Caminitos de agua

Las acequias son tan nuestra que parecen parte de nuestra identidad. Hasta las tonadas tienen cunetas adentro.

Caminitos de agua
La acumulación de desechos en las acequias de Mendoza acarrea grandes consecuencias.

Las acequias son toda una característica de Mendoza. Aparte de las de la nuestra, no hay acequias en otras ciudades del país. Canales, a lo sumo. Esta particularidad de la Ciudad queda retratada en las fotos y filmaciones de los turistas que nos visitan.

Las acequias son parte de la forma de ser de nuestras ciudades y hay que agradecerles a visionarios como Juan Gerónimo Ballofet, quien pensó que las cunetas favorecerían al arbolado público de una ciudad que se estaba diseñando después del terremoto de 1861.

El folclore canta a las acequias abiertamente, y uno puede encontrarse con una acequia adentro de una tonada o de una cueca. Es que bien valen el canto.

Dice una reflexión sobre los comprovincianos que el mendocino que nunca se haya caído a una acequia no es mendocino.

Nuestra provincia tiene su historia particular con ellas. Pedro del Castillo llegó hasta la zona de los caciques acequieros Allayme, Esteves, Guaymaré, entre ellos, y ahí fundó la ciudad, ahí clavó el tronco fundacional.

Por lo tanto, Mendoza es una de las pocas ciudades que no se fundó al lado o a la vera de un río: se fundó a la vera de las acequias. Eso da cuenta de lo importantes que son las acequias históricamente.

Cubren casi toda la ciudad y por ella transcurre el agua en los días lluviosos o cuando hay que desalentar de agua los diques, como Potrerillos, por ejemplo.

Pero aguas traían antes, ahora traen vasitos plásticos, botellas de gaseosas, pañales descartables y encima usados, lavarropas a paleta, Citroën 2 CV, tías solteronas todavía usables, y diversos elementos que las taponan de una forma inviolable y hacen que se produzcan algunos desbordes en esquinas determinadas de las ciudades.

No tenemos piedad por las acequias. Por un lado, nos llenan de orgullo, por otro lado, sirven como basurero para nuestros cúmulos de desperdicios.

Una persona limpia trata de mantener limpia su casa. Algunos son tan fanático de la limpieza que son capaces de armar verdaderos escándalos si encuentran un resto de manzana sobre el aparador. Pero no actuamos de la misma manera con las acequias: en ellas arrojamos todo lo que nos sobra sin cargo alguno de conciencia.

Es una pena que Mendoza, tan linda, se vea afeada por sus propios habitantes.

El invierno pasado tuvo algunos días fríos en serio, con temperaturas bajo cero. Uno de esos días andaba yo caminando por el centro bien temprano, tipo ocho de la mañana. En la esquina de San Juan y Garibaldi me paró un señor que me impresionó por su porte. No digo que midiera dos metros, pero uno noventa sí. Con unos bigotes tipo Aníbal Fernández y un sobre todo piel de camello bien ajustado a su cuerpo robusto, con el pelambre bien aplanado y de un color gris terroso muy atractivo. Me puso la mano en el hombro y me dijo con voz algo cavernosa: “Che, Sosa, vos que decís tantas güevadas en radio y en televisión, a ver si decís algo de las acequias, ya no se puede vivir en las condiciones en la que están”. Dicho lo cual me abandonó se metió debajo de un puente y desapareció: era un pericote.

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