Cadáveres itinerantes

El cadáver de Alberti regresó a su provincia natal en 1991 por orden de Menem, quien lo hizo para “empoderar” a Palito Ortega en sus actos de campaña. Pero luego del triunfo electoral, el ataud de Alberdi fue olvidado en una oficina pública.

Cadáveres itinerantes

Una constante necrológica, bastante común entre las páginas de nuestra historia, es constituida por los viajes póstumos y continuos cambios de morada que han padecido los cadáveres de ciertos personajes relevantes.

Entre  los casos más llamativos esta sin duda el de Alberdi, quién ya pasó por cuatro tumbas desde su muerte en 1884 y que fue “archivado”. Tras reposar en dos tumbas francesas, llegó a nuestro país en 1889 para ocupar el magnífico monumento que el Congreso de la Nación le construyó en la Recoleta. Por designios menemistas, el tucumano regresó a su provincia natal en 1991. Aparentemente la idea fue “empoderar” a Palito Ortega utilizando aquél cadáver en los actos de campaña.  Según el historiador, Eduardo Lazzari, tras el triunfo justicialista, el ataúd de Alberdi fue olvidado en una oficina de la Casa de Gobierno tucumana y comenzaron a apilar expedientes sobre él. Luego de diez años -y por la queja de un ministro de la Corte Provincial- le hicieron el catafalco actual.

Pero este no fue el único movimiento menemista de índole fúnebre. Tras caer en la Batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, Juan Manuel de Rosas fue rescatado por los británicos y terminó sus días en su segunda patria. Previendo el final dejó establecido en su testamento que su funeral constaría solamente de “una misa rezada, sin pompa ni aparato alguno” (Art. 3) y que sus restos debían ser inhumados “en el Cementerio Católico de Souhtampton, en una sepultura moderada, sin lujo de clase alguna, pero sólida, segura, y decente” (Art. 4). Años más tarde, específicamente en 1873, agregó que sería así “hasta que en mi patria se reconozca y acuerde por el gobierno la justicia debida a mis servicios”. Dicho reconocimiento llegó con los historiadores revisionistas durante mediados de los años ’30 del siglo pasado y tomaron relevancia  en 1973 bajo la sombra de Juan Domingo Perón, quién inició tratativas con el gobierno inglés para repatriarlo. Dichas negociaciones tuvieron un parón esperable debido al conflicto de Malvinas.

Finalmente, a las 3 de la tarde del 21 de septiembre de 1989, el cuerpo de Rosas fue exhumado en el cementerio de Southampton e inició un viaje hacia nuestro país finalizando en el panteón familiar de la Recoleta. De modo llamativo, exactamente 101 años antes,  llegaron a Buenos Aires los restos de uno de sus grandes detractores: Domingo Faustino Sarmiento. 

En el caso del sanjuanino lo que tuvo en demasía no fueron sepulcros sino funerales. Tras morir el 11 de septiembre de 1888 en Paraguay y ser embalsamado, fue trasladado a Buenos Aires pero tardó más de una semana en llegar pues en el camino fue velado en diversas oportunidades. “Poco después de las 10 –señala al respecto Diario Los Andes, el 19 de septiembre de dicho año-, arribó a este puerto [Rosario] el vapor Alvear, conduciendo los restos del General Sarmiento y comisiones paraguaya, correntina y entrerriana que lo acompañan. Para anunciar al pueblo la proximidad de los restos fueron quemadas en la plaza algunas bombas, siendo ésta la señal convenida. Momentos después afluían a la plaza 25 de Mayo numerosos grupos de personas pertenecientes a todas las clases sociales y gran parte de los colegios de ambos sexos, provinciales, municipales y particulares. Concurrieron también  los alumnos de las escuelas normales con el personal docente... El cadáver de Sarmiento está depositado en un modesto ataúd negro con agarraderas doradas y cubierto con una bandera argentina”.

Debido a las limitaciones espaciales, resulta imposible enumerar otros ejemplos de “viajes póstumos” a los que nuestros próceres fueron sometidos, pero basta con investigar un poco para corroborar que son ciertamente numerosos.

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