestión sanitaria se encadena y complementa con el de Ginés González García, comandante del primer tramo de la emergencia. Convencido al principio de que Argentina podía autoexcluirse de una pandemia planetaria, sembró luego el camino para los tropiezos actuales: antes del incumplimiento Sputnik, Ginés condujo la gestión frustrada para el cumplimiento de AstraZeneca. Y pinceló de parcialidad política el plan de vacunación con el escándalo de los inmunizados VIP.
El otro bien esquivo para Argentina en la crisis comenzó a dar señales de incontinencia. El dólar trepó al ritmo de las afirmaciones oficiales que aseguran tener poder de fuego para controlar una eventual corrida cambiaria. Tampoco se atiene a declamaciones ideológicas. Por el contrario: más transmite el Gobierno que tiene reservas para atacar un desborde, más se convence el mercado de que si las usa ahora, no las tendrá después de la elección.
Esa desconfianza -que los mercados siempre anticipan a valor presente neto- es la que agita y retroalimenta el proceso inflacionario que el Gobierno quiere asordinar. Para no comerse un aplazo plebiscitario también al enfrentar la segunda pregunta del examen de la elección, la gestión económica.
También en ese laberinto el Gobierno se complicó por prejuicios ideológicos. El ministro Martín Guzmán intentó sin éxito persuadir a su espacio político de la conveniencia de renegociar la deuda con el Fondo Monetario Internacional en el contexto inédito de tasas internacionales deprimidas por la pandemia que -según dicen los observadores de la Reserva Federal- se apresta a concluir.
La asistencia de la Fed fue la clave para el rebote económico que en Estados Unidos -con plan de vacunación completo- se registró hasta tocar un techo inesperado: hay acciones que llegaron a duplicar su capitalización bursátil previa a la pandemia. Ese estímulo monetario puso la tasa de interés de referencia en valores cercanos a cero. Ya es pasado. Argentina eligió marginarse de esa escena global.
Tras meses de expectativa, Guzmán fue escuchado por la secretaria del Tesoro norteamericano, Janet Yellen. Mientras, desde el departamento de Estado llegó una descripción preocupante: Argentina desmerece las oportunidades de inversión por su apego a la incertidumbre económica, las políticas intervencionistas, la alta inflación y el estancamiento persistente.