En la nota anterior repasamos el Canal Cacique Guaymallén como curso de agua que recorre gran parte de nuestra geografía mendocina, y a cuya vera pasa su infancia el poeta Tejada Gómez, en Amanecer bajo los puentes.
Propusimos en esa nota un recorrido por el territorio americano, desde la perspectiva del giro espacial según el cual las obras literarias manifiestan la manera en que el espacio se encuentra en una continua construcción o recreación, surge de interacciones y nos permite comprender que hay múltiples existencias, trayectorias y modos de vida.
Para continuar ese recorrido, leemos hoy sobre otros recorridos de agua, desde la literatura norteamericana. Tendiendo lazos entre lenguas y territorios, buscamos dar ese giro espacial y vernos reflejados en la literatura americana, en sentido amplio.
El poeta afroamericano Langston Hughes fue la voz más poderosa del Renacimiento de Harlem, un movimiento artístico y literario que puso en valor la cultura de loa afrodescendientes en Estados Unidos, en una década (la de 1920) en que la segregación era una práctica aceptada legalmente en ese país, y cuando faltaban aún cuarenta años para el reconocimiento de los derechos civiles luego del movimiento liderado por Martin Luther King, Jr.
En 1921 Langston Hughes publica su primer texto, “El negro habla de ríos.” En ese poema, traducido por Jorge Luis Borges y publicado en la revista El Hogar en los años ‘30, Hughes recorre el orbe (desde el Éufrates originario, pasando por el Congo y el Nilo, hasta llegar al Mississippi, emblemático río estadounidense que recorre diez estados norteamericanos).
El hablante del poema de Hughes afirma que en su trayecto, su “espíritu se ha ahondado como los ríos.”
Al destacar la profundidad del espíritu y la antigüedad de su existencia, el poeta valora la presencia de su raza sobre la faz de la tierra, y las grandiosas civilizaciones de las que ha formado parte.
No es casual que el viaje culmine en el Mississippi, el mismo río que algunas décadas antes, en 1884, Mark Twain eligiera para otro recorrido simbólico, el del negro Jim y el niño Huckleberry Finn.
Borges también profesa admiración por Las aventuras de Huckleberry Finn. En una entrevista que le hizo Susan Sontag, confiesa que fue la primera novela que leyó en su vida, y la relaciona con Don Segundo Sombra, de Güiraldes. Pero antes, en un texto escrito por la misma época en que traducía el poema de Langston Hughes, el autor argentino afirma: “Mark Twain compuso Huckleberry Finn en colaboración con el Mississippi, río americano y barroso.” Esta descripción es interesante porque utiliza el mismo adjetivo que Hughes emplea para describir al Mississippi (Hughes dice que es “muddy”, y Borges traduce como “barroso” en su versión de “El Negro habla de ríos”).
En esta lectura que hacemos del espacio como ámbito para pensarnos y definirnos, Huck huye de la civilización, de un padre abusivo y de los adultos que limitan su infancia de buen salvaje; Jim escapa de la esclavitud.
El río como lugar que fluye, se vuelve el escenario perfecto para entablar una relación de amistad interracial que sería imposible e ilegal en tierra firme.
Doreen Massey, referente del giro espacial en el estudio de la literatura, sostiene que si el espacio se piensa de maneras nuevas, puede llegar a ser un elemento esencial en la estructura imaginativa que permitirá cambios en los modos de recrear lo político y lo social.
Esto es lo que ocurre en Las aventuras de Huckleberry Finn. Los dos marginales (uno por ser niño huérfano y pobre, el otro por ser negro y esclavo) son capaces de armar un hogar en el río, sobre una balsa, a espaldas de los mandatos sociales de la época. Si el espacio puede comprenderse como producto de interrelaciones, Huck y Jim cambian la jerarquía racial de su tiempo, se equiparan en su amistad y respeto recíproco. Cuando se acercan a la ribera, corren el riesgo de ser descubiertos, capturados, devueltos a la familia cuidadora y al dueño respectivamente. En el río, en cambio, fluyen. Al final de un recorrido paradójico, ya que el río baja hacia los estados sureños donde las leyes esclavistas eran insoslayables, Huck y Jim consiguen su libertad: Jim es emancipado, y Huck deja las ataduras de la civilización e imagina un nuevo espacio, el del “lejano” oeste, el “territorio indio” donde no tienen alcance las leyes segregacionistas ni la hipocresía de los blancos.
En 1935, Borges escribió en “Crítica. Revista multicolor de los sábados” que Las aventuras de Huckleberry Finn es uno de los libros esenciales de nuestra América.
Desde su mirada literaria, es llamativo que Borges incluya en la denominación de Martí una novela estadounidense. Es que más allá de las diferencias idiomáticas, las lejanías geográficas y la dicotomía Norte-Sur, América en el sentido que la palabra tiene en español es un continente variado, múltiple, donde es posible imaginar posibilidades de encuentro más allá de las grietas, como Huck y Jim en su balsa sobre el río Mississippi.
*La autora es Doctora en Letras. UNCuyo. Conicet.